/ domingo 21 de octubre de 2018

Migración, una crisis milenaria

Es destino de la humanidad, por mucho que pretendamos pensar lo contrario, no permanecer por siempre en un mismo lugar. Quedar arraigado a un territorio no depende solo de nuestra voluntad. Circunstancias que van más allá de nosotros pueden determinar y precipitar nuestro desplazamiento forzoso: Fenómeno que ha tenido lugar a lo largo de los milenios, lo mismo de forma inadvertida y pacífica que de manera abierta y violenta.

Desde los tiempos más remotos, los procesos migratorios fueron y han sido factor determinante para el auge y la caída de la mayor parte de las civilizaciones a través de la historia. Babilonia, por ejemplo, sucumbirá en gran medida por la llegada de cuatro grupos étnicos: Semitas, elamitas, hititas y kasitas, en tanto que Egipto, inicialmente poblado por camitas, resentirá a su vez el arribo semítico, primero de cananeos y luego de hicsos. Troya, en cambio, para algunos de sus estudiosos sucumbirá a causa de la llegada de los luvitas, procedentes de las estepas del Asia central, región de la que se cree a su vez fue originario un importante sector de los pueblos denominados indoeuropeos, de los que los hititas fueron uno de sus primeros y más combativos exponentes.

Sí, el ir y venir de las distintas etnias en la antigüedad fue la constante, tal y como lo evidenciaron acadios, hurris, amonitas, edomitas, amoritas, moabitas, arameos, mineos, sabeos, livianitas, himyaritas, nabateos, urarteos, iranios, indos, arios, coresmios, partos, sármatas, medos y persas, por citar solo a algunas. Fenómeno que de igual forma acaeció en Europa, donde tras las grandes migraciones de cimerios y escitas, sucedieron las de los grupos celtas que desde el río Rhin coparon su territorio hasta arribar a las islas británicas, dejando su impronta cultural fermentando mientras nuevos grupos avanzaban por el continente, como fue el caso de los neviones, tungros, eburones, poemanos, condrusi, treviros, germanos, galos y etruscos, pero esto no era sino el principio. Fundada Roma y conforme se desarrolla su poderío y guerras de conquista y expansión militar, Europa continúa recibiendo y atestiguando nuevas migraciones: a Westfalia llegan istaevones, a Holanda arriban frisios y chaucos, en el Bajo Elba lo harán reudingos, aviones, suarines y nuitones, mientras a Jutlandia se aproximarán charydes, varini, eudoses y teutones, al sur del Elba los herminiones, ampsivarios, casuarios y queruscos y al Rhin céltivo los suevos, quados y queruscos, entre tantos otros. Y faltaban todavía las grandes migraciones ocurridas en el ocaso del Imperio Romano, las llamadas invasiones barbáricas, por las que visigodos, ostrogodos, francos, anglios, sajones, longobardos, burgundios, alanos y vándalos, habrían de arrasar los restos del imperio milenario que agonizaba y de cuyas cenizas, entremezcladas con las de este caleidoscópico mundo cultural recién llegado, habría de emerger una nueva civilización multicultural, diferenciada según la región y fusión interétnica, tal y como lo reflejará el desarrollo de sus respectivos idiomas, costumbres, religión y cultura en general.

Así nació el Viejo Mundo y lo mismo ocurrió en América. Es el sino de la humanidad: entremezclarse y migrar de un lado a otro. La traza genética de nuestra especie lo comprueba, al demostrar que la historia del hombre ha sido la historia de una migración continua y que nosotros no seríamos los que somos si este proceso no se hubiera dado, solo que lo olvidamos y, cuando lo hacemos, encendemos focos rojos, horrorizados, como cuando se nos advierte, por ejemplo, de la llegada de una caravana de miles de migrantes procedentes de Honduras que pretenden ingresar a nuestro país para llegar a los Estados Unidos (EU) en pos de una oportunidad para sobrevivir.

Lo grave, en pleno 2018, es escuchar voces de la sociedad mexicana atronar contra los migrantes en tránsito, advirtiendo que en caso de llegar a la frontera con EU y no lograr ser admitidos por el país vecino, permanecerán en nuestro territorio y detonarán una severa crisis humanitaria para la que México no está preparado. La cuestión es que el problema rebasa toda expectativa y capacidad de las naciones involucradas. Europa es vivo ejemplo de ello, desde el momento en que enfrenta una crisis humanitaria de larga data que cada día se agudiza más.

No hay duda, los milenios han transcurrido y la realidad es la misma. Los nombres de los pueblos son otros, pero el escenario permanece inmutable. La diferencia es que en el pasado fue particularmente el impacto de los cambios climáticos lo que motivó los desplazamientos humanos. Hoy estos son ante todo producto directo del fracaso de un sistema económico mundial que no quiso impulsar y menos propiciar la materialización de una mayor justicia social a nivel global. Ello, aunado a la crisis estructural y ausencia de Estado de Derecho que privan en África, grandes sectores asiáticos y en la mayor parte de los países latinoamericanos -comprendido de modo preponderante México-, es el marco de fondo en el que se inscribe este proceso migratorio universal de dimensiones colosales.

Cerrar fronteras y deportar a los “invasores” modernos, no es la salida, esto solo provoca mayor violencia y desgaste para las partes involucradas, como ocurrió hace horas cuando la caravana hondureña violó la frontera sur pese a la presencia militar.

