/ viernes 24 de septiembre de 2021

El grito de la adulación

La proclama original de Miguel Hidalgo, no fue en realidad un llamado a la independencia de Nueva España, era eso sí, una incitación a la rebelión contra el mal gobierno, entendido este por aquel representado por José Napoleón (Pepe Botellas) hermano del Emperador francés que había depuesto al Rey Fernando VII, legítimo heredero de la Corona Española. El mal gobierno, para los insurgentes, se extendía hasta estas tierras con la actitud pasiva y sumisa de los gobernantes virreinales. Según varios historiadores, lo que Hidalgo expresó al convocar a sus feligreses fue:

“Mexicanos ¡Viva la religión! ¡Viva Nuestra Madre Santísima de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la América! ¡Muera el mal gobierno!”

La celebración de nuestra independencia con una arenga y discurso públicos la inicio Maximiliano de Habsburgo. El Emperador en septiembre de 1864 viajó al pueblo de Dolores. A las diez de la noche del 15 visitó la casa de Hidalgo y una hora más tarde, desde un balcón, leyó un discurso donde elogiaba la figura del cura Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria y llamó a todos los mexicanos a la unión y a la concordia.

Durante el gobierno de Porfirio Díaz se continuó con la costumbre establecida a lo largo del siglo XIX. Aunque el General sustituyó los discursos por una breve arenga al pueblo, desde el balcón central del Palacio Nacional, y la verbena popular comenzó a organizarse en la Plaza Mayor de la Ciudad de México. Para 1896 ordena el traslado de la campana de Dolores a Palacio Nacional. Desde ese momento la Campana de Dolores se convierte en la mente colectiva de los mexicanos en un símbolo y la fiesta en el Zócalo capitalino como una hermosa tradición.

A partir de entonces, la arenga del 15 de septiembre, es una convocatoria para recordar y alabar a nuestros héroes, aquellos que la colectividad acepta como los que representan de manera ejemplar las luchas de emancipación y libertad de la nación mexicana. También, en varias ocasiones, se agregan llamados a exaltar valores nacionales que nos pueden dar cohesión como sociedad. Así, por ejemplo, Porfirio Díaz incluyó en su grito los valores de la República, Libertad e Independencia; Lázaro Cárdenas la Revolución Social; Ávila Camacho la Libertad Humana y las instituciones; Díaz Ordaz la Concordia entre los mexicanos y la Paz con Justicia y Libertad; López Portillo la Soberanía Nacional y la Autodeterminación; Fox los Acuerdos para un México mejor y el Compromiso y Unión de todos los mexicanos; López Obrador ha incluido muchos valores en sus gritos como la Fraternidad Universal, la Honestidad, el Amor al prójimo y las Culturas prehispánicas.

La ceremonia del Grito de la Independencia se extiende a todas las plazas públicas del país y a las capitales del mundo donde tenemos representación diplomática. Es por eso que las autoridades de los estados, municipios o embajadores y cónsules, tienen el alto privilegio de “dar el grito” en los lugares donde han sido electos o nombrados.

Con este amplio mosaico de protagonistas, sería lógico suponer que año con año se pueden dar algunas fallas o excesos en el momento de recordar nuestra gesta de independencia. Han habido momentos embarazosos como cuando el exgobernador de Aguascalientes Carlos Lozano, confundió el nombre de Doña Josefa Ortiz de Domínguez, momentos chuscos como el de Enrique Peña Nieto, que emocionado, olvidó ondear la Bandera Nacional o eventos ofensivos como el caso del expresidente municipal de Macuspana Tabasco, José Eduardo Rovirosa que pidió un ¡Viva! para él mismo.

A pesar de pifias y errores nunca habíamos llegado a la abyección como lo que se vivió en la ceremonia del grito del 15 de septiembre pasado en el que tres mujeres; la gobernadora morenista de Campeche, la alcaldesa de Iztapalapa, también morenista y la cónsul en Estambul, nombrada por este gobierno, protagonizaron un vergonzoso momento al exclamar “Vivas” para López Obrador.

Ellas saben muy bien lo que hacen. Juegan deliberadamente a rendirle honores al “jefe” y hacerlo sentir muy bien, casi como un Rey, apostando a que ese esquema redundará en una cercanía mayor. No les importa para nada el bochornoso acto de adulación y el doblar la espalda hasta romperse, haciendo caravanas a su jefe porque conocen su psicología, en realidad a este Presidente le gusta se le trate como a un Monarca.

En el sexenio de la ausencia de corrupción es preciso decir que la adulación corrompe al adulador porque su motivación es una compensación interesada. Se compra su lealtad, a cambio de su mentira o engaño. Y corrompe al adulado porque le confunde o le conviene para mantener una posición insostenible desde la razón y la crítica. La adulación, además, no tiene garantizado el éxito porque no se fundamenta en la realidad, sino en su sublimación. Y porque nada serio y riguroso se logra con espuma de jabón.

Hubiéramos esperado un cese fulminante de la empleada en Estambul o por lo menos una amonestación pública, pero no hubo nada. Será porque a este Presidente le gustan los ¿vivas al Rey?, ¿las adulaciones a gritos? Si es así Presidente, recuerde del famoso cuento de Hans Christian Andersen: ¡Pero si el Rey va desnudo!.

