/ martes 28 de septiembre de 2021

Parlamentarismo anárquico

La desconcertante elección realizada en Alemania el domingo pasado pone de manifiesto la enorme debilidad del sistema parlamentario que, en la medida en que proliferan múltiples partidos, se convierte en fuente de una verdadera anarquía. Terminada la jornada electoral pueden pasar semanas sin que se sepa quién habrá de gobernar. La fragmentación partidista en Alemania muestra nuevamente el síndrome de desorientación del electorado que ha sido la marca de las elecciones en las democracias occidentales durante la última década.

En el sistema parlamentario la gente solamente vota por los candidatos al órgano legislativo y la conformación partidista dentro del mismo habrá de determinar la persona que se hará cargo del ejecutivo. Cuando ningún partido logra la mayoría absoluta, se hace indispensable formar una coalición, lo cual convierte a los partidos minoritarios en las fuerzas decisorias. Sucede entonces, que no importa lo que los votantes dejen sentir en las urnas porque aunque el partido por el que sufragaron consiga la mayoría, así sea relativa, no tendrá la capacidad de gobernar, como ocurre en el presidencialismo.

En la circunstancia actual de Alemania resulta incomprensible que después de 16 años de un gobierno que se ha considerado eficiente y exitoso como el de Angela Merkel, su partido el Cristiano-demócrata (CDU-CSU) haya quedado en segundo lugar con 24.1%, y los electores hayan preferido a los socialdemócratas (SDP) que obtuvieron el 25.7%. Pese a tal resultado el partido derrotado puede ser el que encabece el gobierno si consigue el apoyo de otros partidos que tuvieron menor preferencia electoral.

La política alemana de la posguerra conoció durante muchos años el predominio de dos grandes partidos que se alternaban: la Unión Cristianodemócrata que funciona conjuntamente con su partido gemelo en Baviera por una parte, y por la otra el Partido Socialdemócrata. Los últimos 16 años gobernó la CDU y todo el mundo le reconoce Angela Merkel un liderazgo indiscutible, no solo en Alemania sino en Europa. La lógica conduciría a pensar que su sucesor en el liderazgo de ese partido podría convertirse con toda seguridad en el nuevo canciller de Alemania pero resulta que la gente no ha avalado esa opción y se pronunció por su tradicional opositor de la izquierda moderada.

Aunque este pronunciamiento fue mayoritario, en realidad representa poco más de la cuarta parte de los votos y como ninguno de los dos partidos principales obtuvo la mayoría absoluta ahora tendrán que negociar con otros partidos como el Liberal (FDP) que consiguió apenas el 11.5 % y los Verdes que tienen el 14.8 %. Ello pone de manifiesto la profunda inclinación antidemocrática del sistema parlamentario ya que dos partidos minoritarios de los cuales ninguno llega al 15%, tienen la llave para definir quién habrá de gobernar. Si estos dos partidos se ponen de acuerdo con alguno de los que obtuvieron mayores preferencias electorales pueden inclinar la balanza a su favor. Así, los que obtuvieron la mayoría relativa dependerán de negociar y convencer con cualquier tipo de ofrecimientos a los partidos minoritarios para estar en condiciones de constituir una coalición que integre el nuevo gobierno. Pero si, por el contrario, la CDU que fue reprobada por el electorado logra conseguir la voluntad de esos otros dos partidos, pudiera quedar al frente del gobierno.

Evidentemente el sistema parlamentario europeo muestra cada vez más deficiencias en razón de la fragmentación de los partidos y la desorientación del electorado. Hasta dos días antes de la elección el 40 % de los votantes alemanes se mostraba indeciso y los resultados evidencian que esa indecisión se repartió entre las distintas opciones, que abarcaron al partido socialista ganador con ligerísima ventaja sobre la democracia cristiana; luego los Verdes, después los Liberales y más atrás la presencia incómoda del partido ultraderechista, casi neonazi, llamado Alternativa por Alemania que consiguió el 10 % de los votos. En un plano muy marginal quedó la izquierda más radical heredera del Partido Comunista, que alcanzó el 5 %.

En medio de esa ensalada de opciones partidistas queda claro que los que verdaderamente decidirán el ejercicio del poder son los que quedaron en tercero y cuarto lugar. Eso se debe a que la izquierda moderada representada por la socialdemocracia no desea una unión con la izquierda radical pero aunque la buscara, le sería inútil para poder formar gobierno y lograr la mayoría absoluta en el Bundestag. Por otra parte la CDU, de derecha, sería absolutamente refractaria a algún tipo de unión con los neonazis, pero aunque se llegara analizar esa opción el 10 % de votos que tiene este último partido no permitiría la formación de un gobierno. Habrá que ver cómo se desarrollan las negociaciones que permitan a los partidos de la minoría definir quién habrá de gobernar a la nación más poderosa de Europa.

