/ domingo 17 de junio de 2018

Deconstruyámonos, si queremos ser

El espacio político es el de la mentira por excelencia

Jacques Derrida


¿De qué está hecha la historia? De todo y de nada. De todo, porque hasta el más mínimo acontecer, es parte de ella y toda persona un actor en la misma. De nada, porque más allá de lo objetivo, está el universo subjetivo que emana de lo comprobado en la historia, pero también el que emana de su interpretación y de lo que se desprende de la manipulación dolosa, a modo, de los hechos históricos.

Por eso el terreno histórico es uno de los territorios más minados del quehacer humano, porque siendo objetivo fundamental del historiador reconstruir el pasado para llegar a la verdad de lo acaecido, su sendero está plagado de obstáculos. Uno es la escasez o abundancia de fuentes. El otro, su origen, porque de nada sirve consultar indiscriminadamente información si antes no se analiza el contexto del que ésta y su autor son producto. Sí, esa famosa crítica de fuentes que la ciencia histórica nos convoca realizar cuando tenemos por meta aproximarnos a la verdad, porque de basarnos en fuentes carentes de fundamento, que solo bordan quimeras, sea por ignorancia o por convenir a determinados intereses, solo nos harán reproducir y producir errores y mentiras y si algo distingue a la historia científica, es que ésta pretende alcanzar la autenticidad, no lo ficticio. ¿De quién depende la elección? De nadie más que de nosotros y de nuestros propios valores: así yo percibo, así veo a la historia y a la práctica del historiador.

Esto viene a colación en un intento por deconstruir, en términos derridianos, el manejo distorsionado que de la historia se está dando en los discursos expresados en el actual proceso electoral, no solo a cargo de los propios contendientes, sino principalmente de ciertos intelectuales en su afán por posicionar a un determinado candidato. Y es en estos casos en los que los cultores legítimos de Clío se duelen de que el interés político prive una vez más, como siempre ha ocurrido a lo largo de los tiempos, por sobre la “verdadera” verdad histórica. No por algo Miguel León Portilla nos legó “La visión de los vencidos”, sabedor que es un sino propio de la historia ser pervertida por el poder y por quienes de él se sirven.

Sin embargo, hay algo peor: ¿escuchamos y creemos particularmente en las voces de los distorsionadores intencionales contemporáneos de la historia porque están con el poder? No. Es porque como sociedad hemos permitido que prive nuestra dejadez, indolencia y apatía por profundizar en nuestras raíces y pasado, en el conocimiento en pleno de lo que es y significa México y el mundo en el que vivimos. Pero además, explica en gran medida por qué en el último medio siglo, las autoridades educativas han impulsado reformas cada vez más alejadas de una visión humanista e integral, apartadas de la formación de una conciencia crítica y de compromiso social, lo que ha impactado a las generaciones posteriores a 1968 hasta nuestros días. ¿Qué hacer? Más allá de lo que nos indique el sistema educativo nacional: ser autónomos, libres para estudiar, leer, analizar, profundizar en las diversas corrientes de pensamiento. Desde los presocráticos hasta los filósofos contemporáneos, de los que el siglo también XX nos dio grandes intelectuales, atendiendo siempre lo dicho en sus obras y considerando el contexto social del que emanan. De lo contrario, continuaremos refugiados en una actitud acrítica y conformista frente a lo que se nos dice, ausente de un compromiso real con nuestro devenir.

Por eso es importante que para estas últimas jornadas del proceso electoral y en lo sucesivo, intentemos hacer un ejercicio de deconstrucción profunda de lo que se nos dice en cualquier discurso. No hay colores partidistas ni mucho menos proyectos de Nación en contienda. Son campañas mediáticas de pseudo linchamiento del oponente, porque ni siquiera las veremos culminar. En 1994 se amedrentó a la sociedad a través de los medios de comunicación, previo a la jornada electoral, con una campaña de miedo que auguraba una inminente guerra civil. En 2018, con el mismo fin, se usa a la historia, distorsionada y desnaturalizada, como ariete de lucha y amedrentamiento. Por eso hace ocho días declaraba que retornar al pasado no podía ser anatema. Hoy lo reafirmo: volver al pasado no es retroceder. El retroceso se da cuando destruimos lo logrado. ¿Qué nos queda hoy, por ejemplo, de las grandes conquistas sociales de las que nuestra Constitución del 17 fue paradigma jurídico mundial?

Volvamos nuestros ojos a la realidad social y veremos carencias inimaginables. ¿Esto es progreso? ¿Éste es el México que queremos, un México de diferencias socioeconómicas abismales, secuestrado por el crimen y la pobreza, sin gobierno y menos Estado de Derecho, en el que cada quien se hace justicia por propia mano?

