/ martes 3 de julio de 2018

Mensajes esperanzadores

EDUARDO ANDRADE SÁNCHEZ


El lema de Morena, nuevo partido triunfante, reza “La Esperanza de México” y el ánimo existente en el país parece confirmar un ambiente de esperanza fortalecida con los diversos mensajes emitidos ayer por los actores políticos. El primero de esos actores que merece el mayor reconocimiento es el pueblo de México: los millones de compatriotas que ordenada y pacíficamente emitimos nuestros votos y los que formaron parte de una organización ejemplar que los recibieron y contaron.

A la luz del tono de las campañas diríase que ese pueblo tiene un nivel de madurez superior al de su clase política; no obstante, ayer los principales exponentes de esta supieron estar a su altura y sus mensajes fueron altamente esperanzadores. Por primera vez en las contiendas presidenciales los candidatos que no obtuvieron el triunfo asumieron las cifras de las encuestas de salida y reconocieron el resultado con una actitud digna y caballerosa, si acaso con la mínima excepción del inoportuno reproche de Anaya contra el gobierno. Meade se expresó al estilo de las democracias en las cuales se acostumbra que tanto el vencedor como los vencidos reconozcan el resultado y busquen la rápida cicatrización de las heridas sufridas en la contienda para seguir adelante.

El Presidente Peña Nieto tuvo una actuación prudente al esperar el anuncio de Lorenzo Córdova

sobre el conteo rápido. El titular del ejecutivo hizo asimismo declaraciones esperanzadoras que mandan al exterior la imagen de un país en el que se transfiere democráticamente el mando sin sobresaltos que afecten la economía.

El mensaje del triunfador llama igualmente a la esperanza. El tono de Andrés Manuel López Obrador fue ya el de un estadista que entiende la enorme responsabilidad que cae sobre sus hombros en virtud de la dificultad de satisfacer las amplias expectativas que ha despertado. Sabe también que pese a lo holgado de su triunfo, la campaña deja una brecha que sigue la línea de la diferencia de clases, la cual no debe exacerbarse con expresiones de descalificación ni odio, sino atenderse con medidas profundas pero prudentes que mitiguen, como AMLO ha dicho citando a Morelos, la opulencia y la indigencia. Ese propósito debe empezar con el respeto y la reconciliación a las que aludió con tino al inicio de su discurso. Su proyecto requiere de un ambiente de solidaridad y confianza así como de reconocer y cuidar lo construido a lo largo de décadas. Con aciertos y errores, con claroscuros, con deficiencias, pero también con un saldo positivo que no puede dilapidarse. Alienta saber que así lo comprende el próximo Presidente de México al admitir en su mensaje que deben preservarse todas las libertades personales y sociales y rechazar expresamente cualquier tentación dictatorial “abierta o encubierta”. Reconocimiento similar hizo en el campo de la economía al enviar un recado tranquilizador a los mercados financieros internacionales, indiscutibles factores reales de poder que inciden al interior de las economías nacionales; de ahí la importancia de reiterar el respeto a la autonomía del Banco de México y prometer que mantendrá la disciplina financiera y fiscal, lo cual implica una continuidad de la política económica. En el mismo sentido va el pronunciamiento del futuro mandatario relativo a la conservación de los compromisos con empresas y bancos tanto nacionales como extranjeros. Eso indica que no pretende enseguida echar atrás las privatizaciones realizadas hasta el momento, si bien reiteró la intención de revisar los contratos petroleros, lo cual no implica una rescisión de ellos, sino la necesaria supervisión que debe ejercer el Estado mexicano sobre el manejo de sus hidrocarburos. En la misma dirección se encuentra la afirmación de que cualquier anomalía que se encuentre en dichas contrataciones deberá resolverse en el marco de la ley con la eventual intervención del Congreso y de los tribunales tanto de nuestro país como del exterior.

Particular relevancia tiene esa mención al poder legislativo que según los datos disponibles quedará conformado de modo muy favorable a las intenciones presidenciales al conseguir, entre los tres partidos de la coalición Juntos Haremos Historia, lo que parece será una amplia mayoría que garantiza gobernabilidad al régimen en formación. Esta situación es deseable puesto que si una mayoría de votantes apoya un determinado programa de gobierno, el ejecutivo debe contar con el respaldo del legislativo para realizarlo.

Otra afirmación que me pareció muy puesta en razón es la recuperación de los principios constitucionales fundamentales en materia de política exterior cuya línea había sufrido una desviación que ya había mencionado en anteriores colaboraciones. México debe volver a su política de no intervención en los asuntos internos de otros Estados y de respeto a la autodeterminación de los pueblos.