La proclama original de Miguel Hidalgo, no fue en realidad un llamado a la independencia de Nueva España, era eso sí, una incitación a la rebelión contra el mal gobierno, entendido este por aquel representado por José Napoleón (Pepe Botellas) hermano del Emperador francés que había depuesto al Rey Fernando VII, legítimo heredero de la Corona Española. El mal gobierno, para los insurgentes, se extendía hasta estas tierras con la actitud pasiva y sumisa de los gobernantes virreinales. Según varios historiadores, lo que Hidalgo expresó al convocar a sus feligreses fue:

“Mexicanos ¡Viva la religión! ¡Viva Nuestra Madre Santísima de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la América! ¡Muera el mal gobierno!”

La celebración de nuestra independencia con una arenga y discurso públicos la inicio Maximiliano de Habsburgo. El Emperador en septiembre de 1864 viajó al pueblo de Dolores. A las diez de la noche del 15 visitó la casa de Hidalgo y una hora más tarde, desde un balcón, leyó un discurso donde elogiaba la figura del cura Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria y llamó a todos los mexicanos a la unión y a la concordia.

Durante el gobierno de Porfirio Díaz se continuó con la costumbre establecida a lo largo del siglo XIX. Aunque el General sustituyó los discursos por una breve arenga al pueblo, desde el balcón central del Palacio Nacional, y la verbena popular comenzó a organizarse en la Plaza Mayor de la Ciudad de México. Para 1896 ordena el traslado de la campana de Dolores a Palacio Nacional. Desde ese momento la Campana de Dolores se convierte en la mente colectiva de los mexicanos en un símbolo y la fiesta en el Zócalo capitalino como una hermosa tradición.

A partir de entonces, la arenga del 15 de septiembre, es una convocatoria para recordar y alabar a nuestros héroes, aquellos que la colectividad acepta como los que representan de manera ejemplar las luchas de emancipación y libertad de la nación mexicana. También, en varias ocasiones, se agregan llamados a exaltar valores nacionales que nos pueden dar cohesión como sociedad. Así, por ejemplo, Porfirio Díaz incluyó en su grito los valores de la República, Libertad e Independencia; Lázaro Cárdenas la Revolución Social; Ávila Camacho la Libertad Humana y las instituciones; Díaz Ordaz la Concordia entre los mexicanos y la Paz con Justicia y Libertad; López Portillo la Soberanía Nacional y la Autodeterminación; Fox los Acuerdos para un México mejor y el Compromiso y Unión de todos los mexicanos; López Obrador ha incluido muchos valores en sus gritos como la Fraternidad Universal, la Honestidad, el Amor al prójimo y las Culturas prehispánicas.

La ceremonia del Grito de la Independencia se extiende a todas las plazas públicas del país y a las capitales del mundo donde tenemos representación diplomática. Es por eso que las autoridades de los estados, municipios o embajadores y cónsules, tienen el alto privilegio de “dar el grito” en los lugares donde han sido electos o nombrados.

Con este amplio mosaico de protagonistas, sería lógico suponer que año con año se pueden dar algunas fallas o excesos en el momento de recordar nuestra gesta de independencia. Han habido momentos embarazosos como cuando el exgobernador de Aguascalientes Carlos Lozano, confundió el nombre de Doña Josefa Ortiz de Domínguez, momentos chuscos como el de Enrique Peña Nieto, que emocionado, olvidó ondear la Bandera Nacional o eventos ofensivos como el caso del expresidente municipal de Macuspana Tabasco, José Eduardo Rovirosa que pidió un ¡Viva! para él mismo.

A pesar de pifias y errores nunca habíamos llegado a la abyección como lo que se vivió en la ceremonia del grito del 15 de septiembre pasado en el que tres mujeres; la gobernadora morenista de Campeche, la alcaldesa de Iztapalapa, también morenista y la cónsul en Estambul, nombrada por este gobierno, protagonizaron un vergonzoso momento al exclamar “Vivas” para López Obrador.

Ellas saben muy bien lo que hacen. Juegan deliberadamente a rendirle honores al “jefe” y hacerlo sentir muy bien, casi como un Rey, apostando a que ese esquema redundará en una cercanía mayor. No les importa para nada el bochornoso acto de adulación y el doblar la espalda hasta romperse, haciendo caravanas a su jefe porque conocen su psicología, en realidad a este Presidente le gusta se le trate como a un Monarca.

En el sexenio de la ausencia de corrupción es preciso decir que la adulación corrompe al adulador porque su motivación es una compensación interesada. Se compra su lealtad, a cambio de su mentira o engaño. Y corrompe al adulado porque le confunde o le conviene para mantener una posición insostenible desde la razón y la crítica. La adulación, además, no tiene garantizado el éxito porque no se fundamenta en la realidad, sino en su sublimación. Y porque nada serio y riguroso se logra con espuma de jabón.

Hubiéramos esperado un cese fulminante de la empleada en Estambul o por lo menos una amonestación pública, pero no hubo nada. Será porque a este Presidente le gustan los ¿vivas al Rey?, ¿las adulaciones a gritos? Si es así Presidente, recuerde del famoso cuento de Hans Christian Andersen: ¡Pero si el Rey va desnudo!.