/ viernes 15 de julio de 2022

Oda a Cacaxtla: El baile de los siglos

Mi patria es una de siglos. Bailando con la gente de sus tiempos, van los mexicanos antes de que fuera México. La danza se remonta milenos; cuando los continentes se unieron al norte y el hielo sirvió de puente. Fueron bajando entonces hasta llegar a estos cerros. Moviendo piedras, hicieron templos. Unas culturas nacen, otras van cayendo. Todas participan del bailar con el tiempo. Llegan conquistadores con pólvora y metal. El baile se hace brusco; la historia no tiene piedad. Los edificios se van haciendo ruinas con cruces para rematar. Tomarían cientos de años para que su vida volviera a triunfar. Clamores de independencia; llamadas de libertad. El nombre «México» por fin se evoca en un pueblo naciente. Vendrían tantas adversidades hasta llegar el presente. Invasiones extranjeras, reformas y revoluciones. Todos bailando con los años; paso a paso llegando al ahora.

Solo en lugares escasos se aprecia la coreografía completa. Para un país de tantos ritmos, nos hemos limitado a la heterogenia. Véase aquí una iglesia; por acá un templo prehispánico. Historias que juntas forman a México, pero existen por separado. Somos producto de todos los ritmos. Es hora de asimilarlos. Montar la danza entera que conecta nuestra patria con música moderna. Que el pasado hable con el presente; que el futuro las proteja. Aún cuando lo hemos olvidado, apreciemos la evolución de pasos que nos lleva al ahora. Como una vez dijo un sabio, el tiempo presente y pasado ambos existen en el futuro. Y el futuro contenido en el pasado.

Por eso, hoy canto a unas ruinas olvidadas en carretera. Esas donde la historia confluye como ríos delgados tratando de hacer un lago. En Tlaxcala se oculta; Cacaxtla tan altiva. Si no fuera por un desvío rumbo a Puebla, jamás te conocería. Para llegar a verte, he de pasar por campos y terracería; colinas que te protegen ante la vista. Confiando ciegamente en el mapa, encuentro unos arcos que portan tu nombre. A sus lados, puestos de artesanías y helados pelean por mi atención. Sin haberte visto aún, entiendo que las mercancías son engañosas. Para el que desconoce nuestro patrimonio, darán una mala impresión. Venden réplicas teotihuacanas; el templo de Kukulcán en Chichen Itzá. Aquí mismo el pasado inicia a mezclarse al ritmo de gritos y el murmullo de monedas. «Se lo dejo a cincuenta pesos, joven»; «Es artesanía local». Pequeño prefacio de lo que en Cacaxtla habría de llegar.

Pago, sin mayor premura, la entrada correspondiente. Sigo un camino montañoso que a las ruinas ha de llevar. Cada tanto, los árboles desaparecen para ofrecer una vista de nuestra humanidad. Es Tlaxcala. Las casas de este estado se conglomeran en borrosos marrones. Atrás suyo, montañas oscuras con cimas nevadas. Desde estas colinas ancestrales, veo el pasar del tiempo. Aprecio, a lo lejos como familias hacen sus vidas; como las calles van conectando para hacerse avenidas. Desde aquí, hace ya siglos, se habrá visto un valle vacío. Sin cerrar los ojos lo imagino. Lo sobrepongo ante la mancha urbana. Esfuerzo primerizo por combinar las eras. Juntas, bailan en mi mente mientras subo por esta cuesta.

Ya veo como el verde a distancia adquiere tonos de gris. Eso que pensaba colina, Cacaxtla, es el primero de tus recuerdos. Los años han ido corrompiendo la precisión de un ángulo recto para asimilarla al círculo. Una barrera de alambre cubre su perímetro. Solo puedo apreciarla a distancia. ¿Qué habrán hecho esos que aquí vivían?Me pregunto si habrán pausado, así como hago yo. Eso que les era tan cotidiano es objeto de mi admiración. ¿Qué pensó, en su momento, el arqueólogo que te descubrió? Quizá compartamos la zozobra al descubrir pasos ancestrales en las danzas del hoy.

Sorprendido por ese edificio inicial, ignoro lo que surge a mi izquierda. Éste es solo el prefacio de una ciudad entera. Cacaxtla surge como el mayor de los poemas. Por debajo, ruinas de piedra blancuzca cubiertas por un cielo de acero. Un toldo gigante—moderno—protege las rocas del inclemente tiempo. Dominan las sombras ante el palacio hoy deshecho. De sus columnas metálicas, surgen cables diagonales para tocar el suelo. Juntos, abrazan las ruinas; sutil canción de cuna que las arropa contra los años.

