/ miércoles 6 de diciembre de 2023

El segundo Juan Pablo

Una de las últimas veces que hablé con Juan Pablo me dijo que de súbito empezó a bajar de peso, cuando fue al médico le mandaron estudios y en cuestión de días no sólo descubrió que tenía cáncer, sino que le debían extirpar el estómago, porque el tumor había echado raíces ahí mismo.

Después de las quimioterapias, el cáncer de Juan Pablo parecía irse. Cuando te sientas bien, le dije, te voy a visitar. En realidad no quería que sus amigos lo viéramos como estaba. Su cáncer regresó y empezó un nuevo tratamiento. Los médicos sólo le dieron como esperanza una operación en la que tenía muy bajas probabilidades de sobrevivir.

Un día antes de la operación me llamó para despedirse. Me dijo que yo recibiría una llamada desde su teléfono, si escuchaba su voz, era que todo había salido bien; si escuchaba la de Joaquín, su hermano, sabía cuál era el desenlace.

Ese día yo tenía una cita romántica, con Angélica, mi esposa hoy, madre de Nicolás, Benxamín y Sebastián, y por supuesto una gran compañera y amiga. Hacia la media noche ya estábamos en su casa, ya éramos novios, flamantes enamorados. En eso sonó el teléfono. Por la hora intuí el desenlace. Era la voz del Joaco.

A partir de allí no paré de llorar. Me despedí de Angélica en cuanto me estabilicé, y al día siguiente fui solo al velorio, en la propia casa de Juan Pablo y Joaquín. Su padre, Don Joaquín Cisneros, simplemente estaba apagado. Días después, en San Ignacio de Loyola, donde se casaron mis padres, hubo una misa y depositaron las cenizas. Ahí sí lo vi destrozado.

El gemelo de Juan Pablo, Joaquín, tenía como foto de perfil en Facebook una imagen donde miraba hacia el cuarto vacío de su hermano, una recámara igualmente gemela a la suya, separadas por sus respectivos vidrios y un cubo de luz. El arquitecto, autodidacta, había sido justamente el padre de ambos: político, alcalde, candidato a gobernador y senador de Tlaxcala.

Cuatro años después de la muerte de su hermano, Joaquín se estrelló piloteando una avioneta que, además de los pesos físicos, llevaba la gran carga de una ausencia.

Siendo Autoridad del Espacio Público de la Ciudad de México, mi amigo Víctor Beltri me presentó a Juan Pablo Adame, hijo de Marco Adame, ex gobernador de Morelos. Fue una breve conversación en un Starbucks. Un joven inteligente, íntegro, agradable, a la postre senador suplente de otro amigo, Miguel Ángel Mancera.

Juan Pablo Adame vivió el mismo proceso que Juan Pablo Cisneros. Detección del cáncer, extracción del estómago, quimioterapias y un desenlace fatal, que acaba de ocurrir minutos antes de escribir este artículo.

Con una gran paz interior, dejando enormes lecciones de vida, mediando la generosidad de su senador propietario quien pidió licencia para darle voz, Juan Pablo Adame nos dejó iniciativas relacionadas con el tratamiento del cáncer y las políticas de cuidado. Adame fue senador por un día, murió en paz como lo hizo Juan Pablo Cisneros, y luchando hasta el último minuto por heredar lecciones: políticas públicas para todos; el amor y el ejemplo para su esposa Eli y sus hijos María, Rodrigo e Inés.

Doy un trago al vaso de agua que me acompaña frente a la computadora y lo valoro más que nunca. La despedida de Adame fue un gran homenaje al agua fría. Descansen en Paz, Juan Pablos.


Una de las últimas veces que hablé con Juan Pablo me dijo que de súbito empezó a bajar de peso, cuando fue al médico le mandaron estudios y en cuestión de días no sólo descubrió que tenía cáncer, sino que le debían extirpar el estómago, porque el tumor había echado raíces ahí mismo.

Después de las quimioterapias, el cáncer de Juan Pablo parecía irse. Cuando te sientas bien, le dije, te voy a visitar. En realidad no quería que sus amigos lo viéramos como estaba. Su cáncer regresó y empezó un nuevo tratamiento. Los médicos sólo le dieron como esperanza una operación en la que tenía muy bajas probabilidades de sobrevivir.

Un día antes de la operación me llamó para despedirse. Me dijo que yo recibiría una llamada desde su teléfono, si escuchaba su voz, era que todo había salido bien; si escuchaba la de Joaquín, su hermano, sabía cuál era el desenlace.

Ese día yo tenía una cita romántica, con Angélica, mi esposa hoy, madre de Nicolás, Benxamín y Sebastián, y por supuesto una gran compañera y amiga. Hacia la media noche ya estábamos en su casa, ya éramos novios, flamantes enamorados. En eso sonó el teléfono. Por la hora intuí el desenlace. Era la voz del Joaco.

A partir de allí no paré de llorar. Me despedí de Angélica en cuanto me estabilicé, y al día siguiente fui solo al velorio, en la propia casa de Juan Pablo y Joaquín. Su padre, Don Joaquín Cisneros, simplemente estaba apagado. Días después, en San Ignacio de Loyola, donde se casaron mis padres, hubo una misa y depositaron las cenizas. Ahí sí lo vi destrozado.

El gemelo de Juan Pablo, Joaquín, tenía como foto de perfil en Facebook una imagen donde miraba hacia el cuarto vacío de su hermano, una recámara igualmente gemela a la suya, separadas por sus respectivos vidrios y un cubo de luz. El arquitecto, autodidacta, había sido justamente el padre de ambos: político, alcalde, candidato a gobernador y senador de Tlaxcala.

Cuatro años después de la muerte de su hermano, Joaquín se estrelló piloteando una avioneta que, además de los pesos físicos, llevaba la gran carga de una ausencia.

Siendo Autoridad del Espacio Público de la Ciudad de México, mi amigo Víctor Beltri me presentó a Juan Pablo Adame, hijo de Marco Adame, ex gobernador de Morelos. Fue una breve conversación en un Starbucks. Un joven inteligente, íntegro, agradable, a la postre senador suplente de otro amigo, Miguel Ángel Mancera.

Juan Pablo Adame vivió el mismo proceso que Juan Pablo Cisneros. Detección del cáncer, extracción del estómago, quimioterapias y un desenlace fatal, que acaba de ocurrir minutos antes de escribir este artículo.

Con una gran paz interior, dejando enormes lecciones de vida, mediando la generosidad de su senador propietario quien pidió licencia para darle voz, Juan Pablo Adame nos dejó iniciativas relacionadas con el tratamiento del cáncer y las políticas de cuidado. Adame fue senador por un día, murió en paz como lo hizo Juan Pablo Cisneros, y luchando hasta el último minuto por heredar lecciones: políticas públicas para todos; el amor y el ejemplo para su esposa Eli y sus hijos María, Rodrigo e Inés.

Doy un trago al vaso de agua que me acompaña frente a la computadora y lo valoro más que nunca. La despedida de Adame fue un gran homenaje al agua fría. Descansen en Paz, Juan Pablos.


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