/ sábado 6 de abril de 2024

Con los hijos no

El interés superior del menor es un principio constitucional; el artículo 4to ordena que en cualquier condición donde existan involucrados menores de edad, niños, niñas y adolescentes, se propicie proteger sus derechos, por encima de los demás; ese privilegio fundamental integra la obligación del Estado Mexicano en todos sus ámbitos, y es de observancia general para la población.

Más allá de una interpretación legal o jurídica, la violación de los derechos de las niñas, niños y adolescentes comprende un vasto terreno que va desde la relación que tiene un menor de edad con la ley y todo su entorno, la sociedad, su escuela, su familia y con él mismo.

En esa relación con la sociedad es deseable que exista una enorme empatía y conocimiento claro de sus necesidades y anhelos. Uno de los retos personales que tiene cada individuo es superar una de las etapas más complejas: la adolescencia.

Hay códigos no escritos donde se sanciona la honorabilidad, el respeto y la prudencia de las personas; en todos los ámbitos de la vida social, involucrarse con el hijo de quien sea, siempre establecerá una barrera donde las pasiones personales, políticas o económicas no se deben rebasar porque suelen cosechar rencores vitalicios bien ganados, es un sendero espinoso de resultados irreconciliables.

Además de vulgar e insensato, es el grado más alto de ofensa que puede existir para cualquier persona que es padre, madre o quien ostenta la tutela de cualquier forma.

En estos días, de tiempos electorales, se han utilizado granadas de fragmentación en redes sociales y medios de comunicación, se diseñan, organizan y ejecutan guerrillas de descalificación brutalmente cobardes, se evidencia la incapacidad crítica y se enaltece la difamación y la calumnia como acto consuetudinario para terminar en inescrupulosa sorna, simplemente por ser hijo de un actor político; el derecho de réplica, si se ejerce, ya es inocuo ante el daño proferido.

Los códigos de honor se deben enaltecer y perpetuar; debemos reeducar a los que no tienen conducción ética.

La descomposición conductual en contra de los hijos propios o ajenos nunca debe normalizarse en ningún tipo de comunidad, sean o no mayores de edad.

Nuestra capacidad de aprender es el motor para mejorar socialmente, las acciones que se realizan en la cobardía del anonimato que otorgan las redes sociales, muestran el nivel de miedo, maldad y barbarie de quienes las emiten, esas pasiones violentas pervierten la cotidianidad. Es una excitación semejante al sicariato, donde por cualquier miserable dádiva, se quita la vida a otra persona; se tiene que recuperar la razón, esa responsabilidad de saber que la emisión de una idea destructiva emite un legado incivilizado, debemos luchar contra los personajes inhumanos e inquisidores.

En las juventudes hitlerianas existía la idea de formar jóvenes orgullosos de su país, de su raza y leales al Führer; una de las doctrinas era fomentar el racismo y la agresividad; el método era promover la unión en virtud del odio a un enemigo, es decir, a los judíos, a los homosexuales, a los no arios. Las enormes matanzas étnicas cultivan odio. La Yihad es otra forma de fanatismo, donde la satanización de los adversarios justifica cualquier acción.

Recordemos las matanzas de Yugoslavia y Ruanda, en todos los casos los predicadores vociferan odio para aglutinar la identidad nacional.

Mucho hay que construir para evitar condiciones que pongan en riesgo a las jóvenes generaciones de nuestro país.

Necesitamos continuar con la sana transformación de la naturaleza humana, primordialmente de nuestra sociedad mexicana.

Estigmaticemos a quien ataca a los hijos. A quien rompa la tregua permanente en favor y honor de la familia.

El interés superior del menor es un principio constitucional; el artículo 4to ordena que en cualquier condición donde existan involucrados menores de edad, niños, niñas y adolescentes, se propicie proteger sus derechos, por encima de los demás; ese privilegio fundamental integra la obligación del Estado Mexicano en todos sus ámbitos, y es de observancia general para la población.

Más allá de una interpretación legal o jurídica, la violación de los derechos de las niñas, niños y adolescentes comprende un vasto terreno que va desde la relación que tiene un menor de edad con la ley y todo su entorno, la sociedad, su escuela, su familia y con él mismo.

En esa relación con la sociedad es deseable que exista una enorme empatía y conocimiento claro de sus necesidades y anhelos. Uno de los retos personales que tiene cada individuo es superar una de las etapas más complejas: la adolescencia.

Hay códigos no escritos donde se sanciona la honorabilidad, el respeto y la prudencia de las personas; en todos los ámbitos de la vida social, involucrarse con el hijo de quien sea, siempre establecerá una barrera donde las pasiones personales, políticas o económicas no se deben rebasar porque suelen cosechar rencores vitalicios bien ganados, es un sendero espinoso de resultados irreconciliables.

Además de vulgar e insensato, es el grado más alto de ofensa que puede existir para cualquier persona que es padre, madre o quien ostenta la tutela de cualquier forma.

En estos días, de tiempos electorales, se han utilizado granadas de fragmentación en redes sociales y medios de comunicación, se diseñan, organizan y ejecutan guerrillas de descalificación brutalmente cobardes, se evidencia la incapacidad crítica y se enaltece la difamación y la calumnia como acto consuetudinario para terminar en inescrupulosa sorna, simplemente por ser hijo de un actor político; el derecho de réplica, si se ejerce, ya es inocuo ante el daño proferido.

Los códigos de honor se deben enaltecer y perpetuar; debemos reeducar a los que no tienen conducción ética.

La descomposición conductual en contra de los hijos propios o ajenos nunca debe normalizarse en ningún tipo de comunidad, sean o no mayores de edad.

Nuestra capacidad de aprender es el motor para mejorar socialmente, las acciones que se realizan en la cobardía del anonimato que otorgan las redes sociales, muestran el nivel de miedo, maldad y barbarie de quienes las emiten, esas pasiones violentas pervierten la cotidianidad. Es una excitación semejante al sicariato, donde por cualquier miserable dádiva, se quita la vida a otra persona; se tiene que recuperar la razón, esa responsabilidad de saber que la emisión de una idea destructiva emite un legado incivilizado, debemos luchar contra los personajes inhumanos e inquisidores.

En las juventudes hitlerianas existía la idea de formar jóvenes orgullosos de su país, de su raza y leales al Führer; una de las doctrinas era fomentar el racismo y la agresividad; el método era promover la unión en virtud del odio a un enemigo, es decir, a los judíos, a los homosexuales, a los no arios. Las enormes matanzas étnicas cultivan odio. La Yihad es otra forma de fanatismo, donde la satanización de los adversarios justifica cualquier acción.

Recordemos las matanzas de Yugoslavia y Ruanda, en todos los casos los predicadores vociferan odio para aglutinar la identidad nacional.

Mucho hay que construir para evitar condiciones que pongan en riesgo a las jóvenes generaciones de nuestro país.

Necesitamos continuar con la sana transformación de la naturaleza humana, primordialmente de nuestra sociedad mexicana.

Estigmaticemos a quien ataca a los hijos. A quien rompa la tregua permanente en favor y honor de la familia.