/ martes 23 de marzo de 2021

¿EU nos da lecciones anti neoliberales?

Con el paquete de 1.9 billones de dólares de presupuesto para rescate, ayudas y estímulos recién aprobado en Estados Unidos, el gobierno de ese país suma más de 5 billones (trillones para ellos) de inversión contracíclica frente a la pandemia. Su rebote será espectacular, recuperando lo perdido en este mismo año.

En México, donde no hubo plan económico de emergencia, eso pasará hasta 2024, mientras el restablecimiento de los niveles de ingreso por habitante tomará quizá cinco años, como estima un estudio del IMEF.

El acumulado representa el 19% del PIB de la mayor economía del planeta. Para poner en perspectiva, el rescate tras el crack financiero del 2008 fue de 787 mil millones de dólares.

Todo estadounidense que gana menos de 75 mil dólares al año y las parejas casadas con ingresos por debajo de 150 mil recibirán pagos directos de mil 400 por persona, más mil 400 por dependiente. Asimismo, se extenderán los programas de seguro de desempleo a septiembre, con suplemento de 300 dólares semanales para los más afectados.

A través de los estados y los gobiernos locales, se transferirán fondos por cientos de miles de millones para apertura de escuelas, subvenciones y préstamos a negocios, apoyo masivo a comunidades. Miles de millones más van a créditos fiscales, salud, transporte, agricultura. Está cubierta toda la población de menores ingresos y la clase media.

Además, habrá todo el dinero que se requiera para completar la vacunación de la población adulta antes de la mitad del año. Con 34 de cada 100 personas con al menos una dosis, la salida del túnel es inminente, mientras aquí apenas vamos en cuatro por cada 100.

No debe extrañarnos que allá se hable de un auge económico como no se había visto en lustros. De hecho, si han mejorado las expectativas de crecimiento en México, la causa fundamental es la tracción económica al norte del Río Bravo. En su último informe trimestral, el Banco de México estimó que creceremos 4.8% este año, cuando el pronóstico previo era de 3.3 por ciento. Mucho mejor, pero palidece frente al panorama de nuestros vecinos.

Es curioso que el país tradicionalmente acusado de imponer el recetario neoliberal se embarque en una intervención del Estado de esta envergadura, con ingredientes claramente keynesianos. Porque hay que tomar en cuenta que, adicionalmente, la Reserva Federal ha ejercido a fondo sus facultades de expansión monetaria, mantenido pegadas al 0% las tasas de referencia.

México, con un gobierno que declarativamente se asume como adversario del neoliberalismo, destaca internacionalmente por la casi nula intervención: ni siquiera 1% del PIB. De acuerdo con un análisis del Instituto Internacional de Finanzas, junto con Uganda fuimos el país con menor inversión fiscal emergente de una muestra de 84 países.

Se habla mucho de soberanía y autonomía, pero paradójicamente, en este momento, el crecimiento de nuestra economía depende preponderantemente de la fuerza del mercado estadounidense y su impacto en nuestras exportaciones con el respaldo del TMEC.

Con el avance de la vacunación, debe darse una progresiva recuperación de las actividades comerciales y productivas en México. Sin embargo, imposible esperar una reactivación rápida y sólida de nuestro mercado interno: partimos de una contracción brutal de -8.5%, enfrentada sin apoyos por familias y empresas, que perdieron ingresos, mercados, trabajos y negocios.

Por si fuese poco, la inversión ya caía en picada antes de la pandemia, y esto puede acentuarse a partir de decisiones como las que se están tomando. El mejor ejemplo es la contrarreforma eléctrica, no sólo violatoria de la Constitución, sino de tratados internacionales que amparan a las inversiones.

En Estados Unidos, con su amortiguador fiscal, la caída en 2020 fue de sólo -3.5 por ciento. Hacia delante, además cuentan con el motor del gran apetito inversor en sectores como la economía digital y la energía renovable. Con ese contexto, cada vez más analistas esperan que la economía se expanda 7% este año.

Las expectativas de las empresas por la reactivación del consumo son extraordinarias. Las fábricas trabajan a todo vapor para cumplir pedidos y ante la demanda anticipada. Las familias tienen dinero excedente: no han gastado debido a los confinamientos, conservan buena parte de lo que recibieron del gobierno y han podido conservar empleos y negocios, muchos de los cuales se hubieran perdido sin la ayuda.

Es tal la fuerza de la recuperación que existe preocupación de presiones inflacionarias a futuro, lo mismo que ante un déficit público que cerró en 3.1 billones de dólares en el ejercicio fiscal anterior y ahora pasa de un billón en cinco meses. Sin embargo, me quedo con la convicción de que hay tiempos en que la resiliencia es la prioridad.

La ventaja de ayudar a la población y a las empresas a superar una emergencia como ésta supera por mucho los costos y los riesgos colaterales. Se entiende que, de no hacerlo, las consecuencias pasajeras pueden tornarse duraderas o permanentes. En casos como éste, la rigidez en las políticas públicas no ayuda: al contrario.

Como ha dicho Paul Krugman: “El punto es que los tiempos extraños exigen un pensamiento económico extraño. Este no es momento para ser convencional”.

