/ sábado 6 de octubre de 2018

Los excesos de la clase política

Héctor Escalante

Mucho se ha hablado sobre la boda de Cesar Yáñez y Dulce María Silva, más allá de dar otra opinión más de lo que se ha dicho al respecto, este ejemplo nos permite hablar de la política y su frivolidad.

Durante décadas, los políticos se han posicionado como una élite social muy particular en nuestro país. Desde el siglo pasado pertenecer a ese espectro era una oportunidad, no para gobernar, sino para enriquecerse y tener un estatus; fiestas, lujos, casas, choferes, guardaespaldas, viajes o privilegios. Esto ha sido el sello de una clase política que no entiende.


No podemos ni debemos generalizar, sin duda, hay un gran número de funcionarios públicos de todos los niveles que son honrados, que no se han enriquecido y que durante años han prestado sus servicios por el bien de la población.

Desafortunadamente hemos sufrido tanto los excesos de otros, probablemente una minoría, que hace que no veamos a los buenos funcionarios que y aunque es su obligación, vale la pena reconocer.

La molestia en redes sociales va más allá de las posibilidades que tenga una persona allegada a la política de hacer o no una celebración con lujos. El enojo radica en qué parte del hartazgo que vivimos los ciudadanos es la falta de sensibilidad de la clase política respecto a nosotros.

Más cuando ese hartazgo se utiliza como una bandera para diferenciar a unos de otros.

El error de mostrar los excesos de una celebración, más allá de si dicha fiesta es pagada con recursos públicos o no, es que en México deseamos ver a esa clase política lejos de los reflectores y de los lujos, queremos ver a una clase política que no aparezca en revistas del corazón, que no nos muestre su boda en 16 páginas. Hay maneras de hacer celebraciones, hay manera de hacer o no público un evento, cada quien es libre de casarse como quiera, sin embargo, hay formas más atinadas y sensibles de hacerlo.

Más relevante resulta si un político forma parte de un grupo que utiliza como discurso mediático esa crítica a los excesos que durante años se han tenido, más si cuando si ese discurso ha encontrado un eco generalizado por parte de la sociedad que comparte la importancia de evitar esas prácticas. Entonces, caer en los mismos excesos que se critican es igual o peor que lo anteriormente criticado.

Además de dar soluciones a los grandes problemas que enfrenta nuestro país, la clase política necesita reconciliarse con la sociedad. Nosotros, los ciudadanos, deseamos ver a esa clase política trabajando al servicio del país, lo que menos queremos son más exhibiciones de derroche que causen molestia.

Debería de haber un manual básico para la clase política, con una serie de sencillos puntos a seguir. Entre ellos: eliminar grandes lujos, evitar compras de mansiones o casas blancas, no utilizar las redes sociales o los medios para presumir viajes o celebraciones, no amedrentar a nadie con escoltas, ni charolear en restaurantes, parece que es sentido común, pero de alguna manera muchos políticos carecen de ello.

Por último, nos corresponde como ciudadanos señalar los errores, abusos y excesos de los políticos, incluso si hay una afinidad con ellos. A este país ya no le viene bien los aplaudidores, los que justifican o defienden. A este país lo que le servirá, es hacer la crítica hacia cualquier político que se equivoque, con afinidad a él o no. La crítica no es mala, incluso es necesaria, más cuando es constructiva, entre más aprendamos a hacerla sin temor y con respeto nos va a ir mejor como sociedad.

Héctor Escalante

Mucho se ha hablado sobre la boda de Cesar Yáñez y Dulce María Silva, más allá de dar otra opinión más de lo que se ha dicho al respecto, este ejemplo nos permite hablar de la política y su frivolidad.

Durante décadas, los políticos se han posicionado como una élite social muy particular en nuestro país. Desde el siglo pasado pertenecer a ese espectro era una oportunidad, no para gobernar, sino para enriquecerse y tener un estatus; fiestas, lujos, casas, choferes, guardaespaldas, viajes o privilegios. Esto ha sido el sello de una clase política que no entiende.


No podemos ni debemos generalizar, sin duda, hay un gran número de funcionarios públicos de todos los niveles que son honrados, que no se han enriquecido y que durante años han prestado sus servicios por el bien de la población.

Desafortunadamente hemos sufrido tanto los excesos de otros, probablemente una minoría, que hace que no veamos a los buenos funcionarios que y aunque es su obligación, vale la pena reconocer.

La molestia en redes sociales va más allá de las posibilidades que tenga una persona allegada a la política de hacer o no una celebración con lujos. El enojo radica en qué parte del hartazgo que vivimos los ciudadanos es la falta de sensibilidad de la clase política respecto a nosotros.

Más cuando ese hartazgo se utiliza como una bandera para diferenciar a unos de otros.

El error de mostrar los excesos de una celebración, más allá de si dicha fiesta es pagada con recursos públicos o no, es que en México deseamos ver a esa clase política lejos de los reflectores y de los lujos, queremos ver a una clase política que no aparezca en revistas del corazón, que no nos muestre su boda en 16 páginas. Hay maneras de hacer celebraciones, hay manera de hacer o no público un evento, cada quien es libre de casarse como quiera, sin embargo, hay formas más atinadas y sensibles de hacerlo.

Más relevante resulta si un político forma parte de un grupo que utiliza como discurso mediático esa crítica a los excesos que durante años se han tenido, más si cuando si ese discurso ha encontrado un eco generalizado por parte de la sociedad que comparte la importancia de evitar esas prácticas. Entonces, caer en los mismos excesos que se critican es igual o peor que lo anteriormente criticado.

Además de dar soluciones a los grandes problemas que enfrenta nuestro país, la clase política necesita reconciliarse con la sociedad. Nosotros, los ciudadanos, deseamos ver a esa clase política trabajando al servicio del país, lo que menos queremos son más exhibiciones de derroche que causen molestia.

Debería de haber un manual básico para la clase política, con una serie de sencillos puntos a seguir. Entre ellos: eliminar grandes lujos, evitar compras de mansiones o casas blancas, no utilizar las redes sociales o los medios para presumir viajes o celebraciones, no amedrentar a nadie con escoltas, ni charolear en restaurantes, parece que es sentido común, pero de alguna manera muchos políticos carecen de ello.

Por último, nos corresponde como ciudadanos señalar los errores, abusos y excesos de los políticos, incluso si hay una afinidad con ellos. A este país ya no le viene bien los aplaudidores, los que justifican o defienden. A este país lo que le servirá, es hacer la crítica hacia cualquier político que se equivoque, con afinidad a él o no. La crítica no es mala, incluso es necesaria, más cuando es constructiva, entre más aprendamos a hacerla sin temor y con respeto nos va a ir mejor como sociedad.