/ miércoles 8 de julio de 2020

Coronavirus y deporte | El domingo interminable de las hinchadas

Su nombre era Prudencio, pero de prudente tenía poco. Es que lo que tienen las almas rebeldes, que se imponen hasta en las cuestiones más nimias.

Eran los primeros años del siglo pasado y en Uruguay el futbol ya tenía pinta de cosa importante.

Entonces cuando el mítico Nacional jugaba, Prudencio Miguel Reyes llegaba temprano a la cancha y comenzaba afanosamente con sus labores de utilero. Tomaba los tacos negros con las manos llenas de trabajo y les sacaba brillo, tenía la convicción de que unos zapatos libres de barro iban mejor con la bocha. Es una cuestión estética. Luego alistaba las telas gruesas y pesadas y las acomodaba a lo largo de los tablones de madera, y ya con el partido encima, a las prisas, hinchaba los balones con ahínco. Ahí los dejaba, rebosantes, dispuestos al juego, como estatuas de plomo levantadas en plena cancha.

De tanto hinchar un bien día le dijeron el hincha. Aunque el término aún habría de encontrar su sentido. Con las labores resueltas, Prudencio se dedicaba el partido entero a caminar por los caminos inventados a un costado del campo; esos que se forman de tanto andar. Gritaba de todo, todo el tiempo, como si de su aliento dependiera el resultado, y acaso sí. La gente, desde el graderío, lo miraba con asombro, como el hincha que proveía el aliento que el equipo por momentos no encontraba. El término trascendió en el tiempo, y cada vez que una hinchada canta, a Prudencio se le dibuja una de esas sonrisas tan solo comparables con la alegría que nace de un gol.

Para el hincha el resultado casi siempre es lo de menos. La victoria y la derrota son inherentes al juego, apenas es un desenlace necesario, pero no lo más importante. El triunfo está en otro lado, en el aliento, en la compañía, en la capacidad de hacerse sentir en los momentos de mayor apremio. Por eso no resulta extraño que en los estadios, cuando el equipo local recibe un gol, la hinchada cante con más fuerza, como un estruendo capaz de subir el ánimo de los golpeados.

El hincha, casi siempre es nómada: prefiere ver los partidos desde el estadio que desde la comodidad de su casa, por eso no le importa recorrer cientos de kilómetros para acompañar a su equipo; al contrario, la suma es una cuestión de honor. El ritual no solo se remite a la cancha, sino que empieza desde la recepción en los aeropuertos, las serenatas en el hotel de concentración, las caravanas al estadio, y finalmente el carnaval desde la grada, donde entre saltos y cantos y banderas que parten en horizonte y disminuyen considerablemente la visibilidad, el futbol es apenas un complemento que se impone como en un sueño.

El futbol de estos días extraña a los hinchas, y los hinchas de estos días extrañan el futbol de antes, sus ruidos y sus colores.

La vida se nos escapa en las cosas que extrañamos. Dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano que cada domingo lleva su carga de melancolía, porque cuando llega la noche el carnaval se muere, y con él el hincha se dispersa y regresa a su soledad.

Los hinchas viven su domingo interminable.

Su nombre era Prudencio, pero de prudente tenía poco. Es que lo que tienen las almas rebeldes, que se imponen hasta en las cuestiones más nimias.

Eran los primeros años del siglo pasado y en Uruguay el futbol ya tenía pinta de cosa importante.

Entonces cuando el mítico Nacional jugaba, Prudencio Miguel Reyes llegaba temprano a la cancha y comenzaba afanosamente con sus labores de utilero. Tomaba los tacos negros con las manos llenas de trabajo y les sacaba brillo, tenía la convicción de que unos zapatos libres de barro iban mejor con la bocha. Es una cuestión estética. Luego alistaba las telas gruesas y pesadas y las acomodaba a lo largo de los tablones de madera, y ya con el partido encima, a las prisas, hinchaba los balones con ahínco. Ahí los dejaba, rebosantes, dispuestos al juego, como estatuas de plomo levantadas en plena cancha.

De tanto hinchar un bien día le dijeron el hincha. Aunque el término aún habría de encontrar su sentido. Con las labores resueltas, Prudencio se dedicaba el partido entero a caminar por los caminos inventados a un costado del campo; esos que se forman de tanto andar. Gritaba de todo, todo el tiempo, como si de su aliento dependiera el resultado, y acaso sí. La gente, desde el graderío, lo miraba con asombro, como el hincha que proveía el aliento que el equipo por momentos no encontraba. El término trascendió en el tiempo, y cada vez que una hinchada canta, a Prudencio se le dibuja una de esas sonrisas tan solo comparables con la alegría que nace de un gol.

Para el hincha el resultado casi siempre es lo de menos. La victoria y la derrota son inherentes al juego, apenas es un desenlace necesario, pero no lo más importante. El triunfo está en otro lado, en el aliento, en la compañía, en la capacidad de hacerse sentir en los momentos de mayor apremio. Por eso no resulta extraño que en los estadios, cuando el equipo local recibe un gol, la hinchada cante con más fuerza, como un estruendo capaz de subir el ánimo de los golpeados.

El hincha, casi siempre es nómada: prefiere ver los partidos desde el estadio que desde la comodidad de su casa, por eso no le importa recorrer cientos de kilómetros para acompañar a su equipo; al contrario, la suma es una cuestión de honor. El ritual no solo se remite a la cancha, sino que empieza desde la recepción en los aeropuertos, las serenatas en el hotel de concentración, las caravanas al estadio, y finalmente el carnaval desde la grada, donde entre saltos y cantos y banderas que parten en horizonte y disminuyen considerablemente la visibilidad, el futbol es apenas un complemento que se impone como en un sueño.

El futbol de estos días extraña a los hinchas, y los hinchas de estos días extrañan el futbol de antes, sus ruidos y sus colores.

La vida se nos escapa en las cosas que extrañamos. Dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano que cada domingo lleva su carga de melancolía, porque cuando llega la noche el carnaval se muere, y con él el hincha se dispersa y regresa a su soledad.

Los hinchas viven su domingo interminable.