/ jueves 19 de diciembre de 2019

Pierde Trump su guerra comercial

Tras una guerra comercial, es muy poco común declarar vencedor a alguien. Sin embargo, algunas veces sí es posible señalar al perdedor. En el caso en cuestión, sin duda Donald Trump es el perdedor.

Por supuesto, ni él ni su equipo describen así el acuerdo tentativo con China, que para ellos es un triunfo. Por desgracia, lo cierto es que el gobierno de Trump no logró casi ninguna de sus metas.

En esencia, declaró victoria y enseguida emprendió una rápida retirada. Para comprender qué sucedió, es necesario recordar qué intentaban lograr Trump y su equipo con los aranceles y comparar esos objetivos con lo que ha ocurrido en realidad.

Por principio de cuentas, y más que nada, Trump quería reducir el déficit comercial estadounidense. A pesar de que la opinión casi unánime entre los economistas es que este objetivo no es adecuado, Donald Trump piensa que los países ganan cuando venden más de lo que compran, y nadie va a quitarle esa idea de la cabeza.

Así que vale la pena destacar que, en vez de bajar, el déficit ha aumentado durante el mandato de Trump, de 544 mil millones de dólares en 2016 a 691 mil millones de dólares en el ejercicio concluido en octubre.

En particular, a Trump le interesaba reducir el déficit comercial en bienes manufacturados; con todo y lo mucho que habla de los “grandes patriotas agricultores”, es evidente que las exportaciones agrícolas no le interesan en lo más mínimo.

El verano pasado, se quejó por la relación comercial de Estados Unidos con Japón y dijo en tono de burla: “Les enviamos trigo. Trigo. Ese no es un buen acuerdo”.

Ahora resulta que, al parecer, tenemos un acuerdo comercial con China cuyo principal elemento es justo la promesa de comprar más productos agrícolas producidos en Estados Unidos.

¿Por qué Trump se dio por vencido en sus aspiraciones comerciales?

En general, podríamos decir que sufría un enorme delirio de grandeza.

Estados Unidos no tenía ni la menor posibilidad de intimidar a una enorme y orgullosa nación cuya economía ya es, en ciertos aspectos, mayor que la de Estados Unidos (en especial porque al mismo tiempo decidió cortar de tajo con otras economías avanzadas que podrían haber colaborado con nuestro país para ejercer presión sobre China y así lograr que cambiara algunas de sus políticas económicas).

A nivel más granular, otro motivo es que ninguna parte de la estrategia comercial de Trump ha funcionado como prometió.

Aunque Trump ha dicho con insistencia que China está pagando sus aranceles, los hechos presentan otro panorama: los precios de las exportaciones chinas no han bajado, lo que significa que los consumidores y las empresas estadounidenses son quienes están absorbiendo los aranceles.

Peor aún, los consumidores habrían sufrido un golpe todavía más sustancial si Trump no hubiera suspendido la nueva ronda de aumentos a los aranceles que tenía programada para el domingo pasado.

Tras una guerra comercial, es muy poco común declarar vencedor a alguien. Sin embargo, algunas veces sí es posible señalar al perdedor. En el caso en cuestión, sin duda Donald Trump es el perdedor.

Por supuesto, ni él ni su equipo describen así el acuerdo tentativo con China, que para ellos es un triunfo. Por desgracia, lo cierto es que el gobierno de Trump no logró casi ninguna de sus metas.

En esencia, declaró victoria y enseguida emprendió una rápida retirada. Para comprender qué sucedió, es necesario recordar qué intentaban lograr Trump y su equipo con los aranceles y comparar esos objetivos con lo que ha ocurrido en realidad.

Por principio de cuentas, y más que nada, Trump quería reducir el déficit comercial estadounidense. A pesar de que la opinión casi unánime entre los economistas es que este objetivo no es adecuado, Donald Trump piensa que los países ganan cuando venden más de lo que compran, y nadie va a quitarle esa idea de la cabeza.

Así que vale la pena destacar que, en vez de bajar, el déficit ha aumentado durante el mandato de Trump, de 544 mil millones de dólares en 2016 a 691 mil millones de dólares en el ejercicio concluido en octubre.

En particular, a Trump le interesaba reducir el déficit comercial en bienes manufacturados; con todo y lo mucho que habla de los “grandes patriotas agricultores”, es evidente que las exportaciones agrícolas no le interesan en lo más mínimo.

El verano pasado, se quejó por la relación comercial de Estados Unidos con Japón y dijo en tono de burla: “Les enviamos trigo. Trigo. Ese no es un buen acuerdo”.

Ahora resulta que, al parecer, tenemos un acuerdo comercial con China cuyo principal elemento es justo la promesa de comprar más productos agrícolas producidos en Estados Unidos.

¿Por qué Trump se dio por vencido en sus aspiraciones comerciales?

En general, podríamos decir que sufría un enorme delirio de grandeza.

Estados Unidos no tenía ni la menor posibilidad de intimidar a una enorme y orgullosa nación cuya economía ya es, en ciertos aspectos, mayor que la de Estados Unidos (en especial porque al mismo tiempo decidió cortar de tajo con otras economías avanzadas que podrían haber colaborado con nuestro país para ejercer presión sobre China y así lograr que cambiara algunas de sus políticas económicas).

A nivel más granular, otro motivo es que ninguna parte de la estrategia comercial de Trump ha funcionado como prometió.

Aunque Trump ha dicho con insistencia que China está pagando sus aranceles, los hechos presentan otro panorama: los precios de las exportaciones chinas no han bajado, lo que significa que los consumidores y las empresas estadounidenses son quienes están absorbiendo los aranceles.

Peor aún, los consumidores habrían sufrido un golpe todavía más sustancial si Trump no hubiera suspendido la nueva ronda de aumentos a los aranceles que tenía programada para el domingo pasado.