Las piedras por cuenta propia serían testimonio suficiente de una patria entera. Como nieve cayendo sobre colinas, se ven las edades en sus capas. Un siglo reemplazando al otro; construyendo sobre sus ideales. Escarba un poco y encontrarás templos ancestrales; plazas de antaño. Entre ellas, cadáveres de otros tiempos. Una crónica del México antes de ser nación.

Pero Cacaxtla no está sola. El paso de los años—tan brutal con sus piedras prístinas—hace lo posible por pedir perdón. Para cuidar sus escalones y caminos, hemos construido vías alternas de madera. A los pocos pasos, rectángulos informativos que cuentan la historia del recinto. Lugar donde pelearon tantas culturas; sus influencias sobreviven en trazos vagos. Por supuesto, el toldo gigantesco es el mejor de los complementos; protege el suelo arcaico y los murales brillantes que sobreviven a los siglos. En ellos, con colores rojos y amarillos, el pigmento se declara campeón con la ayuda del acero. Las sombras que ocultan el caluroso sol de junio han podido extender sus vidas para ojos contemporáneos. El presente, por vez primera, ha dejado de hacerle guerra al pasado. Los tiempos viven en harmonía.

Es aquí que vive México entero. En Cacaxtla, sin restaurarse y sin pretextos. Con puentes y techos, nos recuerdas que la nación es un producto eterno. El presente haciendo todo por entender el pasado; la tecnología de ahora escudando la de ayer. Al llegar a tu fin, veo el Popocatépetl nevado como habrán hecho tus habitantes. Siento una hermandad al haberte visitado. A mis espaldas, hacemos lo posible por cuidar lo antiguo con fuerzas modernas. Bailamos con ambos ritmos para mostrar una nación entera. La pista, sin embargo, es la misma. Las mismas montañas de cimas blancas nos observan. Uno a uno, mis pasos agregan a este danzar. Uno a uno, Cacaxtla nos baila con la fuerza de ayer y el apoyo del hoy. Las adversidades de mañana quedan por verse. Ahora, solo muevo mis pies al ritmo de su canción.

Mi patria es una de siglos. Bailando con la gente de sus tiempos, van los mexicanos antes de que fuera México. La danza se remonta milenos; cuando los continentes se unieron al norte y el hielo sirvió de puente. Fueron bajando entonces hasta llegar a estos cerros. Moviendo piedras, hicieron templos. Unas culturas nacen, otras van cayendo. Todas participan del bailar con el tiempo. Llegan conquistadores con pólvora y metal. El baile se hace brusco; la historia no tiene piedad. Los edificios se van haciendo ruinas con cruces para rematar. Tomarían cientos de años para que su vida volviera a triunfar. Clamores de independencia; llamadas de libertad. El nombre «México» por fin se evoca en un pueblo naciente. Vendrían tantas adversidades hasta llegar el presente. Invasiones extranjeras, reformas y revoluciones. Todos bailando con los años; paso a paso llegando al ahora.

Solo en lugares escasos se aprecia la coreografía completa. Para un país de tantos ritmos, nos hemos limitado a la heterogenia. Véase aquí una iglesia; por acá un templo prehispánico. Historias que juntas forman a México, pero existen por separado. Somos producto de todos los ritmos. Es hora de asimilarlos. Montar la danza entera que conecta nuestra patria con música moderna. Que el pasado hable con el presente; que el futuro las proteja. Aún cuando lo hemos olvidado, apreciemos la evolución de pasos que nos lleva al ahora. Como una vez dijo un sabio, el tiempo presente y pasado ambos existen en el futuro. Y el futuro contenido en el pasado.

Por eso, hoy canto a unas ruinas olvidadas en carretera. Esas donde la historia confluye como ríos delgados tratando de hacer un lago. En Tlaxcala se oculta; Cacaxtla tan altiva. Si no fuera por un desvío rumbo a Puebla, jamás te conocería. Para llegar a verte, he de pasar por campos y terracería; colinas que te protegen ante la vista. Confiando ciegamente en el mapa, encuentro unos arcos que portan tu nombre. A sus lados, puestos de artesanías y helados pelean por mi atención. Sin haberte visto aún, entiendo que las mercancías son engañosas. Para el que desconoce nuestro patrimonio, darán una mala impresión. Venden réplicas teotihuacanas; el templo de Kukulcán en Chichen Itzá. Aquí mismo el pasado inicia a mezclarse al ritmo de gritos y el murmullo de monedas. «Se lo dejo a cincuenta pesos, joven»; «Es artesanía local». Pequeño prefacio de lo que en Cacaxtla habría de llegar.

