/ viernes 16 de agosto de 2019

Recesión: focos amarillos para México

La sombra de una recesión crece en Estados Unidos y países desarrollados, junto a los ya evidentes signos de desaceleración mundial, causada o manifestada en gran parte por la reducción del crecimiento en China. El comportamiento de las bolsas de valores, como el del miércoles, suena las campanas. Muestra el nerviosismo y la volatilidad que existe, ante lo vulnerable que se percibe la situación en el corto y el mediano plazos.

En México necesitamos tomar providencias, porque la coyuntura, con un escenario recesivo cada vez más factible, nos toma con una economía de por sí debilitada por factores internos, estancada y con tendencia a la baja, por la notable contracción en la inversión y en la confianza empresarial. En estas condiciones, la reducción de 25 puntos base en la tasa de referencia por parte de Banco de México difícilmente será un estímulo importante para generar mayor dinamismo.

Los focos amarillos han sido particularmente insistentes esta semana.

Primero vimos cómo la escalada en el conflicto político en Hong Kong contribuyó a tirar los mercados, con el trasfondo de la guerra comercial –y por un momento de divisas– entre Estados Unidos y China. Luego, tras el triunfo del kirchnerismo en elecciones primarias, la moneda de Argentina se depreció a niveles récord y su bolsa de valores se desplomó: -48% en un solo día; de en el registro de Bloomberg, la segunda caída en 70 años entre los mercados a los que sigue.

Muy poco después, el miércoles, por fin, como lo perfilaban las tendencias, la curva de rendimiento de los bonos del Tesoro de Estados Unidos se invirtió, de manera temporal, pero significativamente. Por primera vez desde 2007 las tasas a corto plazo llegaron a ser más altas que las de largo plazo. Los especialistas recuerdan que esto históricamente ha sido presagio de recesión: al menos ante las que ha vivido Estados Unidos en los últimos 50 años, salvo en un caso; no, por supuesto, el del gran crack del 2008.

El mismo día, nuevos indicadores negativos procedentes de Alemania y China no podían ser más inoportunos. Por un lado, se informó que en julio la industria china se desaceleró hasta un mínimo de 17 años. Por otro, contracción de la economía alemana, al -0.1%, empujada por una sensible reducción en las exportaciones. Augurios claros de desaceleración global, por la vocación y potencia exportadora de ambas economías.

Por si fuera poco, los precios del petróleo tuvieron otra jornada negra, al revelarse un incremento importante en los inventarios, además, desde luego, del influjo del pesimismo en los mercados financieros.

Hay que tomar en cuenta que en este caldo de cultivo de una potencial recesión en Estados Unidos y buena parte de la economía global no sólo hay ingredientes de coyuntura como los que acabamos de reseñar. También contiene factores de índole estructural, sobre los que diversos analistas vienen advirtiendo desde hace tiempo.

Por ejemplo, según Wall Street Journal, hoy hay más de 15 millones de millones de dólares en deuda gubernamental en todo el mundo con rendimientos negativos. La tasa de referencia en Estados Unidos, que acaba de bajar, ya se acerca a esa condición, mientras Donald Trump exige una reducción mayor y acusa a la Fed como culpable de una posible recesión. No importa la contradicción, cuando él mismo la invoca, con su “arte de la negociación”, a través de las amenazas arancelarias, más innecesarios riesgos geoestratégicos, como las provocaciones a Irán.

Además, los analistas ponderan factores como el nivel apalancamiento de los corporativos, cerca de tres cuartas parte del PIB estadounidense, mientras que el de la deuda privada representa 2.5 veces del mismo. Más de una década de crecimiento y de alza en Wall Street, la racha más larga en tiempos recientes en ambos casos, pero soportado por una extraordinariamente prolongada liquidez, más que por incrementos sustanciales de productividad o ingresos crecientes y sustentables que den alas al consumo.

Añádase, como toque final, el componente político del populismo y resurgimiento de nacionalismos, asociado a asuntos como el Brexit y la toma decisiones erráticas, con motivaciones más demagógicas que económicas.

Nadie tiene una bola de cristal para profetizar una recesión inevitable en Estados Unidos y quizá en el mundo, máxime cuando hay elementos inéditos en la ecuación, como la nueva economía digital. Menos aun para, en su caso, predecir si comenzará en el 2020 o antes. Lo evidente es que ya pasamos del territorio de lo posible al de lo altamente probable.

Voltearse para ver a otra parte no ayudará. México debe estar preparado. Hay solidez o solvencia, en lo esencial, en las variables macroeconómicas. Sin embargo, también tenemos puntos débiles: una economía frenada, con el agravante de que prácticamente el único motor que ha soportado el escaso crecimiento en este año ha sido el externo, con las exportaciones a Estados Unidos.

Contamos con alternativas, pero hay que estar dispuesto a afrontar el escenario con realismo y, a partir de ello, manejar nuestro margen de maniobra y opciones con pragmatismo. Lo más urgente: señales que alienten la confianza, con hechos, más que con palabras o gestos de un optimismo al que hay que dar contenido para que se contagie y genere efectos como reactivar la inversión.

