/ miércoles 27 de octubre de 2021

La carencia CDMX

En fechas recientes me he referido a la necesidad de fortalecer a las alcaldías, en vez del actual proceso de debilitamiento, impulsado por la actual Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. Esta vez quiero reflexionar sobre las implicaciones de un absurdo: fortalecer a las demarcaciones a cambio de la incorporación de criterios de ciudad en el ejercicio del recurso.

A las alcaldías ha llegado el “techo presupuestal”, que es la estimación de presupuesto para el próximo año que será presentada al Congreso de la Ciudad de México. El incremento nominal es de alrededor de 8%, pero de forma práctica es nulo: hay un incremento en las obligaciones por cantidades similares.

Cuando uno mira recientes intervenciones del Gobierno de la Ciudad de México en el espacio público, como el Parque Cantera, el Bosque de Aragón, el Gran Canal, el Parque Cuitláhuac, entre otros, nota que la inversión representa decenas y hasta cientos de millones de pesos. Ninguna alcaldía puede hacer inversiones equivalentes. Las de mayor presupuesto, quizá pueden invertir unos 20 millones de pesos, como máximo, en un espacio. Si a esta inequidad le sumamos el hecho de que el Gobierno de la Ciudad de México define dónde invertir y a quién invitar a sus actos políticos, el resultado es un gobierno central fuerte con alcaldías débiles, lo que va en detrimento de la democracia.

Mi propuesta es, por absurdo que suene, invertir el esquema: provocar que las grandes intervenciones tengan un elevado componente local, a cambio de que se sigan lineamientos centrales y se combata el clientelismo político. Tal vez piensen que nadie cede el poder de forma gratuita, pero podríamos imaginar el resultado de esta propuesta: gobiernos locales contentos, pero a la vez sujetos a más controles, con el beneficio directo sobre la ciudadanía.

Este absurdo político que planteo, en realidad, debería llevarnos a otro enfoque de autoridades públicas tanto a nivel central como local: dejar de administrar la carencia, involucrar a las alcaldías en la recaudación del predial a cambio de incrementar la efectividad en dicha recaudación, hacer que las autoridades locales se asuman no sólo como gestores de los derechos sino también de las obligaciones. La ciudad puede ganar mucho. ¿Y los políticos?

Bajo la política tradicional, uno no cede el poder si no hay algo o alguien que se lo exija, pero eso inhibe la posibilidad de crear o transformar. Es un juego político demasiado conservador; en realidad, me inclino por invitar a las personas que se dedican a la política a revisar los juegos tradicionales y tratar de innovar: más recursos y protagonismo de las alcaldías no opacará a la Jefa de Gobierno, por el contrario, la hará brillar.

Para 2022, la línea tendencial no manda austeridad, lo que manda es la pobreza, la carencia, gobiernos locales pobres y un gobierno central que humilla a quienes no piensan igual. Eso no es política, eso es ser miserables.


En fechas recientes me he referido a la necesidad de fortalecer a las alcaldías, en vez del actual proceso de debilitamiento, impulsado por la actual Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. Esta vez quiero reflexionar sobre las implicaciones de un absurdo: fortalecer a las demarcaciones a cambio de la incorporación de criterios de ciudad en el ejercicio del recurso.

A las alcaldías ha llegado el “techo presupuestal”, que es la estimación de presupuesto para el próximo año que será presentada al Congreso de la Ciudad de México. El incremento nominal es de alrededor de 8%, pero de forma práctica es nulo: hay un incremento en las obligaciones por cantidades similares.

Cuando uno mira recientes intervenciones del Gobierno de la Ciudad de México en el espacio público, como el Parque Cantera, el Bosque de Aragón, el Gran Canal, el Parque Cuitláhuac, entre otros, nota que la inversión representa decenas y hasta cientos de millones de pesos. Ninguna alcaldía puede hacer inversiones equivalentes. Las de mayor presupuesto, quizá pueden invertir unos 20 millones de pesos, como máximo, en un espacio. Si a esta inequidad le sumamos el hecho de que el Gobierno de la Ciudad de México define dónde invertir y a quién invitar a sus actos políticos, el resultado es un gobierno central fuerte con alcaldías débiles, lo que va en detrimento de la democracia.

Mi propuesta es, por absurdo que suene, invertir el esquema: provocar que las grandes intervenciones tengan un elevado componente local, a cambio de que se sigan lineamientos centrales y se combata el clientelismo político. Tal vez piensen que nadie cede el poder de forma gratuita, pero podríamos imaginar el resultado de esta propuesta: gobiernos locales contentos, pero a la vez sujetos a más controles, con el beneficio directo sobre la ciudadanía.

Este absurdo político que planteo, en realidad, debería llevarnos a otro enfoque de autoridades públicas tanto a nivel central como local: dejar de administrar la carencia, involucrar a las alcaldías en la recaudación del predial a cambio de incrementar la efectividad en dicha recaudación, hacer que las autoridades locales se asuman no sólo como gestores de los derechos sino también de las obligaciones. La ciudad puede ganar mucho. ¿Y los políticos?

Bajo la política tradicional, uno no cede el poder si no hay algo o alguien que se lo exija, pero eso inhibe la posibilidad de crear o transformar. Es un juego político demasiado conservador; en realidad, me inclino por invitar a las personas que se dedican a la política a revisar los juegos tradicionales y tratar de innovar: más recursos y protagonismo de las alcaldías no opacará a la Jefa de Gobierno, por el contrario, la hará brillar.

Para 2022, la línea tendencial no manda austeridad, lo que manda es la pobreza, la carencia, gobiernos locales pobres y un gobierno central que humilla a quienes no piensan igual. Eso no es política, eso es ser miserables.


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