/ domingo 30 de septiembre de 2018

“El gran solitario de Palacio”, más solo que nunca

El movimiento estudiantil de 1968 ha quedado inscrito dentro de nuestra historia contemporánea como uno de sus más emblemáticos y coyunturales parteaguas y quien mejor así lo comprendió y evidenció, fue precisamente René Avilés Fabila.

El escritor a cuya pluma debemos no solo la mejor novela que se ha escrito sobre dicho tema: El gran solitario de Palacio, sino además la obra que desnudó la esencia del amórfico y tirano presidencialismo mexicano que, desde décadas atrás ya gobernaba a la Nación, pues tal y como lo sentenció de manera impecable su autor a través de la literatura: el enfrentamiento de la juventud fue contra el “poder omnipotente de un Estado corrupto”, dirigido por “un Caudillo longevo” que “cada seis años es transformado física y mentalmente y de nuevo se somete al voto popular, porque es democrático. Y revolucionario”. Así de revelador, así de terminante, como cuando asienta a pie de página, apenas en su advertencia inicial, su concepto de revolución y revolucionario, en tanto términos que, aunque multicitados a lo largo de la obra, “carecen totalmente de sentido y significado”, por más “Revolución Triunfante” que sea. ¿Se podría decir de forma más lapidaria? Imposible.

En consecuencia, Avilés Fabila no solo expone el drama humano de la juventud preparatoriana y universitaria: penetra más allá de él y exhibe los entresijos de un sistema político putrefacto que desde medio siglo atrás se venía gestando, arrastrado y encabezado por la figura de un Caudillo eterno, karmático, patéticamente omnipresente, al que no basta con un cambio de programa, sino también de cara, porque “una cara nueva es imprescindible, es un proceso renovador; indica sucesión; crea un clima de confianza en las instituciones, hay movilidad social, más empleo”, y por ello el autor le dedica una letanía que reza así: “su excelencia, jefe máximo, o como le dicen cada sexenio: presidente agrarista, presidente obrerista, presidente caballero, presidente deportista”. Era el “jefe único y verdadero” que “trabajaba por sexenios y en cada uno era una persona distinta y sin embargo la misma: variante múltiple de la Santísima Trinidad”.

El próximo martes se cumplirán 50 años del 68. La juventud es otra, México es otro, pero el sistema y el Caudillo permanecen, son los mismos hoy que ayer. La única variante es que al mero cambio de maquillaje caudillesco se ha sumado, en los últimos 20 años, el de la substitución de la gama tricromática del partido al poder, pero el resultado no ha variado. No hemos cambiado de Caudillo.

Sí. El fallo avilesiano terminó siendo demiúrgico y su novela se volvió legendaria. Escrita por su autor en París entre 1969 y 1970, tuvo que ser impresa en Argentina en 1971. En México ninguna editorial en aquel entonces se hubiera atrevido a publicarla, y de haberlo logrado, habría terminado la obra, en el mejor de los casos, confiscada y quemada en una pira, como en el auto de fe con el que inicia la novela, destruida en términos de su autor, en calidad de propaganda “subversiva y pornográfica”. Gracias a ello, El gran solitario de Palacio se convirtió enreferente de la narrativa latinoamericana: compuerta paradigmática para que otros autores tomaran valor y escribieran sobre sus respectivos tiranos. Solo que ninguna de las obras que habrán de sucederle alcanzará esa fina y demoledora ironía bajo la que habrá de subyacer la más profunda y acerba crítica del presidencialismo que logró la novela avilesfabiliana.

Pero hay algo más trágico. El gran solitario de Palacio, no admite una lectura rápida. Requiere del análisis cuidadoso, de lo dicho y entredicho, y de lo que de su ironía se desprende. Se dice novela, pero es el retrato cruento de la realidad de un país que no conoce del Estado de Derecho; es la narración de un régimen que coopta a los medios a través de compromisos y porque de él depende el papel, pero que también secuestra la voluntad de la mayoría de los intelectuales mediante premios, becas, “buenos empleos” y subsidios. Todo para que hagan creer que priva la libertad de prensa y la libertad expresión, mientras en los calabozos, torturados, son silenciados y eliminados los que no son gratos al régimen, comenzando por los estudiantes. Un régimen defendido por entes mecánicos autómatas y dominado por una cúpula descarnada que no tiene límites en su ambición.

Oradores y loros que se hermanan como “especie abyecta” sin nada que decir, solo repitiendo, para “mantener en equilibrio la división entre inteligentes y tontos”, refiere el autor. Camaleones políticos que alternan con orangutanes, porque decirles gorilas, es ofender a esta especie, pululan en las páginas solitarias palaciegas. Todo un universo del horror que priva en una ficción que cobra vida a partir de la realidad.

A 50 años del 68, El gran solitario de Palacio de Avilés Fabila está vivo, punzante, lacerante, porque el Presidente saliente está también solo, como lo estuvo desde que empezó, pero también lo está el pueblo, solo que ahora tiene una esperanza. ¿Romperá ésta con la maldición Caudillesca que desde hace casi una centuria se cierne sobre Palacio?


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli



El movimiento estudiantil de 1968 ha quedado inscrito dentro de nuestra historia contemporánea como uno de sus más emblemáticos y coyunturales parteaguas y quien mejor así lo comprendió y evidenció, fue precisamente René Avilés Fabila.

El escritor a cuya pluma debemos no solo la mejor novela que se ha escrito sobre dicho tema: El gran solitario de Palacio, sino además la obra que desnudó la esencia del amórfico y tirano presidencialismo mexicano que, desde décadas atrás ya gobernaba a la Nación, pues tal y como lo sentenció de manera impecable su autor a través de la literatura: el enfrentamiento de la juventud fue contra el “poder omnipotente de un Estado corrupto”, dirigido por “un Caudillo longevo” que “cada seis años es transformado física y mentalmente y de nuevo se somete al voto popular, porque es democrático. Y revolucionario”. Así de revelador, así de terminante, como cuando asienta a pie de página, apenas en su advertencia inicial, su concepto de revolución y revolucionario, en tanto términos que, aunque multicitados a lo largo de la obra, “carecen totalmente de sentido y significado”, por más “Revolución Triunfante” que sea. ¿Se podría decir de forma más lapidaria? Imposible.

En consecuencia, Avilés Fabila no solo expone el drama humano de la juventud preparatoriana y universitaria: penetra más allá de él y exhibe los entresijos de un sistema político putrefacto que desde medio siglo atrás se venía gestando, arrastrado y encabezado por la figura de un Caudillo eterno, karmático, patéticamente omnipresente, al que no basta con un cambio de programa, sino también de cara, porque “una cara nueva es imprescindible, es un proceso renovador; indica sucesión; crea un clima de confianza en las instituciones, hay movilidad social, más empleo”, y por ello el autor le dedica una letanía que reza así: “su excelencia, jefe máximo, o como le dicen cada sexenio: presidente agrarista, presidente obrerista, presidente caballero, presidente deportista”. Era el “jefe único y verdadero” que “trabajaba por sexenios y en cada uno era una persona distinta y sin embargo la misma: variante múltiple de la Santísima Trinidad”.

El próximo martes se cumplirán 50 años del 68. La juventud es otra, México es otro, pero el sistema y el Caudillo permanecen, son los mismos hoy que ayer. La única variante es que al mero cambio de maquillaje caudillesco se ha sumado, en los últimos 20 años, el de la substitución de la gama tricromática del partido al poder, pero el resultado no ha variado. No hemos cambiado de Caudillo.

Sí. El fallo avilesiano terminó siendo demiúrgico y su novela se volvió legendaria. Escrita por su autor en París entre 1969 y 1970, tuvo que ser impresa en Argentina en 1971. En México ninguna editorial en aquel entonces se hubiera atrevido a publicarla, y de haberlo logrado, habría terminado la obra, en el mejor de los casos, confiscada y quemada en una pira, como en el auto de fe con el que inicia la novela, destruida en términos de su autor, en calidad de propaganda “subversiva y pornográfica”. Gracias a ello, El gran solitario de Palacio se convirtió enreferente de la narrativa latinoamericana: compuerta paradigmática para que otros autores tomaran valor y escribieran sobre sus respectivos tiranos. Solo que ninguna de las obras que habrán de sucederle alcanzará esa fina y demoledora ironía bajo la que habrá de subyacer la más profunda y acerba crítica del presidencialismo que logró la novela avilesfabiliana.

Pero hay algo más trágico. El gran solitario de Palacio, no admite una lectura rápida. Requiere del análisis cuidadoso, de lo dicho y entredicho, y de lo que de su ironía se desprende. Se dice novela, pero es el retrato cruento de la realidad de un país que no conoce del Estado de Derecho; es la narración de un régimen que coopta a los medios a través de compromisos y porque de él depende el papel, pero que también secuestra la voluntad de la mayoría de los intelectuales mediante premios, becas, “buenos empleos” y subsidios. Todo para que hagan creer que priva la libertad de prensa y la libertad expresión, mientras en los calabozos, torturados, son silenciados y eliminados los que no son gratos al régimen, comenzando por los estudiantes. Un régimen defendido por entes mecánicos autómatas y dominado por una cúpula descarnada que no tiene límites en su ambición.

Oradores y loros que se hermanan como “especie abyecta” sin nada que decir, solo repitiendo, para “mantener en equilibrio la división entre inteligentes y tontos”, refiere el autor. Camaleones políticos que alternan con orangutanes, porque decirles gorilas, es ofender a esta especie, pululan en las páginas solitarias palaciegas. Todo un universo del horror que priva en una ficción que cobra vida a partir de la realidad.

A 50 años del 68, El gran solitario de Palacio de Avilés Fabila está vivo, punzante, lacerante, porque el Presidente saliente está también solo, como lo estuvo desde que empezó, pero también lo está el pueblo, solo que ahora tiene una esperanza. ¿Romperá ésta con la maldición Caudillesca que desde hace casi una centuria se cierne sobre Palacio?


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli