/ miércoles 6 de noviembre de 2019

Centro de Barrio | El delito de jugar

Hace unos días, visitando Morelia con mi hijo menor, tuvimos la oportunidad de cerrar una calle angosta, con poco tránsito, para que él con otros tres niños jugaran. Nada que no se haya hecho en el pasado, pero demasiado provocador para el presente. Dos vecinas salieron a quejarse de que los chicos jugaran en la calle, argumentando cualquier cosa. El delito que cometimos, niños y adultos, era tratar de quitarle al auto un espacio que nos robó hace décadas.

En la privada donde vivo también han surgido algunos problemas con las conductas de los niños. Recién nos mudamos, mis impertinentes herederos salieron a jugar al amanecer. En pocos minutos ya una vecina se había quejado. Días más tarde, sus hijos, con amigos, permanecían escuchando música bajo nuestra ventana hasta la medianoche. ¿Por qué está mal que los pequeños se levanten temprano a jugar en áreas comunes, pero jóvenes y adultos puedan tener fiestas hasta la madrugada usando bocinas y no sólo su propia voz?

¿Por qué está bien que los automóviles usen todo el ancho de una calle, dejando, por lo regular, una banqueta angosta que además también es invadida por autos estacionados en lugar prohibido? ¿Por qué nos hemos vuelto tolerantes con el auto e intolerantes con los niños?

Las casas pueden ser pequeñas o grandes, tal vez eso tenga que ver con el poder adquisitivo de las familias o el tiempo que lleven viviendo en el barrio. La casa más grande será sólo una jaula si agotamos la convivencia en el espacio público. En cambio, si éste es el receptor de los gritos, las emociones y los juegos de los niños, el tamaño de la casa no importará. El espacio público tendría que ser la extensión de la casa, por pequeña o grande que sea. Así lo era. Ya no lo es más, es delito social jugar en la calle. Más de uno dirá que las calles son para los coches. Insisto, hace décadas esto era distinto y no tenemos por qué pensar que siempre será así.

Nuestras ciudades hoy están sumidas en la delincuencia, como no lo estaban hace décadas. Hoy está prohibido, de facto, jugar en las calles. ¿No estarán relacionados ambos hechos? Necesitamos fortalecer lazos entre los ciudadanos, necesitamos relajar la forma en que convivimos en los espacios. El juego tendría que ser una de las soluciones. Niños que se apropian de su entorno y no niños que juegan frente a pantallas y dentro de las casas; o simplemente niños pobres que se crían solos en ciudades dormitorio en las que no existe la convivencia entre ricos y pobres, como antaño.

En la ciudad aragonesa de Huesca decidieron instituir el Día de Jugar en la Calle. Tal vez debamos seguir su ejemplo. Ellos lo celebraron este año el 28 de mayo. Puede que haya lluvia, puede que no, pero si detonamos que los niños salgan a jugar en la calle el próximo 28 de mayo en ciudades mexicanas no importa que se mojen, lo que importará es la experiencia misma, que conozcan a sus vecinitos, que nadie pueda protestar por el ruido o por los pelotazos. Que todos estemos dispuestos a que, en vez de autos, haya niños disfrutando del espacio público, ampliando el tamaño de sus casas, apropiándose de la ciudad, generando esperanza para que de una buena vez terminemos con esta violencia que nos está matando. Nada perdemos con probar. Ayúdenme a lograrlo.

Hace unos días, visitando Morelia con mi hijo menor, tuvimos la oportunidad de cerrar una calle angosta, con poco tránsito, para que él con otros tres niños jugaran. Nada que no se haya hecho en el pasado, pero demasiado provocador para el presente. Dos vecinas salieron a quejarse de que los chicos jugaran en la calle, argumentando cualquier cosa. El delito que cometimos, niños y adultos, era tratar de quitarle al auto un espacio que nos robó hace décadas.

En la privada donde vivo también han surgido algunos problemas con las conductas de los niños. Recién nos mudamos, mis impertinentes herederos salieron a jugar al amanecer. En pocos minutos ya una vecina se había quejado. Días más tarde, sus hijos, con amigos, permanecían escuchando música bajo nuestra ventana hasta la medianoche. ¿Por qué está mal que los pequeños se levanten temprano a jugar en áreas comunes, pero jóvenes y adultos puedan tener fiestas hasta la madrugada usando bocinas y no sólo su propia voz?

¿Por qué está bien que los automóviles usen todo el ancho de una calle, dejando, por lo regular, una banqueta angosta que además también es invadida por autos estacionados en lugar prohibido? ¿Por qué nos hemos vuelto tolerantes con el auto e intolerantes con los niños?

Las casas pueden ser pequeñas o grandes, tal vez eso tenga que ver con el poder adquisitivo de las familias o el tiempo que lleven viviendo en el barrio. La casa más grande será sólo una jaula si agotamos la convivencia en el espacio público. En cambio, si éste es el receptor de los gritos, las emociones y los juegos de los niños, el tamaño de la casa no importará. El espacio público tendría que ser la extensión de la casa, por pequeña o grande que sea. Así lo era. Ya no lo es más, es delito social jugar en la calle. Más de uno dirá que las calles son para los coches. Insisto, hace décadas esto era distinto y no tenemos por qué pensar que siempre será así.

Nuestras ciudades hoy están sumidas en la delincuencia, como no lo estaban hace décadas. Hoy está prohibido, de facto, jugar en las calles. ¿No estarán relacionados ambos hechos? Necesitamos fortalecer lazos entre los ciudadanos, necesitamos relajar la forma en que convivimos en los espacios. El juego tendría que ser una de las soluciones. Niños que se apropian de su entorno y no niños que juegan frente a pantallas y dentro de las casas; o simplemente niños pobres que se crían solos en ciudades dormitorio en las que no existe la convivencia entre ricos y pobres, como antaño.

En la ciudad aragonesa de Huesca decidieron instituir el Día de Jugar en la Calle. Tal vez debamos seguir su ejemplo. Ellos lo celebraron este año el 28 de mayo. Puede que haya lluvia, puede que no, pero si detonamos que los niños salgan a jugar en la calle el próximo 28 de mayo en ciudades mexicanas no importa que se mojen, lo que importará es la experiencia misma, que conozcan a sus vecinitos, que nadie pueda protestar por el ruido o por los pelotazos. Que todos estemos dispuestos a que, en vez de autos, haya niños disfrutando del espacio público, ampliando el tamaño de sus casas, apropiándose de la ciudad, generando esperanza para que de una buena vez terminemos con esta violencia que nos está matando. Nada perdemos con probar. Ayúdenme a lograrlo.

ÚLTIMASCOLUMNAS