/ viernes 8 de septiembre de 2017

Cincuenta

En vísperas del aniversario 50 del inicio del 68 mexicano, comenzaron el miércoles 6 de septiembre en curso, ciclos de pláticas y conferencias en facultades y escuelas de la UNAM, cuyo propósito es analizar los cambios políticos, económicos, sociales, sicológicos, tecnológicos, industriales, catalizados, aunque no realizados, por el conjunto de “Sesenta y ochos” acontecidos en Francia, Polonia, Checoslovaquia, Estados Unidos y México. Uno de los mejores libros de análisis y reflexión en torno a ese año, es el de Mark Kurlansky intitulado 1968: el año que estremeció al mundo, publicado en 2005.

Estremecer significa apartar de nosotros, mediante el empleo de palabras ásperas, duras, acertadas, las relaciones o los objetos que nos incomodan, que nos alteran, que nos agreden. El escritor-historiador-autor Kurlansky agradece y reconoce el tiempo y el cuidado que puso en contestar sus preguntas, un grupo de mexicanos jóvenes entonces, quienes, en efecto, fueron destacados participantes de esa etapa de rápido cambio intelectual, material, educativo y político en nuestro país. Kurlansky destaca en su agradecimiento a Raúl Álvarez Garín, Adolfo Aguilar Zinser, Roberto Escudero, Pino Martínez de la Roca, Ifigenia Martínez, Lorenzo Meyer. Pensé que el libro sería bien conocido aquí.

No es así. Pero es conveniente consultarlo. Revela facetas de la participación y la reorganización política. Su detallada investigación y claridad de exposición permite leerlo con el mismo interés con que se leían poco antes y mucho después, los factores que hicieron del 68 mexicano un destacado acontecimiento internacional, no solamente por la coincidencia con la Olimpiada, cuando los corredores levantaron su mano izquierda enguantada de blanco, mientras las trompetas y los himnos celebraban el triunfo de la rapidez de sus piernas y de su agitado e infatigable corazón.

El 68 mexicano hizo surgir esperanzas de rápido cambio social, económico y político. El económico ha sido rápido, no sé si para bien. Los cambios sociales siguen siendo de una lentitud exasperante, porque las instituciones políticas siguen congeladas por voluntad de quienes las manipulan y establecen sus ritmos de cambio en la cadencia que ellos imponen. Si se acepta como uno de los significados del sustantivo instituciones como “modos, mecánicas, modalidades, formas de hacer las cosas”, veremos que México es un país cuyas cúpulas y élites temen el cambio de instituciones, es decir: el cambio de modos de hacer las cosas y condenan a quienes se atreven a proponer su cambio, su transformación, su eficacia para enfrentar el futuro.

Ni la iglesia universal, ni las milenarias de otras latitudes temen tanto los cambios como la iglesia de aquí y sus operadores, y los atufados políticos en viejas y torpes funciones. Sin embargo, sin agredir creencias, ni eludir discrepancias, la mayoría de la población para realizar sus peregrinaciones o sus maneras de expresar su fe, piden permiso a las bajas, medianas o altas autoridades eclesiásticas.

Y quienes más retrasan los cambios o ajustes institucionales son los políticos que no quieren que sus modos de hacer las cosas se aparten un milímetro de su tortuoso derrotero. Y su poder se reduce a las muestras de intrigas concertadas para evitar que las cosas se discutan abiertamente en la Cámara de Diputados o en la de Senadores y urden pequeñas o grandes intrigas para neutralizar la acción de los diferentes grupos ideológicos. A jóvenes y viejos, les conviene adentrarse en los propósitos del mundo del 68.

En vísperas del aniversario 50 del inicio del 68 mexicano, comenzaron el miércoles 6 de septiembre en curso, ciclos de pláticas y conferencias en facultades y escuelas de la UNAM, cuyo propósito es analizar los cambios políticos, económicos, sociales, sicológicos, tecnológicos, industriales, catalizados, aunque no realizados, por el conjunto de “Sesenta y ochos” acontecidos en Francia, Polonia, Checoslovaquia, Estados Unidos y México. Uno de los mejores libros de análisis y reflexión en torno a ese año, es el de Mark Kurlansky intitulado 1968: el año que estremeció al mundo, publicado en 2005.

