/ sábado 2 de septiembre de 2017

Mujeres en busca de sexo / Compromiso con la memoria

Yo no sé cómo funciona la ausencia, pero es como aprender a ver, a oler, a escuchar, a tocar y a sentir de nuevo. Es una recaptura de los sentidos y las motivaciones propias. Es quizá renacer, aunque a medias, en la espera…

Hará más de una década, en una charla en la Escuela Dinámica de Escritores, de la que formaba parte -soy periodista de origen-, se habló sobre las desapariciones y aquellos carteles en calle e internet, solicitando el apoyo para localizar a alguien. Esa fue la primera vez en que hice una reflexión sobre la ausencia, los desaparecidos; respecto a aquellos que se perdieron –o perdimos- y con alguna fotografía en la red, eran buscados, pasado y pasado el tiempo… Los rostros cambian…, y uno se queda con las imágenes de cuando los dejó de mirar, no obstante todo ese espacio de ausencia, y en su trascurso, tiempo y realidad sean distintas a nuestro recuerdo: Si ese ser todavía existe. Desde hace tiempo en nuestro país, parece que la crueldad es el arma favorita. Incluso de los narradores y los periodistas, que nos hemos olvidado de las personas –en muchos casos-, y ponemos cifras o números, que solo deshumanizan (más de 32 mil desaparecidos en México, más de 35 mil en osamentas y restos, según el último informe de la CNDH). No somos, no podemos, ser empáticos con los números, necesitamos nombrar, adentrarnos...

Si revisamos las páginas de los diarios, la mayoría de los titulares, se encargan de contar lo que se dice; poco lo que se hace. Cuando se habla de lo logrado por alguna persona, la mayoría de las ocasiones se convierte en una nota. Y tristemente, salvo casos muy aislados, los periodistas (por “n” causas) damos seguimiento a la información. Ahora, en cuestión de desgracias, peor resulta.

Cierto es que el eslabón más débil es el del reportero, y podemos decir en descargo que nos la pasamos cubriendo eventos, que tenemos carga de trabajo importante, pero también, tenemos como responsabilidad influir, insistir, ser tercos, no olvidar, proponer. Nosotros tenemos un compromiso con la memoria.

Si bien el periodismo no cambia las cosas, si puede cambiar vidas, porque un trabajo bien hecho, es experiencia para el lector, es conocimiento. Es enfrentar al periodista con la realidad, pero también al lector con ella y conmoverse, uno y otro.

Tenemos que trabajar contra el olvido. Esta es una apuesta por la memoria, por el conocimiento, por el periodismo, por la verdad, y por los mexicanos.

Después de este enorme preámbulo, particularizo, simple y sencillamente, porque lo que se siente se transmite…

Hace unos meses, me despedí de la única abuela que me quedaba, mi abuela Celia. Madre de mi padre. Ella nunca quiso contarme su historia, porque tenía más obscuros que claros y ese silencio era lo que la liberaba, al menos de preguntas. El último día que la acompañé, dos antes de su muerte, la fuerza la alejaba ya de aquí, pero la recordé vigorosa, cómo cuando mi padre me contó que ella le había roto un jarrón en la cabeza a mi abuelo, porque una mujer fue a buscarlo a la casa en que vivían. Su amor fue a contrapelo, de imanes que a ratos se oponían, que a ratos se succionaban. Una historia de traiciones, de pasiones y desdichas internas, que los hicieron a ambos muy infelices en sus últimos días.

Mi abuelo murió mucho antes, y mi abuela, sufrió otro tipo de desaparición, esa de las cosas, las personas, los lugares, los sonidos. Se quedó ciega y poco a poco, sorda. Nosotros también la vimos desaparecer poco a poco, en la medida que su introspección la iba sacando del mundo de los otros, del ‘nuestro’.

Y justo ahora, que escribo esto, una amiga mía escribe también, que cada año, cuando sería la fecha de cumpleaños de su hijo, que hoy cumpliría 29 (se suicidó hace tres años), siente que se le va la vida. Ella se quedó aquí sin poder entender por qué ocurrió. Se muere cada vez ‘un mucho’. Estas son, sin lugar a dudas, distintas desapariciones.Necesitamos no olvidar, ese debe ser nuestro trabajo diario. No olvidarnos de mirar, de observar, de sentir y percibir el mundo.

