/ domingo 28 de noviembre de 2021

Valor y prudencia: atributos del buen gobernante

Cuanto más defectuoso es el juicio de una persona, más firmes son sus convicciones.


El mentiroso sufre dos veces: ni cree ni es creído.

Baltasar Gracián


El pensamiento del hombre no surge de la nada: es el cúmulo de muchas experiencias y reflexiones de generaciones de intelectuales que le han precedido a lo largo de décadas, siglos y milenios de historia. A su vez, es un hecho que en las épocas de crisis es cuando el ser humano vuelve especialmente los ojos hacia su interior. ¿Por qué? Porque al verse rodeado de una realidad que le es particularmente dolorosa, se evade de ella y se hunde en la reflexión íntima a fin de poderse comprender, y contra lo que pudiera sostenerse, éste es un momento crucial. Lo sabe la filosofía, porque a partir de éste comienza la génesis de lo que ella ha denominado existencialismo.

Se ha dicho que el primer existencialista fue Søren Kierkegaard, el gran filósofo danés del siglo XIX, y que más adelante Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche fueron dos de sus más grandes exponentes, lo cual es cierto. Sin embargo, antes de ellos, en pleno siglo XVII existió otro intelectual de altos vuelos al que podríamos considerar precursor del existencialismo: Baltasar Gracián, el jesuita español que escribió prosa de carácter didactico y filosófico y cuya obra cumbre, escrita bajo el pseudónimo de Lorenzo, fue “El Criticón”, considerada el más acabado ejemplo del llamado conceptismo barroco hispano y a la que tuvieron acceso los filósofos citados además de intelectuales posteriores como los miembros de la “Generación del 98” español, en particular José Martínez Ruiz, Azorín y Miguel de Unamuno. Sí. No cualquiera podría descubrir a Gracián. Azorín lo confirma al evocar al poeta romántico catalán Pablo Piferrer quien, al editar en 1846 una antología de autores como Fray Luis de Granada y Fray Luis de León, declaró que las obras de Gracián eran “un resumen de todos los retruécanos, hipérboles, falsos conceptos, ecos, equívocos, metáforas y alegorías descabelladas, antítesis frías y sempiternas, máximas ridículamente serias y campanudamente triviales, citas pedantescas, locuciones tenebrosas y enigmáticas, períodos revueltos, de todos los delirios que eran el arsenal de poetas y prosistas” de su época.

En pocas palabras, para la crítica superficial de su tiempo, nuestro autor era obscuro, laberíntico, desbaratado y enigmático, resumirá el autor de “La ruta de don Quijote”. El bilbaíno, por su parte, no se quejará del universo de conceptos que Gracián despliega, sino de su exceso en el juego de palabras: “á veces y á voces… sepultado entre peñas y entre penas… cada uno de su gesto y de su gusto… del tálamo al túmulo… los pies de plomo para lo bueno y de pluma para lo malo…” y le dirá con energía “¡basta!”. Y es que es inmensa la admiración de Unamuno por el autor de “El Criticón”, al que llamó el “amargo jesuita aragonés”. Amargura que consideró fue su mayor aportación, al grado que si ésta hubiera sido menor, nunca se habría podido aquilatar su verdadero valor: “¡Oh vida, no habías de comenzar!, pero ya que comenzaste, no habías de acabar!”.

Por ello, nada como acudir a la crítica de ambos literatos hispanos para aproximarnos a la obra graciánica, pues como Azorín reconocía, quien lo encuentra tenebroso y enigmático es porque sólo lo ha leído una vez, y para conocer a Gracián no basta una lectura. Estamos no sólo ante un psicólogo, sino ante el escritor más culto y erudito de su época. Un artista que se ha sumergido en las aguas profundas de la cultura más avanzada de su tiempo y en cuyas páginas cobrarán vida los grandes apotegmas de Hobbes, Descartes y Montaigne, como cuando expresa: “¿Qué es esto? ¿Soy o no soy? Pero pues vivo, pues conozco, ser tengo”. “¡Dichoso tú que te criaste entre las fieras… ay de mí, que entre los hombres, pues cada uno es un lobo para el otro!”. Por algo Schopenhauer le llamó “mi Gracián”, “mi escritor favorito” (Mein Lieblings-Schriftsteller), y tradujo su obra “Oráculo manual y arte de la prudencia” -publicada en 1647- al alemán, llegando a convertirse en un suceso para la cultura europea de finales del siglo XIX, en tanto que Nietzsche le reconocerá por su inteligencia en el “exigir” y “explicar”, mientras Walter Benjamin obsequiará un ejemplar autografiado de esta obra a Bertold Brecht y éste glosará cada uno de los 300 aforismos gracianos.

Sentencias que el aragonés habría de dedicar a todo aquél que quisiera ser un buen gobernante, siguiendo el camino que en 1513 había inaugurado Nicolò Machiavelli al escribir su tratado político “De Principatibus”, aunque declarándose ubicado en otro ángulo, pues mientras para el florentino era la fortuna el elemento clave con el que debía contar un príncipe, para el jesuita los principales atributos de un buen gobernante deberían ser el valor y la prudencia. Hecho que nos permite corroborar que a casi 400 años, el pensamiento graciánico y sus aforismos están más vivos que nunca: “Las hosannas de la multitud nunca pueden traer satisfacción a los exigentes. Sin embargo, existen esos camaleones de popularidad que encuentran su alegría, no en el dulce aliento de Apolo, sino en el olor de la multitud”. ¿O no, México?


bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli









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Cuanto más defectuoso es el juicio de una persona, más firmes son sus convicciones.


