/ viernes 13 de septiembre de 2019

Paquete económico: el crecimiento sí importa

El talón de Aquiles del Paquete Económico 2020 es que todo el esquema depende de dos factores en los que se hacen proyecciones que parecieran responder más a un acto de fe que a lo que marcan las tendencias y las condiciones objetivas del entorno: crecimiento económico y aumento en la producción petrolera, con expectativas que, como se presenta el panorama, será bastante difícil lograr si no hay cambios en los determinantes que están marcando el contexto nacional.

Para este año se asume un crecimiento de 0.9%, cuando casi hay consenso, fuera del discurso oficial, de que difícilmente se superará el 0.5 por ciento. Para 2020, la previsión es de entre 1.5 y 2.5 por ciento, incluso superior a lo estimado en abril, en los Pre Criterios, cuando el escenario era menos sombrío. Tengamos presente que la última estimación de los analistas consultados por Banco de México es de 1.4%.

Un crecimiento como el planteado, viniendo del estancamiento que hemos tenido en lo que va del 2019 –al borde de la recesión técnica– requeriría de un fuerte aumento en la inversión productiva. Justamente lo que ha faltado y todo indica que, por ahora, sigue en picada.

Como no se propone un presupuesto contracíclico, que busque proactivamente reactivar el dinamismo económico (la inversión pública seguirá en un nivel muy bajo: 2.9% del PIB), sino marcado por la “austeridad franciscana”, necesitaríamos un verdadero cambio de tendencia en el sector privado, que anualmente invierte cerca de siete veces lo que el gobierno en su conjunto.

El problema es que, como acaba de reportar el INEGI, en junio la Inversión Fija Bruta disminuyó 0.8% mensual y 7.4% anual. Mejor que el mes previo, cuando la reducción fue de 2.7% mensual y 6.9% anual, pero claramente perfilando una tendencia en el terreno negativo.

Hay que poner el foco en la caída del componente de maquinaria y equipo, de 5.3% respecto a mayo y 11% contra junio del año pasado, superando con ello la contracción de la construcción, donde los números rojos son recurrentes desde hace mucho tiempo. Sobre todo, resalta el desplome en maquinaria y equipo de importación: -11.1% mensual y -16.8% anual, el peor desempeño desde 1995, el año de la última gran recesión de factura interna en México.

Eso significa menores compras en bienes de capital, es decir, inversión de largo plazo, que eleva la productividad, el otro gran determinante del crecimiento, sobre el cual hay otra mala noticia: de abril a junio pasados, el Índice Global de Productividad Laboral bajó 1.54% frente al trimestre previo. Es el peor resultado en 12 periodos comparables.

En lo que atañe al petróleo, se plantea que el barril ronde los 49 dólares, cuando la tendencia es marcadamente a la baja, por la desaceleración de la economía global, y no hay aún claridad sobre la compra de coberturas. De igual forma, se espera un aumento de 15% en la producción, para llegar a 1.9 millones de barriles diarios, lo cual luce complicado, con 14 años de caída continua.

De esta forma, los ingresos presupuestarios previstos serían de 5 billones 511 mil millones de pesos, con un incremento en la recaudación de 3.7% respecto al cierre de 2019. Todo dependiendo de una miscelánea fiscal con algunas medidas muy cuestionables y sobre todo, que se dé el crecimiento esperado y los ingresos petroleros aumenten 4.5 por ciento. El faltante del presupuesto de 6.1 billones se completaría con financiamiento por 584.4 miles de millones

El riesgo de sobrestimar es claro: de fallar, el gobierno se vería obligado a recortar o sub ejercer gasto y/o a contratar más deuda. Lo más probable es que se opte por lo primero, como ha hecho este año para cumplir con su compromiso de superávit primario (además de usar el equivalente al 0.5% del PIB con recursos del Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios).

Peor aún con un incremento en el servicio de la deuda, con el riesgo latente de que las calificadoras reduzcan el grado de inversión de los bonos de Pemex y de la deuda soberana. Peor todavía, si hay una recesión internacional, en particular en Estados Unidos. Recordemos que casi tres de cada cuatro economistas estadounidenses encuestados por la Asociación Nacional de Economía Empresarial (NABE) vaticinan esa situación antes del 2021.

Analistas como los de Moody’s han señalado que el dilema entre más austeridad o más endeudamiento (no baja en este Paquete, aunque plantea un superávit primario de 0.7%) se podría postergar hasta 2021. Para entonces, hacer más recortes sería ya muy difícil, al afectar áreas críticas y llegar hasta los programas consentidos del gobierno.

Hay que insistir en la necesidad de emitir señales contundentes para la confianza con hechos concretos. Más necesario ahora que se opta por un Paquete Económico más cargado al optimismo que al realismo. Es urgente, si se quiere que las cuentas cuadren.

La paradoja es que el crecimiento se vuelve crítico para la viabilidad del proyecto de un gobierno en el que se habla de que éste no es tan importante, sino una obsesión tecnócrata.

