/ viernes 29 de enero de 2021

La hora de los partidos políticos

En mi artículo pasado abordé el tema de las 15 gubernaturas que estarán en juego en el proceso electoral del próximo mes de junio. En esta ocasión, quiero plantear otro aspecto asociado a lo anterior: la elección de legisladoras y legisladores para congresos locales y la Cámara de Diputados.

Para el Congreso Federal se van a elegir a 300 legisladores, los otros 200 ya sabemos que son por asignación proporcional; además, a nivel estatal, se renovarán 30 congresos locales. Y en este aspecto es dónde quiero ubicar el título de esta columna.

Todo sistema democrático, se sustenta en un equilibrio entre los poderes públicos. De hecho, se trata de un sistema de contrapesos institucionales que permite armonizar el ejercicio del poder a favor de los ciudadanos.

En este contexto planteo que estamos ante “la hora de los partidos políticos”. Ciertamente, estas instituciones arrastran una prolongada crisis en diversos sentidos: de representación, de propuesta, de identidad ideológica y de confianza, por citar sus componentes más visibles.

No sin razón, los partidos políticos se ubican entre las instituciones en donde más pesa la desconfianza ciudadana. Atendiendo a las evaluaciones que llevan a cabo diversos centros de estudio u organizaciones sociales, en casi todos los casos estas fuerzas políticas se ubican en el último lugar de un total de veinte instancias evaluadas, aproximadamente.

En términos de calificación, para la sociedad los partidos están reprobados o, en su caso, les expresan poco o nada de confianza. Del conjunto de instituciones que le dan soporte a nuestra democracia, los partidos son los más desprestigiados. No podemos negar que existen justificadas razones para que esto suceda.

Pero los partidos tampoco han puesto mucho de su parte para revertir este deterioro. La mayoría mantiene estructuras burocratizadas y verticales, operan en la opacidad en el manejo de sus recursos, su pragmatismo los lleva a traicionar su ideología y principios, las decisiones son controladas por una élite, la militancia cada vez se reduce más, su oferta política se encuentra desfasada de la realidad y, como resultado de todo esto, no logran despertar la adhesión y simpatía de la sociedad.

Pero esto no concluye aquí, hay otro factor que es parte medular de esa crisis de la que hablamos: la selección de candidatos a cargos de elección popular.

Si en verdad los partidos desean mostrar un nuevo rostro es contradictorio que no hayan iniciado un proceso de modernización verdadero, dirigido a revertir paulatinamente su desprestigio. Muy particularmente, deben transparentar y cuidar sus procesos de selección de candidatos. El perfil de las personas que van a postular fortalece o dinamita la confianza ciudadana.

Estamos en un proceso en el que cientos de aspirantes empiezan a mostrar su interés de competir por un cargo de elección popular; qué bueno que hagan efectivo el derecho que como ciudadanos tienen para votar y ser votados. Pero de ahí, a que esto nos lleve a pensar que son las personas “más idóneas” para representar a la sociedad, es otra cosa muy distinta.

En lo personal, considero que si en verdad se busca conformar congresos -federal y locales- sólidos, renovados, transparentes y productivos, hay que empezar por profesionalizar el trabajo legislativo y lograr una verdadera representación política.

Los partidos vigentes no pueden volver a caer en un reparto de candidaturas por favoritismos, en pagar cuotas de poder, promover a los cuates o simplemente tratar de capitalizar la aparente “popularidad” de personajes que han estado completamente ajenos a la vida política.

Todos los partidos, pero muy especialmente los que compiten por primera vez, tienen que revisar muy bien a quien entregan sus candidaturas.

En aras de conservar el registro y contar con un grupo parlamentario que los represente, no pueden ceder sus posiciones a intereses económicos o políticos, a grupos de poder formales o informales, legales o ilegales; más aún, cuando se corre el riesgo de que puedan existir sospechas de vínculos con procesos de corrupción, huachicoleo, crimen organizado, abusos u otros ilícitos.

Los partidos que competirán por primera vez, tienen la oportunidad de diferenciarse de aquellas prácticas y métodos de los viejos partidos. Y lo van a lograr en la medida en que postulen candidatos distinguidos, honrados, con una estrecha relación con la sociedad y que la integridad sea su mejor carta de presentación.

No se trata de cerrarle las puertas a nadie en los procesos internos de los partidos, pero el punto que quiero resaltar nuevamente es la necesidad de fortalecer y dignificar el trabajo legislativo, así como lograr una efectiva representación.

Los partidos deben tomar en serio el reto de superar su enorme desprestigio. Lo que menos pueden hacer es traicionar a la sociedad y a México.

