/ sábado 7 de abril de 2018

¿Vacunados contra la compasión?

Quedo de ver a Lupita Andrade una joven productora para trabajar una complicada asignación. Usualmente la jovencita es puntual cuando de trabajo se trata. Inexplicablemente alrededor suyo solo había silencio. Estábamos apunto de irnos a trabajar y de ella ni sus luces, hasta que comenzó a sonar sin parar un teléfono de número desconocido que, finalmente respondí por un asunto providencial: era ella.

Muy preocupada brevemente me contó el susto que acaba de pasar: la habían asaltado.

“Iba caminando por las calles del centro la ciudad de México para encontrarme con mi hermano en transitada zona comercial donde compraríamos un horno de microondas para mi mama, porque ella nos había donado el suyo para un negocio que vamos iniciando ya que no teníamos entonces para comprarlo. Ahora nos tocaba con las primeras ganancias comprarle el suyo, en medio de un gran sacrificio…”

Dice Lupita que era mediodía y que las calles de Pino Suarez estaban llenas de puestos en la acera…

“De pronto, por la espalda llegó un hombre joven que me aventó a la pared violentamente, al tiempo que me quitaba mi bolsa y yo me caí al piso. Como en cámara lenta vi que el hombre se llevaba todo lo que yo traía ahí: mis identificaciones, mis tarjetas, mi teléfono celular y el dinero que llevaba, incluido el del horno para mi mama. Ahí tirada en el suelo me estaba enfrentando a sentirme robada y además sin poderme levantar del miedo. No sé cómo me puse de pie, pero del hombre aquel ni sus luces y entonces yo sentí muchísima frustración y pena conmigo misma.”

Volteó a su alrededor y le dolió lo que vio…

“La indiferencia de la gente. ¿por qué? porque noté que la gente se dio cuenta de que me estaban asaltando y lo peor fue que nadie se acercó no solo para evitarlo, sino después a auxiliarme o por lo menos a preguntarme como me encontraba. Ni hablar de que alguien se compadeciera y llamara al 911, inclusive había niños pequeños, que se quedaron viendo la escena como si fuera de película y que luego, en forma calmada, junto a quienes venían siguieron su camino, sin importar verme ahí llorando, sin hacer nada.”

Le digo que un robo pareciera que a los habitantes de esta gran ciudad ya a nadie interesa. El que una persona pierda el patrimonio que lleva consigo, no significa nada para el resto que observa únicamente, como si hubieran sido vacunados contra la compasión por el prójimo.

“Es que los robos son algo tan común en la ciudad de México que, el que asalten a una persona a plena luz del día, los ha hecho insensibles, o quizá sea a la inversa y tengan miedo de acercarse a una víctima porque les pueda suceder algo.”

Le pregunto a Lupita sobre lo que hizo después….

“Acudí de inmediato a denunciar el hecho y, para mi sorpresa, al llegar, las autoridades me dijeron ¿solo fue un simple robo? ¿a diferencia de otros que cometen aquí donde les disparan o los acuchillan y mueren? ¡resulta que lo mío ante sus ojos eran un simple robo!

Antes se creía que solamente violencia a cualquier hora había en el Estado de México o en Guerrero, o en Tamaulipas, por mencionar algunos sitios, pero en la gran ciudad de México con casos como este, se muestra esa peor forma de violencia, no porque suceda prácticamente a cualquier hora del día, en cualquier calle y en presencia de niños, no, sino porque se trata de la violencia silente que ha hecho que los demás vean que lo sucede a su lado y simplemente estén tan deshumanizados que no les permita -como sucedía antes- ofrecer consuelo al asaltado, o por lo menos, llamar al 911 en busca de ayuda. No hacerlo sin lugar a dudas, la más peligrosa de las violencias…”

Quedo de ver a Lupita Andrade una joven productora para trabajar una complicada asignación. Usualmente la jovencita es puntual cuando de trabajo se trata. Inexplicablemente alrededor suyo solo había silencio. Estábamos apunto de irnos a trabajar y de ella ni sus luces, hasta que comenzó a sonar sin parar un teléfono de número desconocido que, finalmente respondí por un asunto providencial: era ella.

Muy preocupada brevemente me contó el susto que acaba de pasar: la habían asaltado.

“Iba caminando por las calles del centro la ciudad de México para encontrarme con mi hermano en transitada zona comercial donde compraríamos un horno de microondas para mi mama, porque ella nos había donado el suyo para un negocio que vamos iniciando ya que no teníamos entonces para comprarlo. Ahora nos tocaba con las primeras ganancias comprarle el suyo, en medio de un gran sacrificio…”

Dice Lupita que era mediodía y que las calles de Pino Suarez estaban llenas de puestos en la acera…

“De pronto, por la espalda llegó un hombre joven que me aventó a la pared violentamente, al tiempo que me quitaba mi bolsa y yo me caí al piso. Como en cámara lenta vi que el hombre se llevaba todo lo que yo traía ahí: mis identificaciones, mis tarjetas, mi teléfono celular y el dinero que llevaba, incluido el del horno para mi mama. Ahí tirada en el suelo me estaba enfrentando a sentirme robada y además sin poderme levantar del miedo. No sé cómo me puse de pie, pero del hombre aquel ni sus luces y entonces yo sentí muchísima frustración y pena conmigo misma.”

Volteó a su alrededor y le dolió lo que vio…

“La indiferencia de la gente. ¿por qué? porque noté que la gente se dio cuenta de que me estaban asaltando y lo peor fue que nadie se acercó no solo para evitarlo, sino después a auxiliarme o por lo menos a preguntarme como me encontraba. Ni hablar de que alguien se compadeciera y llamara al 911, inclusive había niños pequeños, que se quedaron viendo la escena como si fuera de película y que luego, en forma calmada, junto a quienes venían siguieron su camino, sin importar verme ahí llorando, sin hacer nada.”

Le digo que un robo pareciera que a los habitantes de esta gran ciudad ya a nadie interesa. El que una persona pierda el patrimonio que lleva consigo, no significa nada para el resto que observa únicamente, como si hubieran sido vacunados contra la compasión por el prójimo.

“Es que los robos son algo tan común en la ciudad de México que, el que asalten a una persona a plena luz del día, los ha hecho insensibles, o quizá sea a la inversa y tengan miedo de acercarse a una víctima porque les pueda suceder algo.”

Le pregunto a Lupita sobre lo que hizo después….

“Acudí de inmediato a denunciar el hecho y, para mi sorpresa, al llegar, las autoridades me dijeron ¿solo fue un simple robo? ¿a diferencia de otros que cometen aquí donde les disparan o los acuchillan y mueren? ¡resulta que lo mío ante sus ojos eran un simple robo!

Antes se creía que solamente violencia a cualquier hora había en el Estado de México o en Guerrero, o en Tamaulipas, por mencionar algunos sitios, pero en la gran ciudad de México con casos como este, se muestra esa peor forma de violencia, no porque suceda prácticamente a cualquier hora del día, en cualquier calle y en presencia de niños, no, sino porque se trata de la violencia silente que ha hecho que los demás vean que lo sucede a su lado y simplemente estén tan deshumanizados que no les permita -como sucedía antes- ofrecer consuelo al asaltado, o por lo menos, llamar al 911 en busca de ayuda. No hacerlo sin lugar a dudas, la más peligrosa de las violencias…”