/ domingo 2 de diciembre de 2018

El México que recibe el nuevo gobierno

Este domingo inicia formal y propiamente el primer día del nuevo régimen de gobierno que habrá de conducir los destinos de nuestra Nación en los próximos seis años. Administración que deberá enfrentar el reto gubernamental más grande de los tiempos posrrevolucionarios: recibe una Patria devastada.

Una sociedad dividida, encolerizada, confrontada, radicalizada. Un Estado en el que no existe Estado de Derecho. Un México esclavizado por la delincuencia, arrasado por el crimen organizado. Un México silenciado, castrado, secuestrado por la violencia; despojado, saqueado por la ambición; sometido por la impunidad; herido por la mentira; hollado y quebrantado por el abuso del poder. Un México abandonado a su suerte, baste ver cómo han alcanzado los índices delictivos su máximo nivel. De acuerdo con el índice publicado el pasado 20 de noviembre por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, a un mes de que concluya 2018, éste es ya el año con mayor número de delitos cometidos en la historia de nuestro país con 1 560 246 casos registrados al 31 de octubre, lo que hace de este mes el más violento y los cinco estados con mayor índice delictivo, los de Estado de México, Ciudad de México, Guanajuato, Jalisco, Baja California y Nuevo León. Y algo aún más grave: 2018 es también el año más sangriento al sumar ya 36 528 homicidios. Cifra que se elevará con los cometidos en su último bimestre, de modo tal que, de seguir esta tendencia, estaríamos hablando de que cerrará con una escalofriante cifra cercana a los 43 mil homicidios. Por eso no sorprende que México sea, además de todo, un país fosado. Tan solo en los últimos doce años, diversas investigaciones han detectado la macabra presencia de más de dos mil fosas clandestinas en el territorio nacional, encabezando la lista las más de 330 de Veracruz, seguidas de las halladas en Tamaulipas, Guerrero y Chihuahua, de las que se han recuperado cerca de 3 mil cuerpos y miles de restos óseos.

Un país violentado en sus fronteras, en el que a los tránsitos masivos de los migrantes que vienen de fuera, se suman los inclementes desplazamientos forzosos a los que millones de indígenas y campesinos en el desamparo total, se ven sometidos por el horror de la inseguridad y la guadaña de la pobreza, porque si algo también identifica a nuestro México, es la ignominiosa desigualdad que lo lacera. Por un lado, ostenta el segundo lugar en América Latina y el vigésimo en el mundo como residencia de multimillonarios. Por otro, ocupa el sexto lugar en pobreza infantil de los países de la OCDE -representado por 20 millones de niños- y está entre los países más pobres del mundo: en el último sexenio de gobierno sobrepasó los 62 millones de personas con ingresos insuficientes para vivir y los más de 55 millones de personas en pobreza, de los cuales, alrededor de 10 millones se ubican en pobreza extrema. Ello, sin contar que el 70% de los bienes y propiedades de la Nación lo detenta menos del 10% de la población. Sector este último en el que está concentrada en menos del 1% el equivalente a la riqueza que posee el 95% de la población total, luego de décadas de impunidad y corrupción en todos los niveles y en todos los espacios que han secuestrado y pulverizado a nuestra Nación que hoy, a duras penas y de modo milagroso, sobrevive. Y lo hace a pesar de haberse casi triplicado entre 2009 y 2018 su deuda externa, cercana ya a los 500 mil millones de dólares, equivalente al 40% del Producto Interno Bruto, cuyos intereses anuales superan los 21 mil millones de dólares. Crisis criminal, eterna, que hubiera ya hecho desaparecer a otro país.

Sí, por esto y mucho más la sociedad mexicana ha perdido la esperanza de un cambio. Por eso, cuando se habla de una “cuarta transformación”, el escepticismo sofoca y sepulta en muchos la esperanza, máxime cuando la nueva administración sigue admitiendo a los tránsfugas de siempre -aquellos que sin el menor pudor ni vergüenza, al menor vaivén de sus partidos, huyen del barco para acogerse con el mejor postor- y habrá de colocar en puestos clave del gobierno a personajes de funesto actuar en el pasado inmediato. ¿Aun así podrá el nuevo gobierno cumplir lo que prometió? El problema no es solo que vuelvan al gobierno (si alguna vez salieron de él) los mismos. Tampoco lo es que el nuevo gobierno haga acuerdos con las élites del poder económico y social. Esto es lógico, a menos que se pretendiera establecer una dictadura. Ése no es el mal mayor. La tragedia es que los mismos que han socavado a la Nación y otros que se sumen lo sigan haciendo, con los mismos vicios y costumbres, pero ahora con una mayor impunidad gracias a que el régimen constitucional se encuentra totalmente pulverizado y es contrario a aquél que le dio sentido al constitucionalismo social mexicano entre 1917 y 1988.

México, el México profundo, está hambriento no solo de los benditos maíz y frijoles que por milenios nos han dado sustento. Lo está sobre todo de paz, de seguridad, de trabajo, de Justicia, de fe en el mañana. Está harto de la corrupción institucionalizada y de todos aquellos que están enfermos de poder: unos porque lo han tenido y de él se han servido. Otros, porque lo han ambicionado como a nada en la vida. Por lo pronto, los comicios se libraron, pero el peligro no está conjurado. México no puede dividirse. Necesita de la unión y la moral de todos.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

Este domingo inicia formal y propiamente el primer día del nuevo régimen de gobierno que habrá de conducir los destinos de nuestra Nación en los próximos seis años. Administración que deberá enfrentar el reto gubernamental más grande de los tiempos posrrevolucionarios: recibe una Patria devastada.

