/ martes 26 de septiembre de 2017

Otra vez, un 19 de septiembre

Hace treinta y dos años nos dijeron que el sismo de 1985 tendría que servirnos para aprender la lección, para prevenir lo necesario en materia de construcción de edificios, para comprender la real dimensión de la fuerza de la sociedad, para entender la relevancia, como gobierno, de reaccionar a tiempo. Para no repetir la historia.

Como una mala broma, un par de horas después del único macrosimulacro que se practica en todo el año, el martes 19 de septiembre, poco después de las 1 de la tarde, la alerta sísmica volvió a sonar, solo que esta vez al sonido se le sumaba el movimiento. La tierra se encargó de recordarnos la fragilidad del acero y del concreto. Bastaron unos segundos para doblar su rigidez y desmoronar su dureza. Antes de que muchos pudieran salir de los edificios, los escombros los devoraron.

Lo que ha venido después ya es historia y tendremos que seguir aprendiendo de ello. Sin duda las construcciones recientes probaron ser, en su mayoría, mejores que las de entonces. La sociedad civil, aquella de la que Monsiváis hablaba, volvió a tomar las calles. El gobierno, en esta ocasión, asumió desde el inicio las labores de búsqueda y rescate de sobrevivientes. La lección estuvo aprendida, cuando menos en su mayoría.

E igual que hace treinta y dos años, nada de lo que se hizo fue suficiente. Los muertos en la Ciudad de México, Morelos, Puebla, Estado de México, Guerrero y Oaxaca suman más de trescientos. De la mano de la bondad y solidaridad de cientos de miles, la miseria de unos cuantos volvió a emerger de la mano de quienes hicieron de la ocasión, oportunidad para saquear departamentos vacíos o asaltar centros de acopio o a brigadistas.

Con todo y su presencia, el gobierno aún no termina de comprender lo necesario de informar a la sociedad sobre cuántos y quiénes son las víctimas y algunas autoridades ven en el acopio de víveres el momento para administrar despensas y con su entrega buscar apoyos electorales futuros. Incluso, hay los que acusan a otros de distinto color partidista de la tragedia y sus consecuencias.

Llamó la atención, entre todo, de la renovada participación social y a una comunión entre un importante sector de la población y algunas autoridades. Quedan allí las imágenes de Frida, la perrita de la Marina experta en localización de personas bajo los escombros o la imagen de aquél soldado quebrado en llanto por no haber podido rescatar con vida a una mujer y su bebé, pero que se volvió el héroe del padre viudo que perdió a su familia. Ya son recuerdos para la historia los ríos de gente llevando a los acopios lo poco que tenían o los miles de jóvenes habilitados como rescatistas, cargando trozos de cemento en cubetas.

México, particularmente su ciudad, han descubierto lo mejor y lo peor de sí en estos días. Por fortuna, ha sido mucho más lo bueno que como sociedad hemos demostrado. La lección, en esta ocasión, tiene que ser permanente. No para la próxima tragedia, no para el próximo temblor. La lección de solidaridad, unión y comunión entre gobernados y gobernantes, tiene que ser para siempre, no hasta el próximo 19 de septiembre.

joaquin.narro@gmail.com

@JoaquinNarro

Hace treinta y dos años nos dijeron que el sismo de 1985 tendría que servirnos para aprender la lección, para prevenir lo necesario en materia de construcción de edificios, para comprender la real dimensión de la fuerza de la sociedad, para entender la relevancia, como gobierno, de reaccionar a tiempo. Para no repetir la historia.

Como una mala broma, un par de horas después del único macrosimulacro que se practica en todo el año, el martes 19 de septiembre, poco después de las 1 de la tarde, la alerta sísmica volvió a sonar, solo que esta vez al sonido se le sumaba el movimiento. La tierra se encargó de recordarnos la fragilidad del acero y del concreto. Bastaron unos segundos para doblar su rigidez y desmoronar su dureza. Antes de que muchos pudieran salir de los edificios, los escombros los devoraron.

Lo que ha venido después ya es historia y tendremos que seguir aprendiendo de ello. Sin duda las construcciones recientes probaron ser, en su mayoría, mejores que las de entonces. La sociedad civil, aquella de la que Monsiváis hablaba, volvió a tomar las calles. El gobierno, en esta ocasión, asumió desde el inicio las labores de búsqueda y rescate de sobrevivientes. La lección estuvo aprendida, cuando menos en su mayoría.

E igual que hace treinta y dos años, nada de lo que se hizo fue suficiente. Los muertos en la Ciudad de México, Morelos, Puebla, Estado de México, Guerrero y Oaxaca suman más de trescientos. De la mano de la bondad y solidaridad de cientos de miles, la miseria de unos cuantos volvió a emerger de la mano de quienes hicieron de la ocasión, oportunidad para saquear departamentos vacíos o asaltar centros de acopio o a brigadistas.

Con todo y su presencia, el gobierno aún no termina de comprender lo necesario de informar a la sociedad sobre cuántos y quiénes son las víctimas y algunas autoridades ven en el acopio de víveres el momento para administrar despensas y con su entrega buscar apoyos electorales futuros. Incluso, hay los que acusan a otros de distinto color partidista de la tragedia y sus consecuencias.

Llamó la atención, entre todo, de la renovada participación social y a una comunión entre un importante sector de la población y algunas autoridades. Quedan allí las imágenes de Frida, la perrita de la Marina experta en localización de personas bajo los escombros o la imagen de aquél soldado quebrado en llanto por no haber podido rescatar con vida a una mujer y su bebé, pero que se volvió el héroe del padre viudo que perdió a su familia. Ya son recuerdos para la historia los ríos de gente llevando a los acopios lo poco que tenían o los miles de jóvenes habilitados como rescatistas, cargando trozos de cemento en cubetas.

México, particularmente su ciudad, han descubierto lo mejor y lo peor de sí en estos días. Por fortuna, ha sido mucho más lo bueno que como sociedad hemos demostrado. La lección, en esta ocasión, tiene que ser permanente. No para la próxima tragedia, no para el próximo temblor. La lección de solidaridad, unión y comunión entre gobernados y gobernantes, tiene que ser para siempre, no hasta el próximo 19 de septiembre.

joaquin.narro@gmail.com

@JoaquinNarro