/ martes 20 de noviembre de 2018

Recorte fiscal de Donald Trump: un fiasco

La ola azul de la semana pasada significa que Donald Trump se encaminará a la elección de 2020 con sólo un logro legislativo importante: un enorme recorte fiscal para las corporaciones y los ricos. A pesar de ello, se suponía que ese recorte fiscal lograría cosas grandes. Los republicanos pensaron que les daría un gran impulso electoral y predijeron enormes ganancias económicas. Sin embargo, lo que obtuvieron en cambio fue un enorme fiasco.

¿Por qué los impactos del recorte fiscal han sido tan mínimos? La respuesta, en mi opinión, es que las decisiones empresariales son mucho menos sensibles a los incentivos financieros (incluyendo tasas fiscales) de lo que los conservadores afirman.

¿Por qué? Una de las principales razones es que las inversiones empresariales tienen una vida útil relativamente corta. Si están considerando adquirir una hipoteca para comprar una casa con una duración de varias décadas, la tasa de interés es muy importante, pero si están pensando en adquirir un préstamo para comprar, por ejemplo, una computadora, la cual podría descomponerse o volverse obsoleta en unos cuantos años, la tasa de interés sobre el préstamo será una consideración menor para decidir si hacen la compra o no.

La misma lógica aplica a las tasas fiscales: no hay muchas inversiones empresariales que valgan la pena con un impuesto sobre las ganancias de 21 por ciento, que es la tasa actual, pero tampoco valía la pena hacerlas con la tasa de 35 por ciento, que era la que había antes del recorte fiscal de Donald Trump.

Así mismo, una fracción considerable de ganancias corporativas en realidad representa recompensas para el poder monopólico, no rentabilidad, y recortar los impuestos a las ganancias monopólicas es un mero regalo, que no ofrece ninguna motivación para la inversión ni la contratación.

Ahora bien, los defensores del recorte fiscal, incluidos los propios economistas de Trump, hicieron un escándalo sobre cómo ahora teníamos un mercado de capital mundial, en el que el dinero fluye hacia donde quiera que esté el rendimiento más elevado después de descontar los impuestos. Hicieron mención de países con bajas tasas corporativas, como Irlanda, que parecen atraer mucha inversión extranjera.

No obstante, la palabra clave aquí es “parecen”. Las corporaciones, en efecto, tienen un incentivo para manipular sus contabilidades —ay perdón, para gestionar sus precios internos— de tal forma que las ganancias declaradas aparezcan en jurisdicciones de bajos impuestos, y esto a su vez conduce a que en el papel haya inversiones importantes en el extranjero. Sin embargo, los resultados de estas inversiones son bastante escuetos a simple vista.

Ahora, ¿saben por qué el dinero que las empresas estadounidenses declararon haber llevado de vuelta al país después del recorte fiscal no se ha traducido en empleos, salarios ni investigación? Porque nada se movió en realidad. Las subsidiarias en el extranjero transfirieron algunos activos de regreso a sus sociedades matrices, pero esto sólo fue una maniobra contable, casi sin ningún impacto real.

La ola azul de la semana pasada significa que Donald Trump se encaminará a la elección de 2020 con sólo un logro legislativo importante: un enorme recorte fiscal para las corporaciones y los ricos. A pesar de ello, se suponía que ese recorte fiscal lograría cosas grandes. Los republicanos pensaron que les daría un gran impulso electoral y predijeron enormes ganancias económicas. Sin embargo, lo que obtuvieron en cambio fue un enorme fiasco.

¿Por qué los impactos del recorte fiscal han sido tan mínimos? La respuesta, en mi opinión, es que las decisiones empresariales son mucho menos sensibles a los incentivos financieros (incluyendo tasas fiscales) de lo que los conservadores afirman.

¿Por qué? Una de las principales razones es que las inversiones empresariales tienen una vida útil relativamente corta. Si están considerando adquirir una hipoteca para comprar una casa con una duración de varias décadas, la tasa de interés es muy importante, pero si están pensando en adquirir un préstamo para comprar, por ejemplo, una computadora, la cual podría descomponerse o volverse obsoleta en unos cuantos años, la tasa de interés sobre el préstamo será una consideración menor para decidir si hacen la compra o no.

La misma lógica aplica a las tasas fiscales: no hay muchas inversiones empresariales que valgan la pena con un impuesto sobre las ganancias de 21 por ciento, que es la tasa actual, pero tampoco valía la pena hacerlas con la tasa de 35 por ciento, que era la que había antes del recorte fiscal de Donald Trump.

Así mismo, una fracción considerable de ganancias corporativas en realidad representa recompensas para el poder monopólico, no rentabilidad, y recortar los impuestos a las ganancias monopólicas es un mero regalo, que no ofrece ninguna motivación para la inversión ni la contratación.

Ahora bien, los defensores del recorte fiscal, incluidos los propios economistas de Trump, hicieron un escándalo sobre cómo ahora teníamos un mercado de capital mundial, en el que el dinero fluye hacia donde quiera que esté el rendimiento más elevado después de descontar los impuestos. Hicieron mención de países con bajas tasas corporativas, como Irlanda, que parecen atraer mucha inversión extranjera.

No obstante, la palabra clave aquí es “parecen”. Las corporaciones, en efecto, tienen un incentivo para manipular sus contabilidades —ay perdón, para gestionar sus precios internos— de tal forma que las ganancias declaradas aparezcan en jurisdicciones de bajos impuestos, y esto a su vez conduce a que en el papel haya inversiones importantes en el extranjero. Sin embargo, los resultados de estas inversiones son bastante escuetos a simple vista.

Ahora, ¿saben por qué el dinero que las empresas estadounidenses declararon haber llevado de vuelta al país después del recorte fiscal no se ha traducido en empleos, salarios ni investigación? Porque nada se movió en realidad. Las subsidiarias en el extranjero transfirieron algunos activos de regreso a sus sociedades matrices, pero esto sólo fue una maniobra contable, casi sin ningún impacto real.