Pago, sin mayor premura, la entrada correspondiente. Sigo un camino montañoso que a las ruinas ha de llevar. Cada tanto, los árboles desaparecen para ofrecer una vista de nuestra humanidad. Es Tlaxcala. Las casas de este estado se conglomeran en borrosos marrones. Atrás suyo, montañas oscuras con cimas nevadas. Desde estas colinas ancestrales, veo el pasar del tiempo. Aprecio, a lo lejos como familias hacen sus vidas; como las calles van conectando para hacerse avenidas. Desde aquí, hace ya siglos, se habrá visto un valle vacío. Sin cerrar los ojos lo imagino. Lo sobrepongo ante la mancha urbana. Esfuerzo primerizo por combinar las eras. Juntas, bailan en mi mente mientras subo por esta cuesta.

Ya veo como el verde a distancia adquiere tonos de gris. Eso que pensaba colina, Cacaxtla, es el primero de tus recuerdos. Los años han ido corrompiendo la precisión de un ángulo recto para asimilarla al círculo. Una barrera de alambre cubre su perímetro. Solo puedo apreciarla a distancia. ¿Qué habrán hecho esos que aquí vivían?Me pregunto si habrán pausado, así como hago yo. Eso que les era tan cotidiano es objeto de mi admiración. ¿Qué pensó, en su momento, el arqueólogo que te descubrió? Quizá compartamos la zozobra al descubrir pasos ancestrales en las danzas del hoy.

Sorprendido por ese edificio inicial, ignoro lo que surge a mi izquierda. Éste es solo el prefacio de una ciudad entera. Cacaxtla surge como el mayor de los poemas. Por debajo, ruinas de piedra blancuzca cubiertas por un cielo de acero. Un toldo gigante—moderno—protege las rocas del inclemente tiempo. Dominan las sombras ante el palacio hoy deshecho. De sus columnas metálicas, surgen cables diagonales para tocar el suelo. Juntos, abrazan las ruinas; sutil canción de cuna que las arropa contra los años.

Las piedras por cuenta propia serían testimonio suficiente de una patria entera. Como nieve cayendo sobre colinas, se ven las edades en sus capas. Un siglo reemplazando al otro; construyendo sobre sus ideales. Escarba un poco y encontrarás templos ancestrales; plazas de antaño. Entre ellas, cadáveres de otros tiempos. Una crónica del México antes de ser nación.

Pero Cacaxtla no está sola. El paso de los años—tan brutal con sus piedras prístinas—hace lo posible por pedir perdón. Para cuidar sus escalones y caminos, hemos construido vías alternas de madera. A los pocos pasos, rectángulos informativos que cuentan la historia del recinto. Lugar donde pelearon tantas culturas; sus influencias sobreviven en trazos vagos. Por supuesto, el toldo gigantesco es el mejor de los complementos; protege el suelo arcaico y los murales brillantes que sobreviven a los siglos. En ellos, con colores rojos y amarillos, el pigmento se declara campeón con la ayuda del acero. Las sombras que ocultan el caluroso sol de junio han podido extender sus vidas para ojos contemporáneos. El presente, por vez primera, ha dejado de hacerle guerra al pasado. Los tiempos viven en harmonía.

Es aquí que vive México entero. En Cacaxtla, sin restaurarse y sin pretextos. Con puentes y techos, nos recuerdas que la nación es un producto eterno. El presente haciendo todo por entender el pasado; la tecnología de ahora escudando la de ayer. Al llegar a tu fin, veo el Popocatépetl nevado como habrán hecho tus habitantes. Siento una hermandad al haberte visitado. A mis espaldas, hacemos lo posible por cuidar lo antiguo con fuerzas modernas. Bailamos con ambos ritmos para mostrar una nación entera. La pista, sin embargo, es la misma. Las mismas montañas de cimas blancas nos observan. Uno a uno, mis pasos agregan a este danzar. Uno a uno, Cacaxtla nos baila con la fuerza de ayer y el apoyo del hoy. Las adversidades de mañana quedan por verse. Ahora, solo muevo mis pies al ritmo de su canción.

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