/ domingo 20 de mayo de 2018

¡Gracias maestros mexicanos!

Acaba de celebrarse el Día del Maestro y algunos tenemos razones de sobra para sumarnos, para agradecer y para reconocer a quienes desde el aula han forjado a cientos de generaciones de mexicanos que a su vez han construido el México de libertades del que hoy gozamos.

El 15 de mayo se ha vuelto emblemático para México. Desde 1918, durante el gobierno del presidente Venustiano Carranza, en que se celebró por vez primera el Día del Maestro, hasta el pasado martes, ninguna entidad del país se queda al margen de organizarles el reconocimiento y festejo.

Y no puede ser de otra manera, tanto por la trascendencia de su tarea como por el número de maestros que tenemos en el país (según datos de la Secretaría de Educación Pública, dos millones 66 mil maestros forman parte del sistema). Esa cantidad de docentes más los llamados trabajadores de apoyo a la educación forman, como se ha dicho siempre, el sindicato más grande de México y de América Latina.

Pero más allá de su importancia numérica, incluso de su trascendencia en la vida política de México, algunos o quizás muchos (entre los que me cuento) vivimos el Día del Maestro y lo gozamos de otra manera. Tiene que ver con el verdadero aprovechamiento y disfrute de los días en el aula y con la presencia de maestros en nuestra propia casa.

Lo digo en primera persona, con énfasis: yo tuve la guía práctica de maestras y maestros que hoy recuerdo con renovado afecto, y de compañeros que lo fueron desde la primaria o secundaria y que, para fortuna, todavía nos saludamos y recordamos los días de clases, pero también las aventuras y travesuras propias de la adolescencia y la primera juventud, en el maravilloso Champotón, Campeche.

Por eso dije en las primeras líneas que algunos tenemos razones de sobra para agradecer y reconocer a los maestros.

Mi padre, que afortunadamente todavía está con nosotros, ha sido maestro de química durante la mayoría de sus años de vida, Me dio clases en la escuela secundaria Técnica n. 14 de nuestro querido Champotón, y podrán imaginar que tenía la doble responsabilidad de ser el mejor del grupo. Porque era inconcebible que el hijo del maestro no lo fuera, y porque debía demostrar fehacientemente a mis compañeros que mis calificaciones eran ganadas en el aula, con el estudio, y no impuestas por el afecto de mi padre. Claro, me costó dedicación y algunas lágrimas por la severidad con que el maestro de química se empeñaba en demostrar que no me regalaba nada.

A la distancia, como ha quedado demostrado en el devenir de la humanidad, terminé agradeciendo la disciplina de aquellos días, tanto en la clase de química como en todas las que me forjaron en la educación y la cultura, incluyendo la que más me motivaba por entonces y que se convirtió en mi gran pasión: la oratoria.

Por ello es tan especial para mí el Día del Maestro. A todos nos significa el recuerdo de los tiempos que no volverán, de la preparación personal, pero también la celebración de ese ser querido que nos encauzó de manera particular desde el hogar.

No incluyó aquí opinión o visión personal sobre la educación en nuestro país, su calidad o las circunstancias políticas que hoy día la envuelven. Sé, porque también he participado desde el Senado en ello, que la discusión continuará y que las posiciones encontradas tendrán que encontrar algún cauce que les permita coincidir para beneficio de las nuevas generaciones de mexicanos. Ya se verá.

Hoy simplemente soy un mexicano agradecido con los maestros que me educaron, con los que me impulsaron y me tendieron su mano y conocimientos con mucha generosidad.

Hoy sólo queda decir: ¡Gracias maestros mexicanos!

Senador del PRI



Acaba de celebrarse el Día del Maestro y algunos tenemos razones de sobra para sumarnos, para agradecer y para reconocer a quienes desde el aula han forjado a cientos de generaciones de mexicanos que a su vez han construido el México de libertades del que hoy gozamos.

El 15 de mayo se ha vuelto emblemático para México. Desde 1918, durante el gobierno del presidente Venustiano Carranza, en que se celebró por vez primera el Día del Maestro, hasta el pasado martes, ninguna entidad del país se queda al margen de organizarles el reconocimiento y festejo.

Y no puede ser de otra manera, tanto por la trascendencia de su tarea como por el número de maestros que tenemos en el país (según datos de la Secretaría de Educación Pública, dos millones 66 mil maestros forman parte del sistema). Esa cantidad de docentes más los llamados trabajadores de apoyo a la educación forman, como se ha dicho siempre, el sindicato más grande de México y de América Latina.

Pero más allá de su importancia numérica, incluso de su trascendencia en la vida política de México, algunos o quizás muchos (entre los que me cuento) vivimos el Día del Maestro y lo gozamos de otra manera. Tiene que ver con el verdadero aprovechamiento y disfrute de los días en el aula y con la presencia de maestros en nuestra propia casa.

Lo digo en primera persona, con énfasis: yo tuve la guía práctica de maestras y maestros que hoy recuerdo con renovado afecto, y de compañeros que lo fueron desde la primaria o secundaria y que, para fortuna, todavía nos saludamos y recordamos los días de clases, pero también las aventuras y travesuras propias de la adolescencia y la primera juventud, en el maravilloso Champotón, Campeche.

Por eso dije en las primeras líneas que algunos tenemos razones de sobra para agradecer y reconocer a los maestros.

Mi padre, que afortunadamente todavía está con nosotros, ha sido maestro de química durante la mayoría de sus años de vida, Me dio clases en la escuela secundaria Técnica n. 14 de nuestro querido Champotón, y podrán imaginar que tenía la doble responsabilidad de ser el mejor del grupo. Porque era inconcebible que el hijo del maestro no lo fuera, y porque debía demostrar fehacientemente a mis compañeros que mis calificaciones eran ganadas en el aula, con el estudio, y no impuestas por el afecto de mi padre. Claro, me costó dedicación y algunas lágrimas por la severidad con que el maestro de química se empeñaba en demostrar que no me regalaba nada.

A la distancia, como ha quedado demostrado en el devenir de la humanidad, terminé agradeciendo la disciplina de aquellos días, tanto en la clase de química como en todas las que me forjaron en la educación y la cultura, incluyendo la que más me motivaba por entonces y que se convirtió en mi gran pasión: la oratoria.

Por ello es tan especial para mí el Día del Maestro. A todos nos significa el recuerdo de los tiempos que no volverán, de la preparación personal, pero también la celebración de ese ser querido que nos encauzó de manera particular desde el hogar.

No incluyó aquí opinión o visión personal sobre la educación en nuestro país, su calidad o las circunstancias políticas que hoy día la envuelven. Sé, porque también he participado desde el Senado en ello, que la discusión continuará y que las posiciones encontradas tendrán que encontrar algún cauce que les permita coincidir para beneficio de las nuevas generaciones de mexicanos. Ya se verá.

Hoy simplemente soy un mexicano agradecido con los maestros que me educaron, con los que me impulsaron y me tendieron su mano y conocimientos con mucha generosidad.

Hoy sólo queda decir: ¡Gracias maestros mexicanos!

Senador del PRI