La sombra de una recesión crece en Estados Unidos y países desarrollados, junto a los ya evidentes signos de desaceleración mundial, causada o manifestada en gran parte por la reducción del crecimiento en China. El comportamiento de las bolsas de valores, como el del miércoles, suena las campanas. Muestra el nerviosismo y la volatilidad que existe, ante lo vulnerable que se percibe la situación en el corto y el mediano plazos.

En México necesitamos tomar providencias, porque la coyuntura, con un escenario recesivo cada vez más factible, nos toma con una economía de por sí debilitada por factores internos, estancada y con tendencia a la baja, por la notable contracción en la inversión y en la confianza empresarial. En estas condiciones, la reducción de 25 puntos base en la tasa de referencia por parte de Banco de México difícilmente será un estímulo importante para generar mayor dinamismo.

Los focos amarillos han sido particularmente insistentes esta semana.

Primero vimos cómo la escalada en el conflicto político en Hong Kong contribuyó a tirar los mercados, con el trasfondo de la guerra comercial –y por un momento de divisas– entre Estados Unidos y China. Luego, tras el triunfo del kirchnerismo en elecciones primarias, la moneda de Argentina se depreció a niveles récord y su bolsa de valores se desplomó: -48% en un solo día; de en el registro de Bloomberg, la segunda caída en 70 años entre los mercados a los que sigue.

Muy poco después, el miércoles, por fin, como lo perfilaban las tendencias, la curva de rendimiento de los bonos del Tesoro de Estados Unidos se invirtió, de manera temporal, pero significativamente. Por primera vez desde 2007 las tasas a corto plazo llegaron a ser más altas que las de largo plazo. Los especialistas recuerdan que esto históricamente ha sido presagio de recesión: al menos ante las que ha vivido Estados Unidos en los últimos 50 años, salvo en un caso; no, por supuesto, el del gran crack del 2008.

El mismo día, nuevos indicadores negativos procedentes de Alemania y China no podían ser más inoportunos. Por un lado, se informó que en julio la industria china se desaceleró hasta un mínimo de 17 años. Por otro, contracción de la economía alemana, al -0.1%, empujada por una sensible reducción en las exportaciones. Augurios claros de desaceleración global, por la vocación y potencia exportadora de ambas economías.

Por si fuera poco, los precios del petróleo tuvieron otra jornada negra, al revelarse un incremento importante en los inventarios, además, desde luego, del influjo del pesimismo en los mercados financieros.

Hay que tomar en cuenta que en este caldo de cultivo de una potencial recesión en Estados Unidos y buena parte de la economía global no sólo hay ingredientes de coyuntura como los que acabamos de reseñar. También contiene factores de índole estructural, sobre los que diversos analistas vienen advirtiendo desde hace tiempo.

Por ejemplo, según Wall Street Journal, hoy hay más de 15 millones de millones de dólares en deuda gubernamental en todo el mundo con rendimientos negativos. La tasa de referencia en Estados Unidos, que acaba de bajar, ya se acerca a esa condición, mientras Donald Trump exige una reducción mayor y acusa a la Fed como culpable de una posible recesión. No importa la contradicción, cuando él mismo la invoca, con su “arte de la negociación”, a través de las amenazas arancelarias, más innecesarios riesgos geoestratégicos, como las provocaciones a Irán.

Además, los analistas ponderan factores como el nivel apalancamiento de los corporativos, cerca de tres cuartas parte del PIB estadounidense, mientras que el de la deuda privada representa 2.5 veces del mismo. Más de una década de crecimiento y de alza en Wall Street, la racha más larga en tiempos recientes en ambos casos, pero soportado por una extraordinariamente prolongada liquidez, más que por incrementos sustanciales de productividad o ingresos crecientes y sustentables que den alas al consumo.

Añádase, como toque final, el componente político del populismo y resurgimiento de nacionalismos, asociado a asuntos como el Brexit y la toma decisiones erráticas, con motivaciones más demagógicas que económicas.

Nadie tiene una bola de cristal para profetizar una recesión inevitable en Estados Unidos y quizá en el mundo, máxime cuando hay elementos inéditos en la ecuación, como la nueva economía digital. Menos aun para, en su caso, predecir si comenzará en el 2020 o antes. Lo evidente es que ya pasamos del territorio de lo posible al de lo altamente probable.

Voltearse para ver a otra parte no ayudará. México debe estar preparado. Hay solidez o solvencia, en lo esencial, en las variables macroeconómicas. Sin embargo, también tenemos puntos débiles: una economía frenada, con el agravante de que prácticamente el único motor que ha soportado el escaso crecimiento en este año ha sido el externo, con las exportaciones a Estados Unidos.

Contamos con alternativas, pero hay que estar dispuesto a afrontar el escenario con realismo y, a partir de ello, manejar nuestro margen de maniobra y opciones con pragmatismo. Lo más urgente: señales que alienten la confianza, con hechos, más que con palabras o gestos de un optimismo al que hay que dar contenido para que se contagie y genere efectos como reactivar la inversión.