El talón de Aquiles del Paquete Económico 2020 es que todo el esquema depende de dos factores en los que se hacen proyecciones que parecieran responder más a un acto de fe que a lo que marcan las tendencias y las condiciones objetivas del entorno: crecimiento económico y aumento en la producción petrolera, con expectativas que, como se presenta el panorama, será bastante difícil lograr si no hay cambios en los determinantes que están marcando el contexto nacional.

Para este año se asume un crecimiento de 0.9%, cuando casi hay consenso, fuera del discurso oficial, de que difícilmente se superará el 0.5 por ciento. Para 2020, la previsión es de entre 1.5 y 2.5 por ciento, incluso superior a lo estimado en abril, en los Pre Criterios, cuando el escenario era menos sombrío. Tengamos presente que la última estimación de los analistas consultados por Banco de México es de 1.4%.

Un crecimiento como el planteado, viniendo del estancamiento que hemos tenido en lo que va del 2019 –al borde de la recesión técnica– requeriría de un fuerte aumento en la inversión productiva. Justamente lo que ha faltado y todo indica que, por ahora, sigue en picada.

Como no se propone un presupuesto contracíclico, que busque proactivamente reactivar el dinamismo económico (la inversión pública seguirá en un nivel muy bajo: 2.9% del PIB), sino marcado por la “austeridad franciscana”, necesitaríamos un verdadero cambio de tendencia en el sector privado, que anualmente invierte cerca de siete veces lo que el gobierno en su conjunto.

El problema es que, como acaba de reportar el INEGI, en junio la Inversión Fija Bruta disminuyó 0.8% mensual y 7.4% anual. Mejor que el mes previo, cuando la reducción fue de 2.7% mensual y 6.9% anual, pero claramente perfilando una tendencia en el terreno negativo.

Hay que poner el foco en la caída del componente de maquinaria y equipo, de 5.3% respecto a mayo y 11% contra junio del año pasado, superando con ello la contracción de la construcción, donde los números rojos son recurrentes desde hace mucho tiempo. Sobre todo, resalta el desplome en maquinaria y equipo de importación: -11.1% mensual y -16.8% anual, el peor desempeño desde 1995, el año de la última gran recesión de factura interna en México.

Eso significa menores compras en bienes de capital, es decir, inversión de largo plazo, que eleva la productividad, el otro gran determinante del crecimiento, sobre el cual hay otra mala noticia: de abril a junio pasados, el Índice Global de Productividad Laboral bajó 1.54% frente al trimestre previo. Es el peor resultado en 12 periodos comparables.

En lo que atañe al petróleo, se plantea que el barril ronde los 49 dólares, cuando la tendencia es marcadamente a la baja, por la desaceleración de la economía global, y no hay aún claridad sobre la compra de coberturas. De igual forma, se espera un aumento de 15% en la producción, para llegar a 1.9 millones de barriles diarios, lo cual luce complicado, con 14 años de caída continua.

De esta forma, los ingresos presupuestarios previstos serían de 5 billones 511 mil millones de pesos, con un incremento en la recaudación de 3.7% respecto al cierre de 2019. Todo dependiendo de una miscelánea fiscal con algunas medidas muy cuestionables y sobre todo, que se dé el crecimiento esperado y los ingresos petroleros aumenten 4.5 por ciento. El faltante del presupuesto de 6.1 billones se completaría con financiamiento por 584.4 miles de millones

El riesgo de sobrestimar es claro: de fallar, el gobierno se vería obligado a recortar o sub ejercer gasto y/o a contratar más deuda. Lo más probable es que se opte por lo primero, como ha hecho este año para cumplir con su compromiso de superávit primario (además de usar el equivalente al 0.5% del PIB con recursos del Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios).

Peor aún con un incremento en el servicio de la deuda, con el riesgo latente de que las calificadoras reduzcan el grado de inversión de los bonos de Pemex y de la deuda soberana. Peor todavía, si hay una recesión internacional, en particular en Estados Unidos. Recordemos que casi tres de cada cuatro economistas estadounidenses encuestados por la Asociación Nacional de Economía Empresarial (NABE) vaticinan esa situación antes del 2021.

Analistas como los de Moody’s han señalado que el dilema entre más austeridad o más endeudamiento (no baja en este Paquete, aunque plantea un superávit primario de 0.7%) se podría postergar hasta 2021. Para entonces, hacer más recortes sería ya muy difícil, al afectar áreas críticas y llegar hasta los programas consentidos del gobierno.

Hay que insistir en la necesidad de emitir señales contundentes para la confianza con hechos concretos. Más necesario ahora que se opta por un Paquete Económico más cargado al optimismo que al realismo. Es urgente, si se quiere que las cuentas cuadren.

La paradoja es que el crecimiento se vuelve crítico para la viabilidad del proyecto de un gobierno en el que se habla de que éste no es tan importante, sino una obsesión tecnócrata.