La desconcertante elección realizada en Alemania el domingo pasado pone de manifiesto la enorme debilidad del sistema parlamentario que, en la medida en que proliferan múltiples partidos, se convierte en fuente de una verdadera anarquía. Terminada la jornada electoral pueden pasar semanas sin que se sepa quién habrá de gobernar. La fragmentación partidista en Alemania muestra nuevamente el síndrome de desorientación del electorado que ha sido la marca de las elecciones en las democracias occidentales durante la última década.

En el sistema parlamentario la gente solamente vota por los candidatos al órgano legislativo y la conformación partidista dentro del mismo habrá de determinar la persona que se hará cargo del ejecutivo. Cuando ningún partido logra la mayoría absoluta, se hace indispensable formar una coalición, lo cual convierte a los partidos minoritarios en las fuerzas decisorias. Sucede entonces, que no importa lo que los votantes dejen sentir en las urnas porque aunque el partido por el que sufragaron consiga la mayoría, así sea relativa, no tendrá la capacidad de gobernar, como ocurre en el presidencialismo.

En la circunstancia actual de Alemania resulta incomprensible que después de 16 años de un gobierno que se ha considerado eficiente y exitoso como el de Angela Merkel, su partido el Cristiano-demócrata (CDU-CSU) haya quedado en segundo lugar con 24.1%, y los electores hayan preferido a los socialdemócratas (SDP) que obtuvieron el 25.7%. Pese a tal resultado el partido derrotado puede ser el que encabece el gobierno si consigue el apoyo de otros partidos que tuvieron menor preferencia electoral.

La política alemana de la posguerra conoció durante muchos años el predominio de dos grandes partidos que se alternaban: la Unión Cristianodemócrata que funciona conjuntamente con su partido gemelo en Baviera por una parte, y por la otra el Partido Socialdemócrata. Los últimos 16 años gobernó la CDU y todo el mundo le reconoce Angela Merkel un liderazgo indiscutible, no solo en Alemania sino en Europa. La lógica conduciría a pensar que su sucesor en el liderazgo de ese partido podría convertirse con toda seguridad en el nuevo canciller de Alemania pero resulta que la gente no ha avalado esa opción y se pronunció por su tradicional opositor de la izquierda moderada.

Aunque este pronunciamiento fue mayoritario, en realidad representa poco más de la cuarta parte de los votos y como ninguno de los dos partidos principales obtuvo la mayoría absoluta ahora tendrán que negociar con otros partidos como el Liberal (FDP) que consiguió apenas el 11.5 % y los Verdes que tienen el 14.8 %. Ello pone de manifiesto la profunda inclinación antidemocrática del sistema parlamentario ya que dos partidos minoritarios de los cuales ninguno llega al 15%, tienen la llave para definir quién habrá de gobernar. Si estos dos partidos se ponen de acuerdo con alguno de los que obtuvieron mayores preferencias electorales pueden inclinar la balanza a su favor. Así, los que obtuvieron la mayoría relativa dependerán de negociar y convencer con cualquier tipo de ofrecimientos a los partidos minoritarios para estar en condiciones de constituir una coalición que integre el nuevo gobierno. Pero si, por el contrario, la CDU que fue reprobada por el electorado logra conseguir la voluntad de esos otros dos partidos, pudiera quedar al frente del gobierno.

Evidentemente el sistema parlamentario europeo muestra cada vez más deficiencias en razón de la fragmentación de los partidos y la desorientación del electorado. Hasta dos días antes de la elección el 40 % de los votantes alemanes se mostraba indeciso y los resultados evidencian que esa indecisión se repartió entre las distintas opciones, que abarcaron al partido socialista ganador con ligerísima ventaja sobre la democracia cristiana; luego los Verdes, después los Liberales y más atrás la presencia incómoda del partido ultraderechista, casi neonazi, llamado Alternativa por Alemania que consiguió el 10 % de los votos. En un plano muy marginal quedó la izquierda más radical heredera del Partido Comunista, que alcanzó el 5 %.

En medio de esa ensalada de opciones partidistas queda claro que los que verdaderamente decidirán el ejercicio del poder son los que quedaron en tercero y cuarto lugar. Eso se debe a que la izquierda moderada representada por la socialdemocracia no desea una unión con la izquierda radical pero aunque la buscara, le sería inútil para poder formar gobierno y lograr la mayoría absoluta en el Bundestag. Por otra parte la CDU, de derecha, sería absolutamente refractaria a algún tipo de unión con los neonazis, pero aunque se llegara analizar esa opción el 10 % de votos que tiene este último partido no permitiría la formación de un gobierno. Habrá que ver cómo se desarrollan las negociaciones que permitan a los partidos de la minoría definir quién habrá de gobernar a la nación más poderosa de Europa.