*Presidente de la Academia Mexicana de Educación.

En mi artículo pasado abordé el tema de las 15 gubernaturas que estarán en juego en el proceso electoral del próximo mes de junio. En esta ocasión, quiero plantear otro aspecto asociado a lo anterior: la elección de legisladoras y legisladores para congresos locales y la Cámara de Diputados.

Para el Congreso Federal se van a elegir a 300 legisladores, los otros 200 ya sabemos que son por asignación proporcional; además, a nivel estatal, se renovarán 30 congresos locales. Y en este aspecto es dónde quiero ubicar el título de esta columna.

Todo sistema democrático, se sustenta en un equilibrio entre los poderes públicos. De hecho, se trata de un sistema de contrapesos institucionales que permite armonizar el ejercicio del poder a favor de los ciudadanos.

En este contexto planteo que estamos ante “la hora de los partidos políticos”. Ciertamente, estas instituciones arrastran una prolongada crisis en diversos sentidos: de representación, de propuesta, de identidad ideológica y de confianza, por citar sus componentes más visibles.

No sin razón, los partidos políticos se ubican entre las instituciones en donde más pesa la desconfianza ciudadana. Atendiendo a las evaluaciones que llevan a cabo diversos centros de estudio u organizaciones sociales, en casi todos los casos estas fuerzas políticas se ubican en el último lugar de un total de veinte instancias evaluadas, aproximadamente.

En términos de calificación, para la sociedad los partidos están reprobados o, en su caso, les expresan poco o nada de confianza. Del conjunto de instituciones que le dan soporte a nuestra democracia, los partidos son los más desprestigiados. No podemos negar que existen justificadas razones para que esto suceda.

Pero los partidos tampoco han puesto mucho de su parte para revertir este deterioro. La mayoría mantiene estructuras burocratizadas y verticales, operan en la opacidad en el manejo de sus recursos, su pragmatismo los lleva a traicionar su ideología y principios, las decisiones son controladas por una élite, la militancia cada vez se reduce más, su oferta política se encuentra desfasada de la realidad y, como resultado de todo esto, no logran despertar la adhesión y simpatía de la sociedad.

Pero esto no concluye aquí, hay otro factor que es parte medular de esa crisis de la que hablamos: la selección de candidatos a cargos de elección popular.

Si en verdad los partidos desean mostrar un nuevo rostro es contradictorio que no hayan iniciado un proceso de modernización verdadero, dirigido a revertir paulatinamente su desprestigio. Muy particularmente, deben transparentar y cuidar sus procesos de selección de candidatos. El perfil de las personas que van a postular fortalece o dinamita la confianza ciudadana.

Estamos en un proceso en el que cientos de aspirantes empiezan a mostrar su interés de competir por un cargo de elección popular; qué bueno que hagan efectivo el derecho que como ciudadanos tienen para votar y ser votados. Pero de ahí, a que esto nos lleve a pensar que son las personas “más idóneas” para representar a la sociedad, es otra cosa muy distinta.

En lo personal, considero que si en verdad se busca conformar congresos -federal y locales- sólidos, renovados, transparentes y productivos, hay que empezar por profesionalizar el trabajo legislativo y lograr una verdadera representación política.

Los partidos vigentes no pueden volver a caer en un reparto de candidaturas por favoritismos, en pagar cuotas de poder, promover a los cuates o simplemente tratar de capitalizar la aparente “popularidad” de personajes que han estado completamente ajenos a la vida política.

Todos los partidos, pero muy especialmente los que compiten por primera vez, tienen que revisar muy bien a quien entregan sus candidaturas.

En aras de conservar el registro y contar con un grupo parlamentario que los represente, no pueden ceder sus posiciones a intereses económicos o políticos, a grupos de poder formales o informales, legales o ilegales; más aún, cuando se corre el riesgo de que puedan existir sospechas de vínculos con procesos de corrupción, huachicoleo, crimen organizado, abusos u otros ilícitos.

Los partidos que competirán por primera vez, tienen la oportunidad de diferenciarse de aquellas prácticas y métodos de los viejos partidos. Y lo van a lograr en la medida en que postulen candidatos distinguidos, honrados, con una estrecha relación con la sociedad y que la integridad sea su mejor carta de presentación.

No se trata de cerrarle las puertas a nadie en los procesos internos de los partidos, pero el punto que quiero resaltar nuevamente es la necesidad de fortalecer y dignificar el trabajo legislativo, así como lograr una efectiva representación.

Los partidos deben tomar en serio el reto de superar su enorme desprestigio. Lo que menos pueden hacer es traicionar a la sociedad y a México.

*Presidente de la Academia Mexicana de Educación.