Exigir de la autoridad su compromiso y moralidad es un deber, como lo es de todos, el respeto irrestricto al Estado de Derecho. No serán nuevas leyes ni mucho menos partidos o candidatos los que garanticen el cambio. Para cambiar al mundo, el cambio está en nosotros. Lo dijo Gandhi.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

El espacio político es el de la mentira por excelencia

Jacques Derrida


¿De qué está hecha la historia? De todo y de nada. De todo, porque hasta el más mínimo acontecer, es parte de ella y toda persona un actor en la misma. De nada, porque más allá de lo objetivo, está el universo subjetivo que emana de lo comprobado en la historia, pero también el que emana de su interpretación y de lo que se desprende de la manipulación dolosa, a modo, de los hechos históricos.

Por eso el terreno histórico es uno de los territorios más minados del quehacer humano, porque siendo objetivo fundamental del historiador reconstruir el pasado para llegar a la verdad de lo acaecido, su sendero está plagado de obstáculos. Uno es la escasez o abundancia de fuentes. El otro, su origen, porque de nada sirve consultar indiscriminadamente información si antes no se analiza el contexto del que ésta y su autor son producto. Sí, esa famosa crítica de fuentes que la ciencia histórica nos convoca realizar cuando tenemos por meta aproximarnos a la verdad, porque de basarnos en fuentes carentes de fundamento, que solo bordan quimeras, sea por ignorancia o por convenir a determinados intereses, solo nos harán reproducir y producir errores y mentiras y si algo distingue a la historia científica, es que ésta pretende alcanzar la autenticidad, no lo ficticio. ¿De quién depende la elección? De nadie más que de nosotros y de nuestros propios valores: así yo percibo, así veo a la historia y a la práctica del historiador.

Esto viene a colación en un intento por deconstruir, en términos derridianos, el manejo distorsionado que de la historia se está dando en los discursos expresados en el actual proceso electoral, no solo a cargo de los propios contendientes, sino principalmente de ciertos intelectuales en su afán por posicionar a un determinado candidato. Y es en estos casos en los que los cultores legítimos de Clío se duelen de que el interés político prive una vez más, como siempre ha ocurrido a lo largo de los tiempos, por sobre la “verdadera” verdad histórica. No por algo Miguel León Portilla nos legó “La visión de los vencidos”, sabedor que es un sino propio de la historia ser pervertida por el poder y por quienes de él se sirven.

Sin embargo, hay algo peor: ¿escuchamos y creemos particularmente en las voces de los distorsionadores intencionales contemporáneos de la historia porque están con el poder? No. Es porque como sociedad hemos permitido que prive nuestra dejadez, indolencia y apatía por profundizar en nuestras raíces y pasado, en el conocimiento en pleno de lo que es y significa México y el mundo en el que vivimos. Pero además, explica en gran medida por qué en el último medio siglo, las autoridades educativas han impulsado reformas cada vez más alejadas de una visión humanista e integral, apartadas de la formación de una conciencia crítica y de compromiso social, lo que ha impactado a las generaciones posteriores a 1968 hasta nuestros días. ¿Qué hacer? Más allá de lo que nos indique el sistema educativo nacional: ser autónomos, libres para estudiar, leer, analizar, profundizar en las diversas corrientes de pensamiento. Desde los presocráticos hasta los filósofos contemporáneos, de los que el siglo también XX nos dio grandes intelectuales, atendiendo siempre lo dicho en sus obras y considerando el contexto social del que emanan. De lo contrario, continuaremos refugiados en una actitud acrítica y conformista frente a lo que se nos dice, ausente de un compromiso real con nuestro devenir.

Por eso es importante que para estas últimas jornadas del proceso electoral y en lo sucesivo, intentemos hacer un ejercicio de deconstrucción profunda de lo que se nos dice en cualquier discurso. No hay colores partidistas ni mucho menos proyectos de Nación en contienda. Son campañas mediáticas de pseudo linchamiento del oponente, porque ni siquiera las veremos culminar. En 1994 se amedrentó a la sociedad a través de los medios de comunicación, previo a la jornada electoral, con una campaña de miedo que auguraba una inminente guerra civil. En 2018, con el mismo fin, se usa a la historia, distorsionada y desnaturalizada, como ariete de lucha y amedrentamiento. Por eso hace ocho días declaraba que retornar al pasado no podía ser anatema. Hoy lo reafirmo: volver al pasado no es retroceder. El retroceso se da cuando destruimos lo logrado. ¿Qué nos queda hoy, por ejemplo, de las grandes conquistas sociales de las que nuestra Constitución del 17 fue paradigma jurídico mundial?

Volvamos nuestros ojos a la realidad social y veremos carencias inimaginables. ¿Esto es progreso? ¿Éste es el México que queremos, un México de diferencias socioeconómicas abismales, secuestrado por el crimen y la pobreza, sin gobierno y menos Estado de Derecho, en el que cada quien se hace justicia por propia mano?

Exigir de la autoridad su compromiso y moralidad es un deber, como lo es de todos, el respeto irrestricto al Estado de Derecho. No serán nuevas leyes ni mucho menos partidos o candidatos los que garanticen el cambio. Para cambiar al mundo, el cambio está en nosotros. Lo dijo Gandhi.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli