/ lunes 1 de abril de 2024

Gobierno que tenemos; ¿campaña que merecemos?

El desprecio presidencial por las instituciones y las leyes, o la polarización entre sectores sociales de cara a las elecciones, crea un contexto político nacional sin comparación.

Las últimas semanas, me he referido a características sociales y políticas en las que se desarrolla este proceso electoral, como agresiones contra candidatos, violencia o inseguridad.

A esa realidad -que nos negamos normalizar-, se suma un actor obstinado en mantenerse en el mapa electoral, contrario a lo que dice la ley.

Me refiero al presidente en turno, quien tuvo las últimas 4 campañas, calidad de candidato; y de esas, los últimos 18 años estuvo en campaña permanente rumbo a la presidencia el país.

Sin duda, ese es el principal reto a vencer para él mismo, su partido político y sus abanderados.

Eso es gracias a la costumbre de ver su nombre en la boleta electoral, y el efecto que produce para los demás candidatos de su partido.

Por eso, en esta elección, el ánimo por participar lo lleva a violar la Ley electoral, olvidando su posición y responsabilidad al frente del país.

Desde hace más de dos décadas, la estrategia es la misma -ahora desde el poder-: campaña permanente, culpar a gobiernos anteriores, desprestigiar, acusar corrupción, señalar complot, y usar como bandera programas sociales.

A esta altura de su gobierno, no le importa incumplir los principios morales de su movimiento y dejar constancia, tampoco hacer latente una incongruencia.

Intenta mostrar aparente confianza y estoicismo, dominio y poder, sin embargo, ignorar o desdeñar a la autoridad electoral, demuestra soberbia, alimentada por la legitimidad del voto ciudadano que le encargó dirigir el país.

Esto representa un riesgo, pues al actuar según su voluntad y no de acuerdo a la ley, motiva a otros gobernantes a seguir su ejemplo, como ocurre en Veracruz, Campeche o la CDMX.

Lamentablemente, su intervención en el proceso y en las campañas, no garantizan legalidad, certeza, autonomía y equidad, poniendo en riesgo la elección.

Eso polariza los ánimos rumbo a la jornada electoral, y es justamente por lo que se pugnó el siglo pasado: evitar la participación del gobierno y mandatario en turno en las elecciones.

Ya olvidaron el principio que dice: “Al margen de la Ley, nada; por encima de la Ley, nadie”, pues:

Se confronta a quienes no coinciden con ellos, actúan lejos de la institucionalidad, señalan sin mayor recato un “golpe de Estado técnico”, o amenazan con desconocer el resultado en las urnas si no les favorece.

Hoy, cada uno de nosotros, como ciudadanas y ciudadanos, estamos llamados a un ejercicio democrático, para evitar que, cualquier Gobierno en turno, ejerza el poder sin respetar la Ley, solo en nombre de la legitimidad que le dio una elección democrática.

El desprecio presidencial por las instituciones y las leyes, o la polarización entre sectores sociales de cara a las elecciones, crea un contexto político nacional sin comparación.

Las últimas semanas, me he referido a características sociales y políticas en las que se desarrolla este proceso electoral, como agresiones contra candidatos, violencia o inseguridad.

A esa realidad -que nos negamos normalizar-, se suma un actor obstinado en mantenerse en el mapa electoral, contrario a lo que dice la ley.

Me refiero al presidente en turno, quien tuvo las últimas 4 campañas, calidad de candidato; y de esas, los últimos 18 años estuvo en campaña permanente rumbo a la presidencia el país.

Sin duda, ese es el principal reto a vencer para él mismo, su partido político y sus abanderados.

Eso es gracias a la costumbre de ver su nombre en la boleta electoral, y el efecto que produce para los demás candidatos de su partido.

Por eso, en esta elección, el ánimo por participar lo lleva a violar la Ley electoral, olvidando su posición y responsabilidad al frente del país.

Desde hace más de dos décadas, la estrategia es la misma -ahora desde el poder-: campaña permanente, culpar a gobiernos anteriores, desprestigiar, acusar corrupción, señalar complot, y usar como bandera programas sociales.

A esta altura de su gobierno, no le importa incumplir los principios morales de su movimiento y dejar constancia, tampoco hacer latente una incongruencia.

Intenta mostrar aparente confianza y estoicismo, dominio y poder, sin embargo, ignorar o desdeñar a la autoridad electoral, demuestra soberbia, alimentada por la legitimidad del voto ciudadano que le encargó dirigir el país.

Esto representa un riesgo, pues al actuar según su voluntad y no de acuerdo a la ley, motiva a otros gobernantes a seguir su ejemplo, como ocurre en Veracruz, Campeche o la CDMX.

Lamentablemente, su intervención en el proceso y en las campañas, no garantizan legalidad, certeza, autonomía y equidad, poniendo en riesgo la elección.

Eso polariza los ánimos rumbo a la jornada electoral, y es justamente por lo que se pugnó el siglo pasado: evitar la participación del gobierno y mandatario en turno en las elecciones.

Ya olvidaron el principio que dice: “Al margen de la Ley, nada; por encima de la Ley, nadie”, pues:

Se confronta a quienes no coinciden con ellos, actúan lejos de la institucionalidad, señalan sin mayor recato un “golpe de Estado técnico”, o amenazan con desconocer el resultado en las urnas si no les favorece.

Hoy, cada uno de nosotros, como ciudadanas y ciudadanos, estamos llamados a un ejercicio democrático, para evitar que, cualquier Gobierno en turno, ejerza el poder sin respetar la Ley, solo en nombre de la legitimidad que le dio una elección democrática.