Seguramente, amable lector, recuerde el viejo adagio kantiano: “Las democracias no pelean entre sí”. Aunque el debate no es definitivo –ninguno tendría que serlo–, hay una buena cantidad de evidencia que sugiere la veracidad de este principio. Concedido lo anterior, por lo tanto, países como Cuba, Nicaragua o Venezuela serían motivo de preocupación, al ser vanguardia de regímenes autoritarios en América Latina y el Caribe (LAC).
Ahora bien, para aquella persona escéptica de la “paz kantiana” por considerarla en extremo ideológica, hay razones objetivas para que el comportamiento de un país genere dudas en sus vecinos, además de un régimen político opuesto al democrático: el incremento de su capacidad militar, el apoyo a grupos no-estatales violentos –grupos insurgentes o criminales, por ejemplo–, convergencia de disputas territoriales históricas y discursos políticos revisionistas, o el apoyo de una potencia militar.
El régimen Ortega-Murillo es ejemplo lo anterior. Sería natural que la deriva autoritaria de Nicaragua despierte suspicacia lo mismo en el sector de seguridad y defensa nacionales como del cuerpo diplomático de los países vecinos –como Usted sabe, Nicaragua comparte frontera al norte con Honduras y al sur con Costa Rica, así como límites marítimos con El Salvador, Honduras, Costa Rica y Colombia.
Máxime si esto viene aparejado de una serie de elementos objetivos preocupantes. Por ejemplo, el decreto presidencial de junio pasado que renueva lo alcanzado en 2021 de permitir tropas rusas –aproximadamente unos 200 efectivos– en territorio nicaragüense. El propósito de la presencia rusa, argumenta el gobierno de Ortega, es apoyar en la lucha contra las drogas así como en la capacitación en comunicaciones y adiestramiento militar.
A esto habría que sumarle el incremento de capacidades militares en Nicaragua, producto del intercambio bilateral entre Moscú y Managua. En 2016, el país centroamericano habría recibido un primer lote de 20 tanques de un total de 50. Pero ya desde 2009, según propios medios oficialistas rusos como Sputknik, Rusia habría suministrado al gobierno de Ortega helicópteros, vehículos blindados, lanchas patrulleras, sistemas de defensa antiaérea y aviones de combate y entrenamiento. Además, en 2017 se inauguró en Managua la primera estación del sistema Glonass –la versión rusa del sistema satelital GPS.
La guerra en Ucrania ha hecho patente las severas limitaciones militares rusas, por lo que se estima inviable que Moscú realice un esfuerzo militar serio y sostenido en América Latina. No obstante, las nuevas capacidades militares nicaragüenses podrían ser algo más que simbólicas para países en Centroamérica, e incluso podrían estresar innecesariamente a un vulnerable y fragmentado sistema interamericano. No ayudaría que a esto Nicaragua le añada un cariz revisionista y de disputa territorial como el que mantiene con Costa Rica, concretamente sobre un humedal en la desembocadura del río San Juan.
En este espacio se ha trabajado sobre la posibilidad de que, contrario a su trayectoria histórica, América Latina pueda registrar guerras interestatales. No se pretende sugerir que estos eventos son inminentes. No obstante, es una posibilidad que el sistema interamericano tendría que considerar muy en serio.
Discanto: Podremos o no estar de acuerdo con Francis Fukuyama, pero siempre habrá que leerlo. Con este artículo, dobla las apuestas en torno al “fin de la historia”.