/ miércoles 17 de abril de 2019

Notre-Dame y su eterno legado musical

El trágico incendio que ha devastado la Catedral de Notre-Dame de París, la máxima expresión del estilo gótico francés cuya aspiración suprema fue la de alcanzar las mayores alturas constructivas en aras de poder alcanzar al Ser Supremo, es ejemplo vivo, lacerante y dramático, de nuestra finitud.

Inspirada en la catedral hermana de Saint Denis, su erección comenzó hacia 1162. Desplantada en forma de cruz latina y dotada de doble deambulatorio, en ella por primera vez se hizo uso de los arbotantes como elemento para escalar sus alturas. Su pórtico, diseñado con tres entradas, la del lado norte dedicada a la Virgen María, la del sur a Santa Ana, su madre, y la del centro, al Juicio Final, fue descrito en 1539 por el obispo Martyrius como la puerta al paraíso por el caleidoscópico efecto de los colores púrpura, rosa, azul, plata y oro que para penetrar en ella se debía atravesar. Sin embargo, la imponente Catedral de Notre -Dame, como muchos estudiosos nos han recordado en las últimas horas aciagas, no solo fue uno de los más emblemáticos símbolos del arte medieval europeo; escenario de grandes momentos políticos de la historia moderna y contemporánea europea; inspiración de obras inmortales de la literatura; emblema de la Cristiandad europea y reservorio secular de algunas de las más emblemáticas reliquias. Fue, para la historia de la música occidental: la cuna indiscutible de la polifonía, a tal grado que sin la revolución musical que supuso la escuela que en su seno se desarrolló, justo allí, bajo sus imponentes arcadas, cobijada por la etérica e inigualable atmósfera de azul cobalto que iluminaba sus insondables espacios y acompañada por el tañer majestuoso de sus legendarias campanas, nuestra historia musical habría sido muy distinta.

La Escuela de Notre-Dame nació con la fundación catedralicia y se perpetuó por casi un siglo. Lo paradójico es que mientras los nombres de sus constructores han quedado olvidados entre las brumas del tiempo, la historia inmortalizó los de sus principales exponentes: Leonino y Perotino, con quienes el desarrollo de nuevas formas musicales a partir del empleo de antiguas melodías gregorianas, como el organum, discantus y conductus, detonaron los patrones formales y estilísticos que habrían de inspirar la creación musical de los siglos por venir. El organum, cultivado por Leonino, empleará por primera vez dos voces conjuntas con intervalos de cuarta, quinta y octava paralelas. Numeralia que guardará en sí la perfección anhelada, dando origen al organum duplum que, enriquecido más adelante con tres y cuatro voces, verá aparecer en la obra de Perotino al organum triplum y quadruplum. Forma que al desarrollarse discursivamente nota contra nota (punctum contra punctum), se convertirá en germen de lo que pronto dará lugar al contrapunto y, con ello, al establecimiento de los primordios de la polifonía musical.

Al organum siguió el discantus que, si bien originalmente denominó a la voz que se añadía a la gregoriana preexistente, pronto dio vida a una nueva forma musical en la que, a diferencia de la anterior, las voces marchaban en sentido contrario una de otra. Aparecieron luego ramificaciones de ésta como el hochetus (discantus en el que la melodía era interrumpida con pausas sincopadas) y el conductus, para cuya voz tenor se recomendaba al compositor creara la más bella melodía posible. Al final, el ulterior desarrollo de las tres formas polifónicas citadas, gestadas en el seno catedralicio de la Escuela de Notre-Dame, derivó a principios del siglo XIV en el nacimiento de la más famosa y representativa forma polifónica que sería determinante para la evolución musical: el motete (del vocablo francés mot, palabra), que no tardó en pasar de dos y tres voces simultáneas con un mismo texto, al empleo de muchas más, siendo acogida con gran éxito tanto por la música sacra como por la profana hasta llegar a fundirse ambas, ya que su estructura libre y espontánea adaptó rápidamente los fragmentos gregorianos no mensurados a los distintos ritmos populares.

Con el paso de los siglos, a los aires organísticos de Notre-Dame se sumaron las sonoras e inconfundibles vibraciones de sus diez campanas: Emmanuel (F#2), la mayor y más grave, cuyo tañer estaba reservado para las grandes celebraciones litúrgicas. Las otras, cada una más pequeña que la anterior: Marie, Gabriel, Anne Genevive, Denis, Marcel, Étienne, Benoit- Joseph, Maurice y Jean Marie (A#3), todas ellas vinculadas con diversos símbolos litúrgicos y evocando al Angelus en cuyas paredes estaba inscrito.

Desde este lunes 15 de abril, el azul cobalto de los vitrales de Notre-Dame no ilumina más su interior. Los órganos y las campanas han enmudecido. La feligresía no puede entrar a orar. Solo se sabe que sus principales reliquias: la corona de espinas y la astilla de la cruz en que fue crucificado Jesús de Nazareth, lograron salvarse de las llamas. Las autoridades descartan un ataque terrorista. De no serlo, el mensaje sería demoledor y en plena Semana Santa.