Es destino de la humanidad, por mucho que pretendamos pensar lo contrario, no permanecer por siempre en un mismo lugar. Quedar arraigado a un territorio no depende solo de nuestra voluntad. Circunstancias que van más allá de nosotros pueden determinar y precipitar nuestro desplazamiento forzoso: Fenómeno que ha tenido lugar a lo largo de los milenios, lo mismo de forma inadvertida y pacífica que de manera abierta y violenta.

Desde los tiempos más remotos, los procesos migratorios fueron y han sido factor determinante para el auge y la caída de la mayor parte de las civilizaciones a través de la historia. Babilonia, por ejemplo, sucumbirá en gran medida por la llegada de cuatro grupos étnicos: Semitas, elamitas, hititas y kasitas, en tanto que Egipto, inicialmente poblado por camitas, resentirá a su vez el arribo semítico, primero de cananeos y luego de hicsos. Troya, en cambio, para algunos de sus estudiosos sucumbirá a causa de la llegada de los luvitas, procedentes de las estepas del Asia central, región de la que se cree a su vez fue originario un importante sector de los pueblos denominados indoeuropeos, de los que los hititas fueron uno de sus primeros y más combativos exponentes.

Sí, el ir y venir de las distintas etnias en la antigüedad fue la constante, tal y como lo evidenciaron acadios, hurris, amonitas, edomitas, amoritas, moabitas, arameos, mineos, sabeos, livianitas, himyaritas, nabateos, urarteos, iranios, indos, arios, coresmios, partos, sármatas, medos y persas, por citar solo a algunas. Fenómeno que de igual forma acaeció en Europa, donde tras las grandes migraciones de cimerios y escitas, sucedieron las de los grupos celtas que desde el río Rhin coparon su territorio hasta arribar a las islas británicas, dejando su impronta cultural fermentando mientras nuevos grupos avanzaban por el continente, como fue el caso de los neviones, tungros, eburones, poemanos, condrusi, treviros, germanos, galos y etruscos, pero esto no era sino el principio. Fundada Roma y conforme se desarrolla su poderío y guerras de conquista y expansión militar, Europa continúa recibiendo y atestiguando nuevas migraciones: a Westfalia llegan istaevones, a Holanda arriban frisios y chaucos, en el Bajo Elba lo harán reudingos, aviones, suarines y nuitones, mientras a Jutlandia se aproximarán charydes, varini, eudoses y teutones, al sur del Elba los herminiones, ampsivarios, casuarios y queruscos y al Rhin céltivo los suevos, quados y queruscos, entre tantos otros. Y faltaban todavía las grandes migraciones ocurridas en el ocaso del Imperio Romano, las llamadas invasiones barbáricas, por las que visigodos, ostrogodos, francos, anglios, sajones, longobardos, burgundios, alanos y vándalos, habrían de arrasar los restos del imperio milenario que agonizaba y de cuyas cenizas, entremezcladas con las de este caleidoscópico mundo cultural recién llegado, habría de emerger una nueva civilización multicultural, diferenciada según la región y fusión interétnica, tal y como lo reflejará el desarrollo de sus respectivos idiomas, costumbres, religión y cultura en general.

Así nació el Viejo Mundo y lo mismo ocurrió en América. Es el sino de la humanidad: entremezclarse y migrar de un lado a otro. La traza genética de nuestra especie lo comprueba, al demostrar que la historia del hombre ha sido la historia de una migración continua y que nosotros no seríamos los que somos si este proceso no se hubiera dado, solo que lo olvidamos y, cuando lo hacemos, encendemos focos rojos, horrorizados, como cuando se nos advierte, por ejemplo, de la llegada de una caravana de miles de migrantes procedentes de Honduras que pretenden ingresar a nuestro país para llegar a los Estados Unidos (EU) en pos de una oportunidad para sobrevivir.

Lo grave, en pleno 2018, es escuchar voces de la sociedad mexicana atronar contra los migrantes en tránsito, advirtiendo que en caso de llegar a la frontera con EU y no lograr ser admitidos por el país vecino, permanecerán en nuestro territorio y detonarán una severa crisis humanitaria para la que México no está preparado. La cuestión es que el problema rebasa toda expectativa y capacidad de las naciones involucradas. Europa es vivo ejemplo de ello, desde el momento en que enfrenta una crisis humanitaria de larga data que cada día se agudiza más.

No hay duda, los milenios han transcurrido y la realidad es la misma. Los nombres de los pueblos son otros, pero el escenario permanece inmutable. La diferencia es que en el pasado fue particularmente el impacto de los cambios climáticos lo que motivó los desplazamientos humanos. Hoy estos son ante todo producto directo del fracaso de un sistema económico mundial que no quiso impulsar y menos propiciar la materialización de una mayor justicia social a nivel global. Ello, aunado a la crisis estructural y ausencia de Estado de Derecho que privan en África, grandes sectores asiáticos y en la mayor parte de los países latinoamericanos -comprendido de modo preponderante México-, es el marco de fondo en el que se inscribe este proceso migratorio universal de dimensiones colosales.

Cerrar fronteras y deportar a los “invasores” modernos, no es la salida, esto solo provoca mayor violencia y desgaste para las partes involucradas, como ocurrió hace horas cuando la caravana hondureña violó la frontera sur pese a la presencia militar.