Con el paquete de 1.9 billones de dólares de presupuesto para rescate, ayudas y estímulos recién aprobado en Estados Unidos, el gobierno de ese país suma más de 5 billones (trillones para ellos) de inversión contracíclica frente a la pandemia. Su rebote será espectacular, recuperando lo perdido en este mismo año.

En México, donde no hubo plan económico de emergencia, eso pasará hasta 2024, mientras el restablecimiento de los niveles de ingreso por habitante tomará quizá cinco años, como estima un estudio del IMEF.

El acumulado representa el 19% del PIB de la mayor economía del planeta. Para poner en perspectiva, el rescate tras el crack financiero del 2008 fue de 787 mil millones de dólares.

Todo estadounidense que gana menos de 75 mil dólares al año y las parejas casadas con ingresos por debajo de 150 mil recibirán pagos directos de mil 400 por persona, más mil 400 por dependiente. Asimismo, se extenderán los programas de seguro de desempleo a septiembre, con suplemento de 300 dólares semanales para los más afectados.

A través de los estados y los gobiernos locales, se transferirán fondos por cientos de miles de millones para apertura de escuelas, subvenciones y préstamos a negocios, apoyo masivo a comunidades. Miles de millones más van a créditos fiscales, salud, transporte, agricultura. Está cubierta toda la población de menores ingresos y la clase media.

Además, habrá todo el dinero que se requiera para completar la vacunación de la población adulta antes de la mitad del año. Con 34 de cada 100 personas con al menos una dosis, la salida del túnel es inminente, mientras aquí apenas vamos en cuatro por cada 100.

No debe extrañarnos que allá se hable de un auge económico como no se había visto en lustros. De hecho, si han mejorado las expectativas de crecimiento en México, la causa fundamental es la tracción económica al norte del Río Bravo. En su último informe trimestral, el Banco de México estimó que creceremos 4.8% este año, cuando el pronóstico previo era de 3.3 por ciento. Mucho mejor, pero palidece frente al panorama de nuestros vecinos.

Es curioso que el país tradicionalmente acusado de imponer el recetario neoliberal se embarque en una intervención del Estado de esta envergadura, con ingredientes claramente keynesianos. Porque hay que tomar en cuenta que, adicionalmente, la Reserva Federal ha ejercido a fondo sus facultades de expansión monetaria, mantenido pegadas al 0% las tasas de referencia.

México, con un gobierno que declarativamente se asume como adversario del neoliberalismo, destaca internacionalmente por la casi nula intervención: ni siquiera 1% del PIB. De acuerdo con un análisis del Instituto Internacional de Finanzas, junto con Uganda fuimos el país con menor inversión fiscal emergente de una muestra de 84 países.

Se habla mucho de soberanía y autonomía, pero paradójicamente, en este momento, el crecimiento de nuestra economía depende preponderantemente de la fuerza del mercado estadounidense y su impacto en nuestras exportaciones con el respaldo del TMEC.

Con el avance de la vacunación, debe darse una progresiva recuperación de las actividades comerciales y productivas en México. Sin embargo, imposible esperar una reactivación rápida y sólida de nuestro mercado interno: partimos de una contracción brutal de -8.5%, enfrentada sin apoyos por familias y empresas, que perdieron ingresos, mercados, trabajos y negocios.

Por si fuese poco, la inversión ya caía en picada antes de la pandemia, y esto puede acentuarse a partir de decisiones como las que se están tomando. El mejor ejemplo es la contrarreforma eléctrica, no sólo violatoria de la Constitución, sino de tratados internacionales que amparan a las inversiones.

En Estados Unidos, con su amortiguador fiscal, la caída en 2020 fue de sólo -3.5 por ciento. Hacia delante, además cuentan con el motor del gran apetito inversor en sectores como la economía digital y la energía renovable. Con ese contexto, cada vez más analistas esperan que la economía se expanda 7% este año.

Las expectativas de las empresas por la reactivación del consumo son extraordinarias. Las fábricas trabajan a todo vapor para cumplir pedidos y ante la demanda anticipada. Las familias tienen dinero excedente: no han gastado debido a los confinamientos, conservan buena parte de lo que recibieron del gobierno y han podido conservar empleos y negocios, muchos de los cuales se hubieran perdido sin la ayuda.

Es tal la fuerza de la recuperación que existe preocupación de presiones inflacionarias a futuro, lo mismo que ante un déficit público que cerró en 3.1 billones de dólares en el ejercicio fiscal anterior y ahora pasa de un billón en cinco meses. Sin embargo, me quedo con la convicción de que hay tiempos en que la resiliencia es la prioridad.

La ventaja de ayudar a la población y a las empresas a superar una emergencia como ésta supera por mucho los costos y los riesgos colaterales. Se entiende que, de no hacerlo, las consecuencias pasajeras pueden tornarse duraderas o permanentes. En casos como éste, la rigidez en las políticas públicas no ayuda: al contrario.

Como ha dicho Paul Krugman: “El punto es que los tiempos extraños exigen un pensamiento económico extraño. Este no es momento para ser convencional”.