/ domingo 30 de junio de 2019

Peste sargázica: enigma, historia y realidad

Al evocar su nombre surge el misterio, al buscar su origen brota el enigma, al tratar de comprender el fenómeno la historia nos conmueve, hasta que la realidad nos apabulla, desde el momento en que la costa oriental de nuestra península yucateca se encuentra engullida por el arribo masivo de la que parece ser una nueva peste: el sargazo

Macroalga de reproducción clonal, cuya vida se desarrolla en la columna de agua y que flota en el mar gracias a sus vejigas esféricas llenas de aire. Su origen presuntamente es el Océano Atlántico septentrional, justo en el Mar de los Sargazos, así llamado por los portugueses en alusión a la vid salgazo: un mar intraoceánico -comprendido entre las longitudes oeste 40o y 70o y las latitudes norte 25o a 35o con más de 3.5 millones de km2-, formado por la confluencia de cuatro corrientes marítimas: la del Golfo, Atlántico Norte, Canarias y Norecuatorial, gira lento, en el sentido de las manecillas del reloj, formando un vórtice en el que se acumulan las macroalgas.

Mar cuyos límites cambian según las corrientes y que coincide con el centro de altas presiones entre las islas Azores y el archipiélago de las Bermudas: su única porción terrestre. Cálido y plácido, con pocas lluvias, aguas de un azul profundo y visibilidad hasta los 60 metros, es un oasis ecosistémico que interconecta al Caribe con América, África y Europa, dando vida a diversas especies endémicas, principalmente invertebrados y peces, además de albergar a tortugas jóvenes, atunes y aves marinas y ser zona de desove de anguilas.

Cristóbal Colón fue uno de sus primeros cronistas, al narrar cómo entre el 16 de septiembre y el 8 de octubre de 1492, durante su travesía transatlántica, se encontró en medio de un mar de “uvas marrones”, quasi impenetrable. Pronto, el Mar de los Sargazos sería no solo cementerio de infinidad de barcos de vela sino también refugio predilecto de piratas e inspiración de poetas y novelistas, como Ezra Pound, Horacio Quiroga, Ernesto Sabato, Julio Cortázar, Adrian Conan Doyle, Alice Munro, Patrick O’Brian, Jean Rhys o el propio Julio Verne, que lo hizo protagonista en obras como Veinte mil leguas de viaje submarino, Chancellor y Segunda Patria.

Hoy, sin embargo, el sargazo deja su sitial en la dimensión legendaria para ostentarse en una dramática pesadilla que nos golpea. Aparentemente algo ocurrió a partir de 2005 en el Atlántico que lo hizo avanzar desde 2011 rumbo al continente como una pestilente alfombra café, que lo mismo cubre las albas playas del Mayab que las aguas color turquesa de su hermano Mar, el Caribe, y lo que fue un fenómeno atípico, desde 2015 tornó extraordinario y en la actualidad es una calamidad de magnitud inimaginable, una neopeste.

Hasta ahora no hay una contundente explicación. En 2015 predominaban las especies Sargassum natans y Sargassum fluitans morfotipo II, pero ese año se les añadió el morfotipo VIII, proveniente del Brasil, tal vez porque se está formando un nuevo vórtice sargásico entre Brasil y África. Grandes son los vacíos de información, pero entre los factores incentivadores de su crecimiento destacan el calentamiento global, cambio de rumbo y velocidad en las corrientes oceánicas y aminoramiento de los vientos alisios africanos que reducen la velocidad del vórtice y lo hacen recalar en la península yucateca.

Además, aumento térmico, incremento de la contaminación, sobre todo de residuos de hidrocarburos, así como de nutrientes transportados por los vientos del Sahara y las aguas de las desembocaduras de los ríos Níger y Congo, Orinoco y Amazonas, ricos en hierro, fósforo y nitrógeno.

Cierto que en bajas cantidades es un importante aporte orgánico a los ecosistemas costeros, pero sus apocalípticos volúmenes actuales constituyen un desastre ecológico de dimensiones descomunales.

No solo arriesga la supervivencia de tortugas y crías -por las telarañas que forma y por el proceso mismo de su retiro mecánico cotidiano-, su alta demanda de oxígeno y falta de luz enturbia las aguas y elimina la vida del fondo marino. Al hombre, además de su olor repulsivo, le detona diversos malestares por el contacto y aspiración del ácido sulfhídrico, metano y CO2 que libera por su gran acumulación de materia orgánica.

Contenciones instaladas a 80 metros de las playas mexicanas intentan frenar y reconducir al sargazo sin afectar la barrera arrecifal Mesoamericana, la segunda más grande del mundo, pero hace falta mucha investigación, apoyo y conciencia por parte de los gobiernos, comprendido el nuestro, para enfrentar este flagelo.

Porque ¡no! ¡El sargazo no es un complot político ni una estrategia antigubernamental!

Si la corrupción está presente en su combate, como en todo, eso es otro tema y otro de nuestros flagelos. El sargazo es una catástrofe medioambiental colosal que México y más de 30 países afectados -comprendidos los caribeños- debemos enfrentar y, bajo ninguna circunstancia, lo podemos minimizar.

Al evocar su nombre surge el misterio, al buscar su origen brota el enigma, al tratar de comprender el fenómeno la historia nos conmueve, hasta que la realidad nos apabulla, desde el momento en que la costa oriental de nuestra península yucateca se encuentra engullida por el arribo masivo de la que parece ser una nueva peste: el sargazo

Macroalga de reproducción clonal, cuya vida se desarrolla en la columna de agua y que flota en el mar gracias a sus vejigas esféricas llenas de aire. Su origen presuntamente es el Océano Atlántico septentrional, justo en el Mar de los Sargazos, así llamado por los portugueses en alusión a la vid salgazo: un mar intraoceánico -comprendido entre las longitudes oeste 40o y 70o y las latitudes norte 25o a 35o con más de 3.5 millones de km2-, formado por la confluencia de cuatro corrientes marítimas: la del Golfo, Atlántico Norte, Canarias y Norecuatorial, gira lento, en el sentido de las manecillas del reloj, formando un vórtice en el que se acumulan las macroalgas.

Mar cuyos límites cambian según las corrientes y que coincide con el centro de altas presiones entre las islas Azores y el archipiélago de las Bermudas: su única porción terrestre. Cálido y plácido, con pocas lluvias, aguas de un azul profundo y visibilidad hasta los 60 metros, es un oasis ecosistémico que interconecta al Caribe con América, África y Europa, dando vida a diversas especies endémicas, principalmente invertebrados y peces, además de albergar a tortugas jóvenes, atunes y aves marinas y ser zona de desove de anguilas.

Cristóbal Colón fue uno de sus primeros cronistas, al narrar cómo entre el 16 de septiembre y el 8 de octubre de 1492, durante su travesía transatlántica, se encontró en medio de un mar de “uvas marrones”, quasi impenetrable. Pronto, el Mar de los Sargazos sería no solo cementerio de infinidad de barcos de vela sino también refugio predilecto de piratas e inspiración de poetas y novelistas, como Ezra Pound, Horacio Quiroga, Ernesto Sabato, Julio Cortázar, Adrian Conan Doyle, Alice Munro, Patrick O’Brian, Jean Rhys o el propio Julio Verne, que lo hizo protagonista en obras como Veinte mil leguas de viaje submarino, Chancellor y Segunda Patria.

Hoy, sin embargo, el sargazo deja su sitial en la dimensión legendaria para ostentarse en una dramática pesadilla que nos golpea. Aparentemente algo ocurrió a partir de 2005 en el Atlántico que lo hizo avanzar desde 2011 rumbo al continente como una pestilente alfombra café, que lo mismo cubre las albas playas del Mayab que las aguas color turquesa de su hermano Mar, el Caribe, y lo que fue un fenómeno atípico, desde 2015 tornó extraordinario y en la actualidad es una calamidad de magnitud inimaginable, una neopeste.

Hasta ahora no hay una contundente explicación. En 2015 predominaban las especies Sargassum natans y Sargassum fluitans morfotipo II, pero ese año se les añadió el morfotipo VIII, proveniente del Brasil, tal vez porque se está formando un nuevo vórtice sargásico entre Brasil y África. Grandes son los vacíos de información, pero entre los factores incentivadores de su crecimiento destacan el calentamiento global, cambio de rumbo y velocidad en las corrientes oceánicas y aminoramiento de los vientos alisios africanos que reducen la velocidad del vórtice y lo hacen recalar en la península yucateca.

Además, aumento térmico, incremento de la contaminación, sobre todo de residuos de hidrocarburos, así como de nutrientes transportados por los vientos del Sahara y las aguas de las desembocaduras de los ríos Níger y Congo, Orinoco y Amazonas, ricos en hierro, fósforo y nitrógeno.

Cierto que en bajas cantidades es un importante aporte orgánico a los ecosistemas costeros, pero sus apocalípticos volúmenes actuales constituyen un desastre ecológico de dimensiones descomunales.

No solo arriesga la supervivencia de tortugas y crías -por las telarañas que forma y por el proceso mismo de su retiro mecánico cotidiano-, su alta demanda de oxígeno y falta de luz enturbia las aguas y elimina la vida del fondo marino. Al hombre, además de su olor repulsivo, le detona diversos malestares por el contacto y aspiración del ácido sulfhídrico, metano y CO2 que libera por su gran acumulación de materia orgánica.

Contenciones instaladas a 80 metros de las playas mexicanas intentan frenar y reconducir al sargazo sin afectar la barrera arrecifal Mesoamericana, la segunda más grande del mundo, pero hace falta mucha investigación, apoyo y conciencia por parte de los gobiernos, comprendido el nuestro, para enfrentar este flagelo.

Porque ¡no! ¡El sargazo no es un complot político ni una estrategia antigubernamental!

Si la corrupción está presente en su combate, como en todo, eso es otro tema y otro de nuestros flagelos. El sargazo es una catástrofe medioambiental colosal que México y más de 30 países afectados -comprendidos los caribeños- debemos enfrentar y, bajo ninguna circunstancia, lo podemos minimizar.