El mentiroso sufre dos veces: ni cree ni es creído.

Baltasar Gracián


El pensamiento del hombre no surge de la nada: es el cúmulo de muchas experiencias y reflexiones de generaciones de intelectuales que le han precedido a lo largo de décadas, siglos y milenios de historia. A su vez, es un hecho que en las épocas de crisis es cuando el ser humano vuelve especialmente los ojos hacia su interior. ¿Por qué? Porque al verse rodeado de una realidad que le es particularmente dolorosa, se evade de ella y se hunde en la reflexión íntima a fin de poderse comprender, y contra lo que pudiera sostenerse, éste es un momento crucial. Lo sabe la filosofía, porque a partir de éste comienza la génesis de lo que ella ha denominado existencialismo.

Se ha dicho que el primer existencialista fue Søren Kierkegaard, el gran filósofo danés del siglo XIX, y que más adelante Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche fueron dos de sus más grandes exponentes, lo cual es cierto. Sin embargo, antes de ellos, en pleno siglo XVII existió otro intelectual de altos vuelos al que podríamos considerar precursor del existencialismo: Baltasar Gracián, el jesuita español que escribió prosa de carácter didactico y filosófico y cuya obra cumbre, escrita bajo el pseudónimo de Lorenzo, fue “El Criticón”, considerada el más acabado ejemplo del llamado conceptismo barroco hispano y a la que tuvieron acceso los filósofos citados además de intelectuales posteriores como los miembros de la “Generación del 98” español, en particular José Martínez Ruiz, Azorín y Miguel de Unamuno. Sí. No cualquiera podría descubrir a Gracián. Azorín lo confirma al evocar al poeta romántico catalán Pablo Piferrer quien, al editar en 1846 una antología de autores como Fray Luis de Granada y Fray Luis de León, declaró que las obras de Gracián eran “un resumen de todos los retruécanos, hipérboles, falsos conceptos, ecos, equívocos, metáforas y alegorías descabelladas, antítesis frías y sempiternas, máximas ridículamente serias y campanudamente triviales, citas pedantescas, locuciones tenebrosas y enigmáticas, períodos revueltos, de todos los delirios que eran el arsenal de poetas y prosistas” de su época.

En pocas palabras, para la crítica superficial de su tiempo, nuestro autor era obscuro, laberíntico, desbaratado y enigmático, resumirá el autor de “La ruta de don Quijote”. El bilbaíno, por su parte, no se quejará del universo de conceptos que Gracián despliega, sino de su exceso en el juego de palabras: “á veces y á voces… sepultado entre peñas y entre penas… cada uno de su gesto y de su gusto… del tálamo al túmulo… los pies de plomo para lo bueno y de pluma para lo malo…” y le dirá con energía “¡basta!”. Y es que es inmensa la admiración de Unamuno por el autor de “El Criticón”, al que llamó el “amargo jesuita aragonés”. Amargura que consideró fue su mayor aportación, al grado que si ésta hubiera sido menor, nunca se habría podido aquilatar su verdadero valor: “¡Oh vida, no habías de comenzar!, pero ya que comenzaste, no habías de acabar!”.

Por ello, nada como acudir a la crítica de ambos literatos hispanos para aproximarnos a la obra graciánica, pues como Azorín reconocía, quien lo encuentra tenebroso y enigmático es porque sólo lo ha leído una vez, y para conocer a Gracián no basta una lectura. Estamos no sólo ante un psicólogo, sino ante el escritor más culto y erudito de su época. Un artista que se ha sumergido en las aguas profundas de la cultura más avanzada de su tiempo y en cuyas páginas cobrarán vida los grandes apotegmas de Hobbes, Descartes y Montaigne, como cuando expresa: “¿Qué es esto? ¿Soy o no soy? Pero pues vivo, pues conozco, ser tengo”. “¡Dichoso tú que te criaste entre las fieras… ay de mí, que entre los hombres, pues cada uno es un lobo para el otro!”. Por algo Schopenhauer le llamó “mi Gracián”, “mi escritor favorito” (Mein Lieblings-Schriftsteller), y tradujo su obra “Oráculo manual y arte de la prudencia” -publicada en 1647- al alemán, llegando a convertirse en un suceso para la cultura europea de finales del siglo XIX, en tanto que Nietzsche le reconocerá por su inteligencia en el “exigir” y “explicar”, mientras Walter Benjamin obsequiará un ejemplar autografiado de esta obra a Bertold Brecht y éste glosará cada uno de los 300 aforismos gracianos.

Sentencias que el aragonés habría de dedicar a todo aquél que quisiera ser un buen gobernante, siguiendo el camino que en 1513 había inaugurado Nicolò Machiavelli al escribir su tratado político “De Principatibus”, aunque declarándose ubicado en otro ángulo, pues mientras para el florentino era la fortuna el elemento clave con el que debía contar un príncipe, para el jesuita los principales atributos de un buen gobernante deberían ser el valor y la prudencia. Hecho que nos permite corroborar que a casi 400 años, el pensamiento graciánico y sus aforismos están más vivos que nunca: “Las hosannas de la multitud nunca pueden traer satisfacción a los exigentes. Sin embargo, existen esos camaleones de popularidad que encuentran su alegría, no en el dulce aliento de Apolo, sino en el olor de la multitud”. ¿O no, México?


bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli









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