Una sociedad dividida, encolerizada, confrontada, radicalizada. Un Estado en el que no existe Estado de Derecho. Un México esclavizado por la delincuencia, arrasado por el crimen organizado. Un México silenciado, castrado, secuestrado por la violencia; despojado, saqueado por la ambición; sometido por la impunidad; herido por la mentira; hollado y quebrantado por el abuso del poder. Un México abandonado a su suerte, baste ver cómo han alcanzado los índices delictivos su máximo nivel. De acuerdo con el índice publicado el pasado 20 de noviembre por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, a un mes de que concluya 2018, éste es ya el año con mayor número de delitos cometidos en la historia de nuestro país con 1 560 246 casos registrados al 31 de octubre, lo que hace de este mes el más violento y los cinco estados con mayor índice delictivo, los de Estado de México, Ciudad de México, Guanajuato, Jalisco, Baja California y Nuevo León. Y algo aún más grave: 2018 es también el año más sangriento al sumar ya 36 528 homicidios. Cifra que se elevará con los cometidos en su último bimestre, de modo tal que, de seguir esta tendencia, estaríamos hablando de que cerrará con una escalofriante cifra cercana a los 43 mil homicidios. Por eso no sorprende que México sea, además de todo, un país fosado. Tan solo en los últimos doce años, diversas investigaciones han detectado la macabra presencia de más de dos mil fosas clandestinas en el territorio nacional, encabezando la lista las más de 330 de Veracruz, seguidas de las halladas en Tamaulipas, Guerrero y Chihuahua, de las que se han recuperado cerca de 3 mil cuerpos y miles de restos óseos.

Un país violentado en sus fronteras, en el que a los tránsitos masivos de los migrantes que vienen de fuera, se suman los inclementes desplazamientos forzosos a los que millones de indígenas y campesinos en el desamparo total, se ven sometidos por el horror de la inseguridad y la guadaña de la pobreza, porque si algo también identifica a nuestro México, es la ignominiosa desigualdad que lo lacera. Por un lado, ostenta el segundo lugar en América Latina y el vigésimo en el mundo como residencia de multimillonarios. Por otro, ocupa el sexto lugar en pobreza infantil de los países de la OCDE -representado por 20 millones de niños- y está entre los países más pobres del mundo: en el último sexenio de gobierno sobrepasó los 62 millones de personas con ingresos insuficientes para vivir y los más de 55 millones de personas en pobreza, de los cuales, alrededor de 10 millones se ubican en pobreza extrema. Ello, sin contar que el 70% de los bienes y propiedades de la Nación lo detenta menos del 10% de la población. Sector este último en el que está concentrada en menos del 1% el equivalente a la riqueza que posee el 95% de la población total, luego de décadas de impunidad y corrupción en todos los niveles y en todos los espacios que han secuestrado y pulverizado a nuestra Nación que hoy, a duras penas y de modo milagroso, sobrevive. Y lo hace a pesar de haberse casi triplicado entre 2009 y 2018 su deuda externa, cercana ya a los 500 mil millones de dólares, equivalente al 40% del Producto Interno Bruto, cuyos intereses anuales superan los 21 mil millones de dólares. Crisis criminal, eterna, que hubiera ya hecho desaparecer a otro país.

Sí, por esto y mucho más la sociedad mexicana ha perdido la esperanza de un cambio. Por eso, cuando se habla de una “cuarta transformación”, el escepticismo sofoca y sepulta en muchos la esperanza, máxime cuando la nueva administración sigue admitiendo a los tránsfugas de siempre -aquellos que sin el menor pudor ni vergüenza, al menor vaivén de sus partidos, huyen del barco para acogerse con el mejor postor- y habrá de colocar en puestos clave del gobierno a personajes de funesto actuar en el pasado inmediato. ¿Aun así podrá el nuevo gobierno cumplir lo que prometió? El problema no es solo que vuelvan al gobierno (si alguna vez salieron de él) los mismos. Tampoco lo es que el nuevo gobierno haga acuerdos con las élites del poder económico y social. Esto es lógico, a menos que se pretendiera establecer una dictadura. Ése no es el mal mayor. La tragedia es que los mismos que han socavado a la Nación y otros que se sumen lo sigan haciendo, con los mismos vicios y costumbres, pero ahora con una mayor impunidad gracias a que el régimen constitucional se encuentra totalmente pulverizado y es contrario a aquél que le dio sentido al constitucionalismo social mexicano entre 1917 y 1988.

México, el México profundo, está hambriento no solo de los benditos maíz y frijoles que por milenios nos han dado sustento. Lo está sobre todo de paz, de seguridad, de trabajo, de Justicia, de fe en el mañana. Está harto de la corrupción institucionalizada y de todos aquellos que están enfermos de poder: unos porque lo han tenido y de él se han servido. Otros, porque lo han ambicionado como a nada en la vida. Por lo pronto, los comicios se libraron, pero el peligro no está conjurado. México no puede dividirse. Necesita de la unión y la moral de todos.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli