/ domingo 2 de septiembre de 2018

Cuando en Florencia se defendía la libertad

Una de las épocas de mayor esplendor intelectual en la historia de la humanidad fue el Renacimiento: época en la que surgió una revaloración de la dimensión humana en todos los sentidos y Grecia y Roma: las culturas de la antigüedad que a partir de ahora serían fuente de inspiración.

Sabemos que Italia fue la cuna principal de este renacer y que tanto la pintura como la literatura fueron las primeras artes en adoptar el nuevo espíritu. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha podido confirmar que si esta revolución cultural pudo manifestarse, fue gracias a que en el siglo XIV, durante el Trecento italiano, coexistió una pléyade de notables intelectuales que revolucionaron al pensamiento, cuya obra contribuyó a que en el siglo XV se pudiera contar ya con una nueva visión en todos los órdenes y que Florencia fuera la ciudad en la que este fermento logró sus más importantes transformaciones. Henri Pirenne en su obra Historia de las ciudades, narra bellamente cómo se fueron fundando y constituyendo las primeras ciudades que servirían de fulcro transicional al paso de la Edad Media rumbo al Renacimiento, en las que a la par que habrían de nacer las también primeras universidades –como sería el caso de Bolonia, París, Salamanca-, de igual forma comenzaría a surgir un nuevo sentido de civilidad, propio de los nuevos centros urbanos.

Pronto el tema divino será relegado por el humano y el hombre, el nuevo foco de atención y como nunca antes en el pasado, cobrarán especial vigor las ideas de igualdad, fraternidad y libertad. Libertad que, en el caso de Florencia, será dimensionada de manera particular, trascendental y revolucionaria a través del concepto por ellos acuñado como “libertad florentina”.

Leonardo Bruni, Poggio Bracciolini y Coluccio Salutati, descollarán entre los principales responsables de esta nueva conciencia y transformación culturales. Florencia no será más una ciudad cualquiera. Ella se asumirá heredera directa de la Roma eterna y por eso dichos intelectuales luchan porque en ella prive la unidad del individuo con su civitas. Bruni, llamado Aretino por ser originario de Arezzo -notable estudioso de la literatura grecorromana, defensor de Dante, Petrarca y Boccaccio y autor de la Laudatio a Florencia-, como canciller de esta ciudad fue un convencido defensor de los valores republicanos y del significado de lo “civil” a partir de su obra literaria. Bracciolini, coterráneo de Bruni, secretario apostólico, canciller de Florencia y cronista de su República, durante el Concilio de Constanza (1414-1418), tuvo la oportunidad de aproximarse a la obra de los clásicos latinos como Cicerón, Valerio Flacco y Quintiliano. El rescate que de ellos realiza contribuirá a una nueva percepción particularmente ciceroniana, desde el momento en que se le visualizará como un hombre dual que al mismo tiempo que fue hombre de Estado, fue un notable escritor. Intelectuales a los que se debió comenzar a pensar en el humanismo a partir de reflexionar en que la humanidad implicaría el estudio del hombre completo.

No obstante, será Salutati, el más antiguo de los tres, nacido en 1331 en Valdinievole, quien será el más entusiasta y principal promotor del concepto de la “libertad florentina”. Defensa que plasmará a través de su invectiva contra el canciller del duque de Milán Gian Galeazzo Visconti, el vicentino Antonio Loschi, quien había escrito un violento texto propagandístico contra los florentinos defendiendo los intereses políticos de su señor. “Veremos, veremos, decía Loschi, a vuestra famosa constancia y romana fortaleza en la defensa de una torpe libertad. Sois soberbios –agregaba- del nombre romano y al declararos estirpe de Roma”.

En respuesta, nuestro personaje habrá de elaborar uno de los textos más notables por cuanto a la defensa de la libertad: “dulcísima libertad”, como la llama, “bien celestial que sobrepasaba a todas las riquezas del mundo”. Defenderla como la vida y más allá de ella, era la causa que los florentinos habían asumido por ser el “mayor regalo” que Dios les había conferido. Algo incomprensible para un Loschi que no era sino un servo dei servi, como le calificó Salutati. “Siervo de siervos”, por denostar su servilidad a la libertad, en vez de reconocer que no había ciudad en el resto de Italia y del mundo, que no solo tuvieran mayor esplendor y encanto, sino que gozaran de mayor libertad que la florentina. El humanismo civil habría nacido a partir de entonces. No tardarán en aparecer Pico della Mirandola y Niccolo Machiavelli y, con ellos, la recuperación de nuevas ideas: virtud, destino, pero sobre todo: dignidad. Dignidad, por la que habrá de ser reconocido el valor supremo humano. Virtud, que hará al hombre enfrentarse contra el destino y la fortuna divinos. Filósofos cuya obra será potencializada por quienes hagan de la utopía en llegar a tener ciudades perfectas el nuevo sueño de la humanidad, como en el caso de Tomaso Campanella y Francis Bacon.

A más de medio milenio de distancia, el mundo se encuentra en una espiral en la que los valores humanos están cada vez más ausentes. Valores de una naturaleza antagónica los han suplantado. Libertad, virtud y sobre todo dignidad no son ya prioridad en el mundo actual, pero hay una esperanza. Cuando Grecia y Roma concluyeron su ciclo histórico, nadie hubiera pensado que vendría un Renacimiento para revivirlas. Hoy estamos a la espera de que un nuevo Renacimiento humano suceda. Ojalá no tarde en ocurrir.


bettyzanolli@hotmail.com @BettyZanolli



Una de las épocas de mayor esplendor intelectual en la historia de la humanidad fue el Renacimiento: época en la que surgió una revaloración de la dimensión humana en todos los sentidos y Grecia y Roma: las culturas de la antigüedad que a partir de ahora serían fuente de inspiración.

Sabemos que Italia fue la cuna principal de este renacer y que tanto la pintura como la literatura fueron las primeras artes en adoptar el nuevo espíritu. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha podido confirmar que si esta revolución cultural pudo manifestarse, fue gracias a que en el siglo XIV, durante el Trecento italiano, coexistió una pléyade de notables intelectuales que revolucionaron al pensamiento, cuya obra contribuyó a que en el siglo XV se pudiera contar ya con una nueva visión en todos los órdenes y que Florencia fuera la ciudad en la que este fermento logró sus más importantes transformaciones. Henri Pirenne en su obra Historia de las ciudades, narra bellamente cómo se fueron fundando y constituyendo las primeras ciudades que servirían de fulcro transicional al paso de la Edad Media rumbo al Renacimiento, en las que a la par que habrían de nacer las también primeras universidades –como sería el caso de Bolonia, París, Salamanca-, de igual forma comenzaría a surgir un nuevo sentido de civilidad, propio de los nuevos centros urbanos.

Pronto el tema divino será relegado por el humano y el hombre, el nuevo foco de atención y como nunca antes en el pasado, cobrarán especial vigor las ideas de igualdad, fraternidad y libertad. Libertad que, en el caso de Florencia, será dimensionada de manera particular, trascendental y revolucionaria a través del concepto por ellos acuñado como “libertad florentina”.

Leonardo Bruni, Poggio Bracciolini y Coluccio Salutati, descollarán entre los principales responsables de esta nueva conciencia y transformación culturales. Florencia no será más una ciudad cualquiera. Ella se asumirá heredera directa de la Roma eterna y por eso dichos intelectuales luchan porque en ella prive la unidad del individuo con su civitas. Bruni, llamado Aretino por ser originario de Arezzo -notable estudioso de la literatura grecorromana, defensor de Dante, Petrarca y Boccaccio y autor de la Laudatio a Florencia-, como canciller de esta ciudad fue un convencido defensor de los valores republicanos y del significado de lo “civil” a partir de su obra literaria. Bracciolini, coterráneo de Bruni, secretario apostólico, canciller de Florencia y cronista de su República, durante el Concilio de Constanza (1414-1418), tuvo la oportunidad de aproximarse a la obra de los clásicos latinos como Cicerón, Valerio Flacco y Quintiliano. El rescate que de ellos realiza contribuirá a una nueva percepción particularmente ciceroniana, desde el momento en que se le visualizará como un hombre dual que al mismo tiempo que fue hombre de Estado, fue un notable escritor. Intelectuales a los que se debió comenzar a pensar en el humanismo a partir de reflexionar en que la humanidad implicaría el estudio del hombre completo.

No obstante, será Salutati, el más antiguo de los tres, nacido en 1331 en Valdinievole, quien será el más entusiasta y principal promotor del concepto de la “libertad florentina”. Defensa que plasmará a través de su invectiva contra el canciller del duque de Milán Gian Galeazzo Visconti, el vicentino Antonio Loschi, quien había escrito un violento texto propagandístico contra los florentinos defendiendo los intereses políticos de su señor. “Veremos, veremos, decía Loschi, a vuestra famosa constancia y romana fortaleza en la defensa de una torpe libertad. Sois soberbios –agregaba- del nombre romano y al declararos estirpe de Roma”.

En respuesta, nuestro personaje habrá de elaborar uno de los textos más notables por cuanto a la defensa de la libertad: “dulcísima libertad”, como la llama, “bien celestial que sobrepasaba a todas las riquezas del mundo”. Defenderla como la vida y más allá de ella, era la causa que los florentinos habían asumido por ser el “mayor regalo” que Dios les había conferido. Algo incomprensible para un Loschi que no era sino un servo dei servi, como le calificó Salutati. “Siervo de siervos”, por denostar su servilidad a la libertad, en vez de reconocer que no había ciudad en el resto de Italia y del mundo, que no solo tuvieran mayor esplendor y encanto, sino que gozaran de mayor libertad que la florentina. El humanismo civil habría nacido a partir de entonces. No tardarán en aparecer Pico della Mirandola y Niccolo Machiavelli y, con ellos, la recuperación de nuevas ideas: virtud, destino, pero sobre todo: dignidad. Dignidad, por la que habrá de ser reconocido el valor supremo humano. Virtud, que hará al hombre enfrentarse contra el destino y la fortuna divinos. Filósofos cuya obra será potencializada por quienes hagan de la utopía en llegar a tener ciudades perfectas el nuevo sueño de la humanidad, como en el caso de Tomaso Campanella y Francis Bacon.

A más de medio milenio de distancia, el mundo se encuentra en una espiral en la que los valores humanos están cada vez más ausentes. Valores de una naturaleza antagónica los han suplantado. Libertad, virtud y sobre todo dignidad no son ya prioridad en el mundo actual, pero hay una esperanza. Cuando Grecia y Roma concluyeron su ciclo histórico, nadie hubiera pensado que vendría un Renacimiento para revivirlas. Hoy estamos a la espera de que un nuevo Renacimiento humano suceda. Ojalá no tarde en ocurrir.


bettyzanolli@hotmail.com @BettyZanolli