/ miércoles 17 de enero de 2018

Centro de barrio

La mudanza del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México al Lago de Texcoco puede ser la gran oportunidad de la ciudad. Sin embargo hay escépticos y tienen algo de razón.

Desde el proyecto de Pedro Cerisola he simpatizado con el criterio de un gran aeropuerto que cancele los otros cercanos (Benito Juárez y Santa Lucía), en vez de la alternativa de Tizayuca con simultaneidad con el Benito Juárez. La cercanía es uno de los criterios y la presencia de un terreno consolidado a nombre de la Federación es otro.

Hay preocupaciones de carácter ambiental. Si bien entiendo el enfoque holístico que debe tener el cuidado del medio ambiente en la cuenca de la Ciudad de México, el lago en sí no parece tener mayores contribuciones que la vida de las aves migratorias, que se vuelven así el punto más frágil del aeropuerto. Un pájaro de más de un kilogramo dentro de una turbina puede causar un accidente. Ya en el aeropuerto actual existe un trabajo de prevención constante: águilas y halcones son usados para ahuyentar parvadas.

Pero el lago tiene una labor preventiva. La Ciudad de México se hizo sobre un lago, no muy profundo pero sí muy extenso. La lluvia puede inundar barrios, como lo ha hecho año con año, pero siempre existe el temor de que se repitan las grandes inundaciones de 1951 o 1629. Si el Lago de Texcoco pierde capacidad de regulación, el riesgo de inundación masiva se incrementa, aunque haya mejores posibilidades tecnológicas de hacer frente a la tormenta perfecta.

Más allá de los temas ambientales, donde lo fundamental es lograr la sustentabilidad del cambio de aeropuerto (hay dudas fundadas), el aeropuerto sí es una gran oportunidad, desde un incremento sustancial de la actividad económica en los sectores turismo y logística hasta la posibilidad de crear corredores productivos más cerca de los centros de empleo.

Hablar en este momento de cancelar el proyecto del nuevo aeropuerto es absurdo y preocupante: son decenas de miles de millones invertidos en los últimos años. Ya en este momento el nuevo aeropuerto podría valer más que el viejo.

Comparto con los opositores al nuevo aeropuerto las preocupaciones por la falta de probidad de quienes han conducido el diseño y construcción del NAICM, pero justo por eso el énfasis debe estar en la transparencia, en la seguridad de que las pistas o terminales no quedarán hundidas en la salinidad del lago con costos de mantenimiento estratosféricos.

Hay muchas más preocupaciones: esa es la agenda a seguir, no la oposición al proyecto. Los terrenos adyacentes, el del viejo AICM, polígonos para sembrar árboles, para inundar, para urbanizar, cómo el viejo aeropuerto puede ayudar a financiar el desarrollo de la ciudad, el transporte público, parques públicos donde no los haya, las redes de agua y drenaje, las conexiones regionales, el fomento turístico, el económico y todas las oportunidades que ofrecerá la nueva sede del aeropuerto.

Ese es el tema, la planeación integral de la ciudad a partir de una modificación sustancial de su funcionamiento: la gran oportunidad.

La mudanza del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México al Lago de Texcoco puede ser la gran oportunidad de la ciudad. Sin embargo hay escépticos y tienen algo de razón.

Desde el proyecto de Pedro Cerisola he simpatizado con el criterio de un gran aeropuerto que cancele los otros cercanos (Benito Juárez y Santa Lucía), en vez de la alternativa de Tizayuca con simultaneidad con el Benito Juárez. La cercanía es uno de los criterios y la presencia de un terreno consolidado a nombre de la Federación es otro.

Hay preocupaciones de carácter ambiental. Si bien entiendo el enfoque holístico que debe tener el cuidado del medio ambiente en la cuenca de la Ciudad de México, el lago en sí no parece tener mayores contribuciones que la vida de las aves migratorias, que se vuelven así el punto más frágil del aeropuerto. Un pájaro de más de un kilogramo dentro de una turbina puede causar un accidente. Ya en el aeropuerto actual existe un trabajo de prevención constante: águilas y halcones son usados para ahuyentar parvadas.

Pero el lago tiene una labor preventiva. La Ciudad de México se hizo sobre un lago, no muy profundo pero sí muy extenso. La lluvia puede inundar barrios, como lo ha hecho año con año, pero siempre existe el temor de que se repitan las grandes inundaciones de 1951 o 1629. Si el Lago de Texcoco pierde capacidad de regulación, el riesgo de inundación masiva se incrementa, aunque haya mejores posibilidades tecnológicas de hacer frente a la tormenta perfecta.

Más allá de los temas ambientales, donde lo fundamental es lograr la sustentabilidad del cambio de aeropuerto (hay dudas fundadas), el aeropuerto sí es una gran oportunidad, desde un incremento sustancial de la actividad económica en los sectores turismo y logística hasta la posibilidad de crear corredores productivos más cerca de los centros de empleo.

Hablar en este momento de cancelar el proyecto del nuevo aeropuerto es absurdo y preocupante: son decenas de miles de millones invertidos en los últimos años. Ya en este momento el nuevo aeropuerto podría valer más que el viejo.

Comparto con los opositores al nuevo aeropuerto las preocupaciones por la falta de probidad de quienes han conducido el diseño y construcción del NAICM, pero justo por eso el énfasis debe estar en la transparencia, en la seguridad de que las pistas o terminales no quedarán hundidas en la salinidad del lago con costos de mantenimiento estratosféricos.

Hay muchas más preocupaciones: esa es la agenda a seguir, no la oposición al proyecto. Los terrenos adyacentes, el del viejo AICM, polígonos para sembrar árboles, para inundar, para urbanizar, cómo el viejo aeropuerto puede ayudar a financiar el desarrollo de la ciudad, el transporte público, parques públicos donde no los haya, las redes de agua y drenaje, las conexiones regionales, el fomento turístico, el económico y todas las oportunidades que ofrecerá la nueva sede del aeropuerto.

Ese es el tema, la planeación integral de la ciudad a partir de una modificación sustancial de su funcionamiento: la gran oportunidad.

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