/ lunes 27 de julio de 2020

Coronavirus y Deporte | ¿Cuánto pesa la grada de un estadio vacío?

Por: José Ángel Rueda

No sé cuántas veces, durante esta cuarentena, he pensado en los estadios vacíos y en lo triste que es que los aficionados no puedan ver desde la grada a su equipo de futbol. La idea es triste porque representa un sinsentido. Como si los futbolistas estuvieran condenados a jugar para nadie, y sus acciones dentro del campo no encontraran el asombro de la multitud. La multitud que mira a través de la televisión y que, aunque distinto, en cierta medida recuperó algo de lo perdido, pero el futbolista no. Para el futbolista, que no encuentra el consuelo de una transmisión ambientada, y que ante el milagro del gol sólo advierte el eco de los aplausos en la inmensidad del terreno de juego, el futbol sigue sin ser lo de antes.

Aunque es cierto que es difícil acostumbrarse a un futbol que no es como el de antes. Porque seguimos hablando de local y visitante y de las obligaciones que supone jugar ante su gente, sin ponernos a pensar que el futbol que se inventó después de la pandemia no tiene casa, y que todos los campos, de alguna manera, son como un mismo terreno que se reparte por el mundo. Y el futbol es acaso una ardua lucha de talentos puros, sin importar el entorno. Nadie tiene la ventaja de jugar en casa, salvo por particulares cosas que poco tienen que ver con lo que se disputa adentro de la cancha.

Hace unos días, desde Inglaterra llegó la noticia de que el partido de vuelta de los Octavos de Final de la Champions League entre el Manchester City y el Real Madrid no se podría disputar en el Etihad Stadium, de Manchester, porque los rebrotes de coronavirus en España encendieron las alarmas en toda Europa, y el Reino Unido no quiere correr los riesgos que sí corrió en marzo, cuando el Atlético visitó Liverpool, y todo salió mal.

La noticia llegó acompañada de su dosis de alarma, como si el hecho de inmediato representara un peligro para el Manchester City, que tendría que pelear contra la aristocracia merengue lejos de su casa, o habría que decir, lejos de su casa vacía, con esa capacidad que tiene una sola palabra para dinamitar para siempre el sentido de una frase. Luego se supo que el gobierno inglés finalmente permitirá la entrada a su territorio del equipo español, y entonces sí, los de Pep Guardiola enfrentarán a los de Zidane en la comodidad de su hogar, en donde buscará revalidar el fantástico 1-2 que sacaron de un repleto Santiago Bernabéu, cuando una victoria como visitante en un feudo semejante tenía los papeles de hazaña. Un poquito de épica ha perdido este futbol nuevo.

Parece vieja la película del Atlético de Madrid silenciando los cantos de Anfield apenas hace unos meses. El Liverpool, que ni con su gente pudo contra el pundonor del equipo del Cholo Simeone, que a su vez también echará de menos la particular voz del Wanda Metropolitano, con esos cánticos que apelan al orgullo de ser del Atleti, aunque todo vaya mal, cuando lo que queda de Champions se dispute en los terrenos desiertos de Lisboa, en esa cancha interminable de la que hablábamos antes.

Por: José Ángel Rueda

No sé cuántas veces, durante esta cuarentena, he pensado en los estadios vacíos y en lo triste que es que los aficionados no puedan ver desde la grada a su equipo de futbol. La idea es triste porque representa un sinsentido. Como si los futbolistas estuvieran condenados a jugar para nadie, y sus acciones dentro del campo no encontraran el asombro de la multitud. La multitud que mira a través de la televisión y que, aunque distinto, en cierta medida recuperó algo de lo perdido, pero el futbolista no. Para el futbolista, que no encuentra el consuelo de una transmisión ambientada, y que ante el milagro del gol sólo advierte el eco de los aplausos en la inmensidad del terreno de juego, el futbol sigue sin ser lo de antes.

Aunque es cierto que es difícil acostumbrarse a un futbol que no es como el de antes. Porque seguimos hablando de local y visitante y de las obligaciones que supone jugar ante su gente, sin ponernos a pensar que el futbol que se inventó después de la pandemia no tiene casa, y que todos los campos, de alguna manera, son como un mismo terreno que se reparte por el mundo. Y el futbol es acaso una ardua lucha de talentos puros, sin importar el entorno. Nadie tiene la ventaja de jugar en casa, salvo por particulares cosas que poco tienen que ver con lo que se disputa adentro de la cancha.

Hace unos días, desde Inglaterra llegó la noticia de que el partido de vuelta de los Octavos de Final de la Champions League entre el Manchester City y el Real Madrid no se podría disputar en el Etihad Stadium, de Manchester, porque los rebrotes de coronavirus en España encendieron las alarmas en toda Europa, y el Reino Unido no quiere correr los riesgos que sí corrió en marzo, cuando el Atlético visitó Liverpool, y todo salió mal.

La noticia llegó acompañada de su dosis de alarma, como si el hecho de inmediato representara un peligro para el Manchester City, que tendría que pelear contra la aristocracia merengue lejos de su casa, o habría que decir, lejos de su casa vacía, con esa capacidad que tiene una sola palabra para dinamitar para siempre el sentido de una frase. Luego se supo que el gobierno inglés finalmente permitirá la entrada a su territorio del equipo español, y entonces sí, los de Pep Guardiola enfrentarán a los de Zidane en la comodidad de su hogar, en donde buscará revalidar el fantástico 1-2 que sacaron de un repleto Santiago Bernabéu, cuando una victoria como visitante en un feudo semejante tenía los papeles de hazaña. Un poquito de épica ha perdido este futbol nuevo.

Parece vieja la película del Atlético de Madrid silenciando los cantos de Anfield apenas hace unos meses. El Liverpool, que ni con su gente pudo contra el pundonor del equipo del Cholo Simeone, que a su vez también echará de menos la particular voz del Wanda Metropolitano, con esos cánticos que apelan al orgullo de ser del Atleti, aunque todo vaya mal, cuando lo que queda de Champions se dispute en los terrenos desiertos de Lisboa, en esa cancha interminable de la que hablábamos antes.