/ sábado 9 de junio de 2018

¿En qué país vivimos?

Veo con horror imágenes en la televisión de algo que sucede en un pueblo de inmigrantes sin documentos por Idaho… Son a todas luces mexicanos y guatemaltecos los que son el centro de la historia. Lo que veo me hace pensar en lo que se vive en estos días…

Resulta que algunos muchachos de la escuela donde hay jóvenes latinos que estudian -tal y como mandan las leyes que a nadie se le puede negar la educación por no tener papeles- estos hijos de campesinos migrantes asisten a clases con un miedo diario, el gran temor: a los “bullies” o acosadores.

La cámara se enfocaba en un grupo de jóvenes anglos que, sin temor alguno decían señalándoles: “Ese es el hijo de unos “mojados”, el mismo también es un “mojado” ¿no son estos los que quitan a nuestros padres el trabajo? ¿no son estos los criminales a los que hay que sacar de nuestro país?”.

El joven que así hablaba fuera de la escuela elemental de la población gritaba, sin temor de que alguien lo escuchara, por el contrario, se sentía orondo de que una cámara de televisión lo captara… A su lado, jóvenes anglos le festejaban con aplausos cada palabra que el mozalbete decía.

No solo sentí que se me revolvía el estómago.

También sentí la necesidad de preguntar: ¿En qué país estamos viviendo? ¿Hasta donde hemos llegado y hasta donde vamos a llegar? Lo peor es que nadie tiene la respuesta.
Recuerdo, cuando en la década de los setenta -tan solo diez o quince años después de ganada la guerra a los derechos civiles- en las escuelas, vecindarios, comercios, y vaya, por todas partes, el peor susto que cualquiera podía tener es que lo tacharan de racista.

Peor aún, la sola palabra hacía sentir miedo.

En la década de los ochenta, cuando se esperaba lo peor de la presidencia de Ronald Reagan, este predicó con ejemplo hacia el trabajo del inmigrante honrando la célebre frase impresa en la estatua de la Libertad en Ellis Island: “Dame a tus cansados, a tus pobres, a tus masas acurrucadas que anhelan respirar libremente, a los miserables desechos de tu orilla”

Y no hubo quien se opusiera a que cinco millones de indocumentados y sus familias fueran recibidos en la ley de inmigración de 1986, generosa y extensa.

Los inmigrantes éramos los buenos, los necesarios, a quienes se agradecía que las mesas de los norteamericanos tuvieran la comida que los indocumentados cosechaban de sol a sol, con sudor.

Pero hoy, aterradoramente y sin que nos diéramos cuenta, es todo lo contrario.

su aspecto hispano, pueden ser victimas de un racismo que insulta y agrede.

Veo a un hombre en las noticias, como nunca pude imaginar… Es un hispano que iba en bicicleta por la carretera de los Cayos de la Florida. El hombre fue atropellado por un conductor que se dio a la fuga. El hombre no podía levantarse y arrastrándose para no ser impactado por otro vehículo se refugio en la acera. Llego un policía de caminos anglo, quien lejos de auxiliarlo, viéndolo gritar de dolor, comenzó a preguntarle si tenia papeles de migración. El pobre dijo que no… y el policía sin más, en vez de buscar una ambulancia, llamo a ICE, el servicio de inmigración.

¿Dónde quedaron los pobres, los cansados, los sedientos? ¿No son de los que habla la compasión de la estatua de la libertad? Aparentemente ya no.

Entonces que borren esa frase, porque los demás preguntamos: ¿En qué país estamos viviendo?

Veo con horror imágenes en la televisión de algo que sucede en un pueblo de inmigrantes sin documentos por Idaho… Son a todas luces mexicanos y guatemaltecos los que son el centro de la historia. Lo que veo me hace pensar en lo que se vive en estos días…

Resulta que algunos muchachos de la escuela donde hay jóvenes latinos que estudian -tal y como mandan las leyes que a nadie se le puede negar la educación por no tener papeles- estos hijos de campesinos migrantes asisten a clases con un miedo diario, el gran temor: a los “bullies” o acosadores.

La cámara se enfocaba en un grupo de jóvenes anglos que, sin temor alguno decían señalándoles: “Ese es el hijo de unos “mojados”, el mismo también es un “mojado” ¿no son estos los que quitan a nuestros padres el trabajo? ¿no son estos los criminales a los que hay que sacar de nuestro país?”.

El joven que así hablaba fuera de la escuela elemental de la población gritaba, sin temor de que alguien lo escuchara, por el contrario, se sentía orondo de que una cámara de televisión lo captara… A su lado, jóvenes anglos le festejaban con aplausos cada palabra que el mozalbete decía.

No solo sentí que se me revolvía el estómago.

También sentí la necesidad de preguntar: ¿En qué país estamos viviendo? ¿Hasta donde hemos llegado y hasta donde vamos a llegar? Lo peor es que nadie tiene la respuesta.
Recuerdo, cuando en la década de los setenta -tan solo diez o quince años después de ganada la guerra a los derechos civiles- en las escuelas, vecindarios, comercios, y vaya, por todas partes, el peor susto que cualquiera podía tener es que lo tacharan de racista.

Peor aún, la sola palabra hacía sentir miedo.

En la década de los ochenta, cuando se esperaba lo peor de la presidencia de Ronald Reagan, este predicó con ejemplo hacia el trabajo del inmigrante honrando la célebre frase impresa en la estatua de la Libertad en Ellis Island: “Dame a tus cansados, a tus pobres, a tus masas acurrucadas que anhelan respirar libremente, a los miserables desechos de tu orilla”

Y no hubo quien se opusiera a que cinco millones de indocumentados y sus familias fueran recibidos en la ley de inmigración de 1986, generosa y extensa.

Los inmigrantes éramos los buenos, los necesarios, a quienes se agradecía que las mesas de los norteamericanos tuvieran la comida que los indocumentados cosechaban de sol a sol, con sudor.

Pero hoy, aterradoramente y sin que nos diéramos cuenta, es todo lo contrario.

su aspecto hispano, pueden ser victimas de un racismo que insulta y agrede.

Veo a un hombre en las noticias, como nunca pude imaginar… Es un hispano que iba en bicicleta por la carretera de los Cayos de la Florida. El hombre fue atropellado por un conductor que se dio a la fuga. El hombre no podía levantarse y arrastrándose para no ser impactado por otro vehículo se refugio en la acera. Llego un policía de caminos anglo, quien lejos de auxiliarlo, viéndolo gritar de dolor, comenzó a preguntarle si tenia papeles de migración. El pobre dijo que no… y el policía sin más, en vez de buscar una ambulancia, llamo a ICE, el servicio de inmigración.

¿Dónde quedaron los pobres, los cansados, los sedientos? ¿No son de los que habla la compasión de la estatua de la libertad? Aparentemente ya no.

Entonces que borren esa frase, porque los demás preguntamos: ¿En qué país estamos viviendo?