/ sábado 28 de mayo de 2022

La moviola | Top Gun: Maverick. Mister Hollywood vuela alto

@lamoviola

Saquemos la polilla a volar un rato. Festejemos que no todo está perdido o huele y sabe a comida rápida en una industria mundial, la fílmica de tono comercial que se devora poco a poco en franquicias sin corazón. Mister Hollywood está de regreso. Tom Cruise ha reafirmado su amor a la gran pantalla y se mantiene fiel, cual Quijote del celuloide en continuar con los sueños y fantasías en la oscuridad de una sala de cine.

Porque Top Gun: Maverick (Joseph Kosinski, 2022), es el Hollywood clásico, aquel que se ha olvidado o que ni siquiera el público más joven conoce –y alguno que otro chavo ruco despistado-, debido a la cultura audiovisual de la insatisfacción ya apuntada en otras ocasiones en esta columna, que a veces vuela alto pero nunca se repele. La búsqueda frenética del easteregg y el final post créditos ha cobrado sensibilidades.

Top Gun 2 tiene la lucidez de plantear un conflicto –sencillo pero no simple-, darle un desarrollo, un clímax, un final. Hacerlo sin nudos revoltijos que aseguren el negocio de una franquicia y mal planteen una continuidad que siempre está incompleta.

Es el héroe clásico estadounidense, de destino manifiesto y unipersonal que salva la tarde. Es la esencia clásica, incluido su estilo grado cero y su corte Griffith en la edición, que ya se ha olvidado para satisfacer a la generación streaming.

Es la referencia–homenaje al mejor cine ochentero e incluso de origen bélico, que recuerda también a clásicos como Only Angels Have Wings (Howard Hawks, 1939). Estilo de cine que fue la idea primigenia de Top Gun (Tony Scott, 1986).

Es verdad que el filme de Kosinski no está libre de algunos vicios: Cruise siempre está con la mano firme en todos los proyectos en los que sale , un ejemplo es que siempre aparece en todas las secuencias de sus largometrajes y que ya entrados en esto, resulta algo tétrico verlo casi sin ninguna arruga a sus cerca de sesenta años, pero la verdad es que vemos en los resultados finales más que oficio técnico: hay destreza narrativa en una historia que no se anda por las nubes y desde el primer momento llega al centro.

Maverick (Cruise) vive anclado en un pasado de pasión y gloria (pésimo chiste, pero si no lo pongo reviento), en tres décadas no ha pasado de capitán pero parece no le preocupa, hasta que ya a punto de rozar la tercera edad, desobedece a sus superiores militares en una misión y lo mandan castigado al proyecto Top Gun para que entrene a una nueva generación de soldados de élite, algo así como Back To School (Alan Metter, 1984), con Rodney Dangerfield pero en serio.

Ahí se topa con el hijo de Gosse (Anthony Edwards), quien murió en un entrenamiento del cual Maverick siempre se ha culpado. El joven teniente se llama Bradley (Miles Teller) y ofcourse, se la tiene jurada al capitán botox, con todo y sus buenas intenciones. Pulula como rival de todos el rebelde Hangman (Glenn Powell), pero resulta ser puro pájaro ya saben que.

Maverick, quién sabe qué hizo con Charlotte (Kelly McGuillis), pero ahora se enamora de la dueña del bar local Penny (Jennifer Connelly), quien tiene una hija adolescente.

La misión –aquí pudo entrar un lugar común que seguro alguien ya puso-, es bombardear una base que pone en peligro la seguridad nacional y de la cual los guionistas se fijan mucho en no decir ni país, ni cuál es el peligro, pero bueno.

A todo esto se agrega la aparición sensible sin lugar a dudas, de Iceman (Val Kilmer), que toca las fibras del espectador objetivo del largometraje.

Top Gun: Maverick, es la sensibilidad, la narrativa convertida en cultura de la añoranza y sazonado por una fotografía técnica y artística de nivel excepcional gracias al trabajo de Claudio Miranda, que pone de manifiesto que los f/x pueden ser artísticos y no sólo una pantalla verde. Por cierto, las primeras tomas se hicieron desde 2018 y problemas técnicos y la pandemia retrasaron el estreno.

En todo caso, ha sido para bien, el filme es no sólo un vuelo a la añoranza sino y sobre todo, a los sentimientos que provoca un cine de evasión y sentimientos que al final toca la piel, el alma y nos hace volar un poco.

