/ miércoles 20 de noviembre de 2019

Centro de Barrio | Cómo calmar una ciudad

Me hago la pregunta de cómo calmar una ciudad, sin encontrar un recetario preciso para ello, pero sí el sentido general: hay que tomar la decisión de calmar la ciudad.

Podríamos preguntarnos si una gran metrópoli, como la capital mexicana, puede ser calmada, pero tengo la certeza de que sí, y que habría que contar con decisiones congruentes que apunten a calmarla.

Llamo calmar la ciudad a muchas cosas: romper con la tendencia al reclamo violento, al insulto, a las altas velocidades. Calmar es procurar una convivencia más sana entre iguales, es decir, entre ciudadanos; y entre gobierno y ciudadanos. En Bogotá se utilizaron mimos para corregir conductas, en tiempos de Antanas Mockus; en La Paz, Bolivia, bajo la alcaldía de Luís Revilla, participan personas disfrazadas de cebra.

Pero calmar las calles no sólo tiene que ver con el tránsito, aunque lleva un componente muy importante. También pasa por la violencia entre personas y particularmente la violencia de género.

En el caso del tránsito, vivimos con insensibilidad. Cientos de personas mueren cada año en las calles. Pero cientos de miles podrían estar violando el reglamento de tránsito con absoluta impunidad. ¿Qué tendríamos que hacer distinto? De un lado, la probabilidad de ser sancionado; de otro, el tipo de sanción (cívica o monetaria). Pero el reto está en cómo disminuimos la velocidad en avenidas y calles mediante procesos formativos: necesitamos que la gente sienta más placer al respetar la ley que al violarla.

Tengo ideas sueltas: campañas informativas masivas están bien, pero necesitamos acciones mucho más de contacto. Cada que haya un incidente vial con muertos, tendríamos que activar una alarma, una luz, una restricción de velocidad. Lo mismo pienso para feminicidios y violaciones: que cada persona en esta ciudad sienta frío cuando ocurren los eventos que queremos eliminar. Es fundamental que la sociedad se vuelque a la transformación de conductas, que quien ponga a los demás en riesgo sea mirado con desdén, que haya una sanción social por violentar a mujeres o por infringir el reglamento de tránsito, y que esa sanción social sea más fuerte que la sanción legal, en vez de la indiferencia que hoy prevalece.

He pensado que los avances tecnológicos pueden reemplazar cámaras de fotodetección de alta velocidad por umbrales espaciales en los que se detecte un punto de entrada y uno de salida, para estimar la velocidad promedio de los vehículos, y con ello posibles excesos. Esto tendría que ocurrir no sólo en espacios segregados, como el segundo piso del Periférico, sino en colonias utilizadas por miles de automovilistas como atajo. Algunas zonas podrían declararse “Zona 30” o incluso “Zona 20”, de tal suerte que el “invasor” sea monitoreado al entrar y salir, mientras que el residente goce de cierta flexibilidad considerando que su auto no entra y sale en diferencia de minutos. Con ello lograremos un impacto en los barrios con el consecuente incremento en la calidad de vida.

En realidad las acciones creativas pueden ser muchas. Lo ideal es conformar una estrategia que tenga impacto en las conductas, se reduzcan las velocidades, la violencia y los comportamientos inapropiados. Hay que alinear las acciones al resultado.

Me hago la pregunta de cómo calmar una ciudad, sin encontrar un recetario preciso para ello, pero sí el sentido general: hay que tomar la decisión de calmar la ciudad.

Podríamos preguntarnos si una gran metrópoli, como la capital mexicana, puede ser calmada, pero tengo la certeza de que sí, y que habría que contar con decisiones congruentes que apunten a calmarla.

Llamo calmar la ciudad a muchas cosas: romper con la tendencia al reclamo violento, al insulto, a las altas velocidades. Calmar es procurar una convivencia más sana entre iguales, es decir, entre ciudadanos; y entre gobierno y ciudadanos. En Bogotá se utilizaron mimos para corregir conductas, en tiempos de Antanas Mockus; en La Paz, Bolivia, bajo la alcaldía de Luís Revilla, participan personas disfrazadas de cebra.

Pero calmar las calles no sólo tiene que ver con el tránsito, aunque lleva un componente muy importante. También pasa por la violencia entre personas y particularmente la violencia de género.

En el caso del tránsito, vivimos con insensibilidad. Cientos de personas mueren cada año en las calles. Pero cientos de miles podrían estar violando el reglamento de tránsito con absoluta impunidad. ¿Qué tendríamos que hacer distinto? De un lado, la probabilidad de ser sancionado; de otro, el tipo de sanción (cívica o monetaria). Pero el reto está en cómo disminuimos la velocidad en avenidas y calles mediante procesos formativos: necesitamos que la gente sienta más placer al respetar la ley que al violarla.

Tengo ideas sueltas: campañas informativas masivas están bien, pero necesitamos acciones mucho más de contacto. Cada que haya un incidente vial con muertos, tendríamos que activar una alarma, una luz, una restricción de velocidad. Lo mismo pienso para feminicidios y violaciones: que cada persona en esta ciudad sienta frío cuando ocurren los eventos que queremos eliminar. Es fundamental que la sociedad se vuelque a la transformación de conductas, que quien ponga a los demás en riesgo sea mirado con desdén, que haya una sanción social por violentar a mujeres o por infringir el reglamento de tránsito, y que esa sanción social sea más fuerte que la sanción legal, en vez de la indiferencia que hoy prevalece.

He pensado que los avances tecnológicos pueden reemplazar cámaras de fotodetección de alta velocidad por umbrales espaciales en los que se detecte un punto de entrada y uno de salida, para estimar la velocidad promedio de los vehículos, y con ello posibles excesos. Esto tendría que ocurrir no sólo en espacios segregados, como el segundo piso del Periférico, sino en colonias utilizadas por miles de automovilistas como atajo. Algunas zonas podrían declararse “Zona 30” o incluso “Zona 20”, de tal suerte que el “invasor” sea monitoreado al entrar y salir, mientras que el residente goce de cierta flexibilidad considerando que su auto no entra y sale en diferencia de minutos. Con ello lograremos un impacto en los barrios con el consecuente incremento en la calidad de vida.

En realidad las acciones creativas pueden ser muchas. Lo ideal es conformar una estrategia que tenga impacto en las conductas, se reduzcan las velocidades, la violencia y los comportamientos inapropiados. Hay que alinear las acciones al resultado.

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