En suma queda cerrada la contienda y abierta la vía de la esperanza.



EDUARDO ANDRADE SÁNCHEZ


El lema de Morena, nuevo partido triunfante, reza “La Esperanza de México” y el ánimo existente en el país parece confirmar un ambiente de esperanza fortalecida con los diversos mensajes emitidos ayer por los actores políticos. El primero de esos actores que merece el mayor reconocimiento es el pueblo de México: los millones de compatriotas que ordenada y pacíficamente emitimos nuestros votos y los que formaron parte de una organización ejemplar que los recibieron y contaron.

A la luz del tono de las campañas diríase que ese pueblo tiene un nivel de madurez superior al de su clase política; no obstante, ayer los principales exponentes de esta supieron estar a su altura y sus mensajes fueron altamente esperanzadores. Por primera vez en las contiendas presidenciales los candidatos que no obtuvieron el triunfo asumieron las cifras de las encuestas de salida y reconocieron el resultado con una actitud digna y caballerosa, si acaso con la mínima excepción del inoportuno reproche de Anaya contra el gobierno. Meade se expresó al estilo de las democracias en las cuales se acostumbra que tanto el vencedor como los vencidos reconozcan el resultado y busquen la rápida cicatrización de las heridas sufridas en la contienda para seguir adelante.

El Presidente Peña Nieto tuvo una actuación prudente al esperar el anuncio de Lorenzo Córdova

sobre el conteo rápido. El titular del ejecutivo hizo asimismo declaraciones esperanzadoras que mandan al exterior la imagen de un país en el que se transfiere democráticamente el mando sin sobresaltos que afecten la economía.

El mensaje del triunfador llama igualmente a la esperanza. El tono de Andrés Manuel López Obrador fue ya el de un estadista que entiende la enorme responsabilidad que cae sobre sus hombros en virtud de la dificultad de satisfacer las amplias expectativas que ha despertado. Sabe también que pese a lo holgado de su triunfo, la campaña deja una brecha que sigue la línea de la diferencia de clases, la cual no debe exacerbarse con expresiones de descalificación ni odio, sino atenderse con medidas profundas pero prudentes que mitiguen, como AMLO ha dicho citando a Morelos, la opulencia y la indigencia. Ese propósito debe empezar con el respeto y la reconciliación a las que aludió con tino al inicio de su discurso. Su proyecto requiere de un ambiente de solidaridad y confianza así como de reconocer y cuidar lo construido a lo largo de décadas. Con aciertos y errores, con claroscuros, con deficiencias, pero también con un saldo positivo que no puede dilapidarse. Alienta saber que así lo comprende el próximo Presidente de México al admitir en su mensaje que deben preservarse todas las libertades personales y sociales y rechazar expresamente cualquier tentación dictatorial “abierta o encubierta”. Reconocimiento similar hizo en el campo de la economía al enviar un recado tranquilizador a los mercados financieros internacionales, indiscutibles factores reales de poder que inciden al interior de las economías nacionales; de ahí la importancia de reiterar el respeto a la autonomía del Banco de México y prometer que mantendrá la disciplina financiera y fiscal, lo cual implica una continuidad de la política económica. En el mismo sentido va el pronunciamiento del futuro mandatario relativo a la conservación de los compromisos con empresas y bancos tanto nacionales como extranjeros. Eso indica que no pretende enseguida echar atrás las privatizaciones realizadas hasta el momento, si bien reiteró la intención de revisar los contratos petroleros, lo cual no implica una rescisión de ellos, sino la necesaria supervisión que debe ejercer el Estado mexicano sobre el manejo de sus hidrocarburos. En la misma dirección se encuentra la afirmación de que cualquier anomalía que se encuentre en dichas contrataciones deberá resolverse en el marco de la ley con la eventual intervención del Congreso y de los tribunales tanto de nuestro país como del exterior.

Particular relevancia tiene esa mención al poder legislativo que según los datos disponibles quedará conformado de modo muy favorable a las intenciones presidenciales al conseguir, entre los tres partidos de la coalición Juntos Haremos Historia, lo que parece será una amplia mayoría que garantiza gobernabilidad al régimen en formación. Esta situación es deseable puesto que si una mayoría de votantes apoya un determinado programa de gobierno, el ejecutivo debe contar con el respaldo del legislativo para realizarlo.

Otra afirmación que me pareció muy puesta en razón es la recuperación de los principios constitucionales fundamentales en materia de política exterior cuya línea había sufrido una desviación que ya había mencionado en anteriores colaboraciones. México debe volver a su política de no intervención en los asuntos internos de otros Estados y de respeto a la autodeterminación de los pueblos.

En suma queda cerrada la contienda y abierta la vía de la esperanza.