Estremecer significa apartar de nosotros, mediante el empleo de palabras ásperas, duras, acertadas, las relaciones o los objetos que nos incomodan, que nos alteran, que nos agreden. El escritor-historiador-autor Kurlansky agradece y reconoce el tiempo y el cuidado que puso en contestar sus preguntas, un grupo de mexicanos jóvenes entonces, quienes, en efecto, fueron destacados participantes de esa etapa de rápido cambio intelectual, material, educativo y político en nuestro país. Kurlansky destaca en su agradecimiento a Raúl Álvarez Garín, Adolfo Aguilar Zinser, Roberto Escudero, Pino Martínez de la Roca, Ifigenia Martínez, Lorenzo Meyer. Pensé que el libro sería bien conocido aquí.

No es así. Pero es conveniente consultarlo. Revela facetas de la participación y la reorganización política. Su detallada investigación y claridad de exposición permite leerlo con el mismo interés con que se leían poco antes y mucho después, los factores que hicieron del 68 mexicano un destacado acontecimiento internacional, no solamente por la coincidencia con la Olimpiada, cuando los corredores levantaron su mano izquierda enguantada de blanco, mientras las trompetas y los himnos celebraban el triunfo de la rapidez de sus piernas y de su agitado e infatigable corazón.

El 68 mexicano hizo surgir esperanzas de rápido cambio social, económico y político. El económico ha sido rápido, no sé si para bien. Los cambios sociales siguen siendo de una lentitud exasperante, porque las instituciones políticas siguen congeladas por voluntad de quienes las manipulan y establecen sus ritmos de cambio en la cadencia que ellos imponen. Si se acepta como uno de los significados del sustantivo instituciones como “modos, mecánicas, modalidades, formas de hacer las cosas”, veremos que México es un país cuyas cúpulas y élites temen el cambio de instituciones, es decir: el cambio de modos de hacer las cosas y condenan a quienes se atreven a proponer su cambio, su transformación, su eficacia para enfrentar el futuro.

Ni la iglesia universal, ni las milenarias de otras latitudes temen tanto los cambios como la iglesia de aquí y sus operadores, y los atufados políticos en viejas y torpes funciones. Sin embargo, sin agredir creencias, ni eludir discrepancias, la mayoría de la población para realizar sus peregrinaciones o sus maneras de expresar su fe, piden permiso a las bajas, medianas o altas autoridades eclesiásticas.

Y quienes más retrasan los cambios o ajustes institucionales son los políticos que no quieren que sus modos de hacer las cosas se aparten un milímetro de su tortuoso derrotero. Y su poder se reduce a las muestras de intrigas concertadas para evitar que las cosas se discutan abiertamente en la Cámara de Diputados o en la de Senadores y urden pequeñas o grandes intrigas para neutralizar la acción de los diferentes grupos ideológicos. A jóvenes y viejos, les conviene adentrarse en los propósitos del mundo del 68.

ÚLTIMASCOLUMNAS
lunes 18 de junio de 2018

Vacío

Pablo Marentes

martes 12 de junio de 2018

Rector

Pablo Marentes

lunes 21 de mayo de 2018

Anónimos

Pablo Marentes

sábado 05 de mayo de 2018

Cúpulas

Pablo Marentes

lunes 30 de abril de 2018

Postdebates

Pablo Marentes

sábado 21 de abril de 2018

Cercos

Pablo Marentes

sábado 14 de abril de 2018

Vísperas

Pablo Marentes

sábado 07 de abril de 2018

Prosa

Pablo Marentes

sábado 31 de marzo de 2018

Distribución

Pablo Marentes

sábado 24 de marzo de 2018

Animales políticos

Pablo Marentes

Cargar Más