@lamoviola

Saquemos la polilla a volar un rato. Festejemos que no todo está perdido o huele y sabe a comida rápida en una industria mundial, la fílmica de tono comercial que se devora poco a poco en franquicias sin corazón. Mister Hollywood está de regreso. Tom Cruise ha reafirmado su amor a la gran pantalla y se mantiene fiel, cual Quijote del celuloide en continuar con los sueños y fantasías en la oscuridad de una sala de cine.

Porque Top Gun: Maverick (Joseph Kosinski, 2022), es el Hollywood clásico, aquel que se ha olvidado o que ni siquiera el público más joven conoce –y alguno que otro chavo ruco despistado-, debido a la cultura audiovisual de la insatisfacción ya apuntada en otras ocasiones en esta columna, que a veces vuela alto pero nunca se repele. La búsqueda frenética del easteregg y el final post créditos ha cobrado sensibilidades.

Top Gun 2 tiene la lucidez de plantear un conflicto –sencillo pero no simple-, darle un desarrollo, un clímax, un final. Hacerlo sin nudos revoltijos que aseguren el negocio de una franquicia y mal planteen una continuidad que siempre está incompleta.

Es el héroe clásico estadounidense, de destino manifiesto y unipersonal que salva la tarde. Es la esencia clásica, incluido su estilo grado cero y su corte Griffith en la edición, que ya se ha olvidado para satisfacer a la generación streaming.

Es la referencia–homenaje al mejor cine ochentero e incluso de origen bélico, que recuerda también a clásicos como Only Angels Have Wings (Howard Hawks, 1939). Estilo de cine que fue la idea primigenia de Top Gun (Tony Scott, 1986).

Es verdad que el filme de Kosinski no está libre de algunos vicios: Cruise siempre está con la mano firme en todos los proyectos en los que sale , un ejemplo es que siempre aparece en todas las secuencias de sus largometrajes y que ya entrados en esto, resulta algo tétrico verlo casi sin ninguna arruga a sus cerca de sesenta años, pero la verdad es que vemos en los resultados finales más que oficio técnico: hay destreza narrativa en una historia que no se anda por las nubes y desde el primer momento llega al centro.

Maverick (Cruise) vive anclado en un pasado de pasión y gloria (pésimo chiste, pero si no lo pongo reviento), en tres décadas no ha pasado de capitán pero parece no le preocupa, hasta que ya a punto de rozar la tercera edad, desobedece a sus superiores militares en una misión y lo mandan castigado al proyecto Top Gun para que entrene a una nueva generación de soldados de élite, algo así como Back To School (Alan Metter, 1984), con Rodney Dangerfield pero en serio.

Ahí se topa con el hijo de Gosse (Anthony Edwards), quien murió en un entrenamiento del cual Maverick siempre se ha culpado. El joven teniente se llama Bradley (Miles Teller) y ofcourse, se la tiene jurada al capitán botox, con todo y sus buenas intenciones. Pulula como rival de todos el rebelde Hangman (Glenn Powell), pero resulta ser puro pájaro ya saben que.

Maverick, quién sabe qué hizo con Charlotte (Kelly McGuillis), pero ahora se enamora de la dueña del bar local Penny (Jennifer Connelly), quien tiene una hija adolescente.

La misión –aquí pudo entrar un lugar común que seguro alguien ya puso-, es bombardear una base que pone en peligro la seguridad nacional y de la cual los guionistas se fijan mucho en no decir ni país, ni cuál es el peligro, pero bueno.

A todo esto se agrega la aparición sensible sin lugar a dudas, de Iceman (Val Kilmer), que toca las fibras del espectador objetivo del largometraje.

Top Gun: Maverick, es la sensibilidad, la narrativa convertida en cultura de la añoranza y sazonado por una fotografía técnica y artística de nivel excepcional gracias al trabajo de Claudio Miranda, que pone de manifiesto que los f/x pueden ser artísticos y no sólo una pantalla verde. Por cierto, las primeras tomas se hicieron desde 2018 y problemas técnicos y la pandemia retrasaron el estreno.

En todo caso, ha sido para bien, el filme es no sólo un vuelo a la añoranza sino y sobre todo, a los sentimientos que provoca un cine de evasión y sentimientos que al final toca la piel, el alma y nos hace volar un poco.