/ miércoles 11 de octubre de 2017

Centro de barrio | Me quedé con las ganas

Por años he escuchado la frase hankista de “Un político pobre es un pobre político”; todos sabemos que, aunque perversa, contiene mucha verdad. Es difícil hacer política sin dinero, menos aún a escalas de gobernador, presidente o senador, pero nunca reparamos en cómo transformarla, y no se trata de un combate a la corrupción, como se supondría, sino más bien de la conformación de instituciones que den oportunidades políticas equitativas a cualquier persona, sea cual sea su condición económica.

En unos días, el 16 de octubre, se cerrará el registro para candidatos sin partido a Jefe de Gobierno. Antes de asumir la Coordinación General de la Autoridad del Espacio Público, en marzo de 2016, tenía previsto participar; aún así, un tema de arranque era resolver cómo pagar escuelas y alimentos. Soy padre de niños traviesos que aún demandan mucha atención. Dependo no sólo de mi salario, sino también del de mi compañera. Esto no ha cambiado como funcionario, y he tenido menos tiempo para las funciones creativas que interpretaría como mi mayor fortaleza en una candidatura.

Me pesa no registrarme, lo confieso, no por el sueño de ganar una elección. Hemos cometido el error de creer que la participación en los comicios es sólo para ganar, hemos dejado que la “operación política” se apodere de la competencia electoral, hemos perdido la oportunidad de hacer de las elecciones una competencia de ideas y de propuestas. Me pesa no registrarme justo por eso, por no poder influir en la agenda de la ciudad a través de una candidatura independiente.

Uno es perfectamente reemplazable, tanto en la función actual como en el desempeño soñado como candidato o incluso como Jefe de Gobierno. Sin embargo, uno se siente fundamental justo al observar que la planeación ha sido uno de los grandes temas pospuestos en la agenda de la ciudad, ver que no estamos haciendo ningún esfuerzo por resolver de largo plazo las necesidades de agua y drenaje, de transporte público, de vivienda ni mucho menos la construcción de finanzas públicas que sustenten el desarrollo de la infraestructura mayor (trenes urbanos, por ejemplo).

Constantemente, los servidores públicos recibimos quejas desde las redes sociales. La mayoría de las quejas ciudadanas requieren esfuerzos extraordinarios de las personas a las que se dirigen, o de sus subordinados, lo que significa que la estructura institucional es la que no está funcionando, no las personas. Es urgente una “reingeniería” del gobierno y una reestructuración orientada a solucionar la causa raíz de los problemas, pero esto no sucede prácticamente en ningún gobierno de ningún estado o municipio. Esta debe ser una de las principales agendas en la próxima elección.

Hay otros temas que nos mueven, desde luego, y que estaremos abordando en este espacio en los próximos meses. Estoy convencido de las grandes oportunidades que la Ciudad de México tiene en puerta, y de ellas me habría gustado hablar en campaña, aunque la superficialidad de la propaganda partidista limitara su impacto. Ese será un gran reto para los institutos electorales: en vez de sujetar las campañas a un derroche de recursos para una grotesca guerra de spots, deberán garantizar que los ciudadanos obtengan de manera equitativa la información de todas las alternativas disponibles. Sólo así evitaremos que un político pobre siga siendo, como hasta hoy, un pobre político.

Por años he escuchado la frase hankista de “Un político pobre es un pobre político”; todos sabemos que, aunque perversa, contiene mucha verdad. Es difícil hacer política sin dinero, menos aún a escalas de gobernador, presidente o senador, pero nunca reparamos en cómo transformarla, y no se trata de un combate a la corrupción, como se supondría, sino más bien de la conformación de instituciones que den oportunidades políticas equitativas a cualquier persona, sea cual sea su condición económica.

En unos días, el 16 de octubre, se cerrará el registro para candidatos sin partido a Jefe de Gobierno. Antes de asumir la Coordinación General de la Autoridad del Espacio Público, en marzo de 2016, tenía previsto participar; aún así, un tema de arranque era resolver cómo pagar escuelas y alimentos. Soy padre de niños traviesos que aún demandan mucha atención. Dependo no sólo de mi salario, sino también del de mi compañera. Esto no ha cambiado como funcionario, y he tenido menos tiempo para las funciones creativas que interpretaría como mi mayor fortaleza en una candidatura.

Me pesa no registrarme, lo confieso, no por el sueño de ganar una elección. Hemos cometido el error de creer que la participación en los comicios es sólo para ganar, hemos dejado que la “operación política” se apodere de la competencia electoral, hemos perdido la oportunidad de hacer de las elecciones una competencia de ideas y de propuestas. Me pesa no registrarme justo por eso, por no poder influir en la agenda de la ciudad a través de una candidatura independiente.

Uno es perfectamente reemplazable, tanto en la función actual como en el desempeño soñado como candidato o incluso como Jefe de Gobierno. Sin embargo, uno se siente fundamental justo al observar que la planeación ha sido uno de los grandes temas pospuestos en la agenda de la ciudad, ver que no estamos haciendo ningún esfuerzo por resolver de largo plazo las necesidades de agua y drenaje, de transporte público, de vivienda ni mucho menos la construcción de finanzas públicas que sustenten el desarrollo de la infraestructura mayor (trenes urbanos, por ejemplo).

Constantemente, los servidores públicos recibimos quejas desde las redes sociales. La mayoría de las quejas ciudadanas requieren esfuerzos extraordinarios de las personas a las que se dirigen, o de sus subordinados, lo que significa que la estructura institucional es la que no está funcionando, no las personas. Es urgente una “reingeniería” del gobierno y una reestructuración orientada a solucionar la causa raíz de los problemas, pero esto no sucede prácticamente en ningún gobierno de ningún estado o municipio. Esta debe ser una de las principales agendas en la próxima elección.

Hay otros temas que nos mueven, desde luego, y que estaremos abordando en este espacio en los próximos meses. Estoy convencido de las grandes oportunidades que la Ciudad de México tiene en puerta, y de ellas me habría gustado hablar en campaña, aunque la superficialidad de la propaganda partidista limitara su impacto. Ese será un gran reto para los institutos electorales: en vez de sujetar las campañas a un derroche de recursos para una grotesca guerra de spots, deberán garantizar que los ciudadanos obtengan de manera equitativa la información de todas las alternativas disponibles. Sólo así evitaremos que un político pobre siga siendo, como hasta hoy, un pobre político.

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