Recuerdo ahora un cuento “Ruido de pasos” de Clarice Lispector. Sea quizá, porque de todo tenemos fechas para conmemorar y/o celebrar, yesta semana fue día del abuelo. Aquí se narra la historia de Cándida, una mujer de 81 años que acude al médico, porque no se le quita el deseo de placer, y cuando huele profundamente una rosa, ese deseo se enciende. El doctor le señala que el deseo no se le quitará hasta que venga la muerte. Ella le dice que a su edad, ya nadie la quiere… Porque no esperemos así la muerte, ni desaparición alguna.Por nuestra existencia y por el deseo.

celiatgramos@gmail.com

Yo no sé cómo funciona la ausencia, pero es como aprender a ver, a oler, a escuchar, a tocar y a sentir de nuevo. Es una recaptura de los sentidos y las motivaciones propias. Es quizá renacer, aunque a medias, en la espera…

Hará más de una década, en una charla en la Escuela Dinámica de Escritores, de la que formaba parte -soy periodista de origen-, se habló sobre las desapariciones y aquellos carteles en calle e internet, solicitando el apoyo para localizar a alguien. Esa fue la primera vez en que hice una reflexión sobre la ausencia, los desaparecidos; respecto a aquellos que se perdieron –o perdimos- y con alguna fotografía en la red, eran buscados, pasado y pasado el tiempo… Los rostros cambian…, y uno se queda con las imágenes de cuando los dejó de mirar, no obstante todo ese espacio de ausencia, y en su trascurso, tiempo y realidad sean distintas a nuestro recuerdo: Si ese ser todavía existe. Desde hace tiempo en nuestro país, parece que la crueldad es el arma favorita. Incluso de los narradores y los periodistas, que nos hemos olvidado de las personas –en muchos casos-, y ponemos cifras o números, que solo deshumanizan (más de 32 mil desaparecidos en México, más de 35 mil en osamentas y restos, según el último informe de la CNDH). No somos, no podemos, ser empáticos con los números, necesitamos nombrar, adentrarnos...

Si revisamos las páginas de los diarios, la mayoría de los titulares, se encargan de contar lo que se dice; poco lo que se hace. Cuando se habla de lo logrado por alguna persona, la mayoría de las ocasiones se convierte en una nota. Y tristemente, salvo casos muy aislados, los periodistas (por “n” causas) damos seguimiento a la información. Ahora, en cuestión de desgracias, peor resulta.

Cierto es que el eslabón más débil es el del reportero, y podemos decir en descargo que nos la pasamos cubriendo eventos, que tenemos carga de trabajo importante, pero también, tenemos como responsabilidad influir, insistir, ser tercos, no olvidar, proponer. Nosotros tenemos un compromiso con la memoria.

Si bien el periodismo no cambia las cosas, si puede cambiar vidas, porque un trabajo bien hecho, es experiencia para el lector, es conocimiento. Es enfrentar al periodista con la realidad, pero también al lector con ella y conmoverse, uno y otro.

Tenemos que trabajar contra el olvido. Esta es una apuesta por la memoria, por el conocimiento, por el periodismo, por la verdad, y por los mexicanos.

Después de este enorme preámbulo, particularizo, simple y sencillamente, porque lo que se siente se transmite…

Hace unos meses, me despedí de la única abuela que me quedaba, mi abuela Celia. Madre de mi padre. Ella nunca quiso contarme su historia, porque tenía más obscuros que claros y ese silencio era lo que la liberaba, al menos de preguntas. El último día que la acompañé, dos antes de su muerte, la fuerza la alejaba ya de aquí, pero la recordé vigorosa, cómo cuando mi padre me contó que ella le había roto un jarrón en la cabeza a mi abuelo, porque una mujer fue a buscarlo a la casa en que vivían. Su amor fue a contrapelo, de imanes que a ratos se oponían, que a ratos se succionaban. Una historia de traiciones, de pasiones y desdichas internas, que los hicieron a ambos muy infelices en sus últimos días.

Mi abuelo murió mucho antes, y mi abuela, sufrió otro tipo de desaparición, esa de las cosas, las personas, los lugares, los sonidos. Se quedó ciega y poco a poco, sorda. Nosotros también la vimos desaparecer poco a poco, en la medida que su introspección la iba sacando del mundo de los otros, del ‘nuestro’.

Y justo ahora, que escribo esto, una amiga mía escribe también, que cada año, cuando sería la fecha de cumpleaños de su hijo, que hoy cumpliría 29 (se suicidó hace tres años), siente que se le va la vida. Ella se quedó aquí sin poder entender por qué ocurrió. Se muere cada vez ‘un mucho’. Estas son, sin lugar a dudas, distintas desapariciones.Necesitamos no olvidar, ese debe ser nuestro trabajo diario. No olvidarnos de mirar, de observar, de sentir y percibir el mundo.

Recuerdo ahora un cuento “Ruido de pasos” de Clarice Lispector. Sea quizá, porque de todo tenemos fechas para conmemorar y/o celebrar, yesta semana fue día del abuelo. Aquí se narra la historia de Cándida, una mujer de 81 años que acude al médico, porque no se le quita el deseo de placer, y cuando huele profundamente una rosa, ese deseo se enciende. El doctor le señala que el deseo no se le quitará hasta que venga la muerte. Ella le dice que a su edad, ya nadie la quiere… Porque no esperemos así la muerte, ni desaparición alguna.Por nuestra existencia y por el deseo.

celiatgramos@gmail.com