De las cenizas el Ave Fénix resurgió. Así lo hará Notre-Dame y con ella su arte y su historia, pero el legado musical que trascendió sus arcadas no tendrá que aguardar. Él sigue y seguirá vivo, llevando el mensaje de su secular origen catedralicio, allí donde exista la música y con ella la polifonía.

bettyzanolli@hotmail.com

@BettyZanolli

El trágico incendio que ha devastado la Catedral de Notre-Dame de París, la máxima expresión del estilo gótico francés cuya aspiración suprema fue la de alcanzar las mayores alturas constructivas en aras de poder alcanzar al Ser Supremo, es ejemplo vivo, lacerante y dramático, de nuestra finitud.

Inspirada en la catedral hermana de Saint Denis, su erección comenzó hacia 1162. Desplantada en forma de cruz latina y dotada de doble deambulatorio, en ella por primera vez se hizo uso de los arbotantes como elemento para escalar sus alturas. Su pórtico, diseñado con tres entradas, la del lado norte dedicada a la Virgen María, la del sur a Santa Ana, su madre, y la del centro, al Juicio Final, fue descrito en 1539 por el obispo Martyrius como la puerta al paraíso por el caleidoscópico efecto de los colores púrpura, rosa, azul, plata y oro que para penetrar en ella se debía atravesar. Sin embargo, la imponente Catedral de Notre -Dame, como muchos estudiosos nos han recordado en las últimas horas aciagas, no solo fue uno de los más emblemáticos símbolos del arte medieval europeo; escenario de grandes momentos políticos de la historia moderna y contemporánea europea; inspiración de obras inmortales de la literatura; emblema de la Cristiandad europea y reservorio secular de algunas de las más emblemáticas reliquias. Fue, para la historia de la música occidental: la cuna indiscutible de la polifonía, a tal grado que sin la revolución musical que supuso la escuela que en su seno se desarrolló, justo allí, bajo sus imponentes arcadas, cobijada por la etérica e inigualable atmósfera de azul cobalto que iluminaba sus insondables espacios y acompañada por el tañer majestuoso de sus legendarias campanas, nuestra historia musical habría sido muy distinta.

La Escuela de Notre-Dame nació con la fundación catedralicia y se perpetuó por casi un siglo. Lo paradójico es que mientras los nombres de sus constructores han quedado olvidados entre las brumas del tiempo, la historia inmortalizó los de sus principales exponentes: Leonino y Perotino, con quienes el desarrollo de nuevas formas musicales a partir del empleo de antiguas melodías gregorianas, como el organum, discantus y conductus, detonaron los patrones formales y estilísticos que habrían de inspirar la creación musical de los siglos por venir. El organum, cultivado por Leonino, empleará por primera vez dos voces conjuntas con intervalos de cuarta, quinta y octava paralelas. Numeralia que guardará en sí la perfección anhelada, dando origen al organum duplum que, enriquecido más adelante con tres y cuatro voces, verá aparecer en la obra de Perotino al organum triplum y quadruplum. Forma que al desarrollarse discursivamente nota contra nota (punctum contra punctum), se convertirá en germen de lo que pronto dará lugar al contrapunto y, con ello, al establecimiento de los primordios de la polifonía musical.

Al organum siguió el discantus que, si bien originalmente denominó a la voz que se añadía a la gregoriana preexistente, pronto dio vida a una nueva forma musical en la que, a diferencia de la anterior, las voces marchaban en sentido contrario una de otra. Aparecieron luego ramificaciones de ésta como el hochetus (discantus en el que la melodía era interrumpida con pausas sincopadas) y el conductus, para cuya voz tenor se recomendaba al compositor creara la más bella melodía posible. Al final, el ulterior desarrollo de las tres formas polifónicas citadas, gestadas en el seno catedralicio de la Escuela de Notre-Dame, derivó a principios del siglo XIV en el nacimiento de la más famosa y representativa forma polifónica que sería determinante para la evolución musical: el motete (del vocablo francés mot, palabra), que no tardó en pasar de dos y tres voces simultáneas con un mismo texto, al empleo de muchas más, siendo acogida con gran éxito tanto por la música sacra como por la profana hasta llegar a fundirse ambas, ya que su estructura libre y espontánea adaptó rápidamente los fragmentos gregorianos no mensurados a los distintos ritmos populares.

Con el paso de los siglos, a los aires organísticos de Notre-Dame se sumaron las sonoras e inconfundibles vibraciones de sus diez campanas: Emmanuel (F#2), la mayor y más grave, cuyo tañer estaba reservado para las grandes celebraciones litúrgicas. Las otras, cada una más pequeña que la anterior: Marie, Gabriel, Anne Genevive, Denis, Marcel, Étienne, Benoit- Joseph, Maurice y Jean Marie (A#3), todas ellas vinculadas con diversos símbolos litúrgicos y evocando al Angelus en cuyas paredes estaba inscrito.

Desde este lunes 15 de abril, el azul cobalto de los vitrales de Notre-Dame no ilumina más su interior. Los órganos y las campanas han enmudecido. La feligresía no puede entrar a orar. Solo se sabe que sus principales reliquias: la corona de espinas y la astilla de la cruz en que fue crucificado Jesús de Nazareth, lograron salvarse de las llamas. Las autoridades descartan un ataque terrorista. De no serlo, el mensaje sería demoledor y en plena Semana Santa.

De las cenizas el Ave Fénix resurgió. Así lo hará Notre-Dame y con ella su arte y su historia, pero el legado musical que trascendió sus arcadas no tendrá que aguardar. Él sigue y seguirá vivo, llevando el mensaje de su secular origen catedralicio, allí donde exista la música y con ella la polifonía.

bettyzanolli@hotmail.com

@BettyZanolli