/ domingo 15 de noviembre de 2020

René Avilés Fabila: demiurgo de la verdad

Cuando alguien que consagró su vida a la cultura ingresa a la vida eterna, el mejor homenaje que podemos hacer en su nombre es recordarlo a través de su obra. Por ello, en este día me permito evocar el pensamiento de uno de los más grandes y valientes creadores literarios que ha dado nuestro país, me refiero a René Avilés Fabila, quien habría cumplido hoy 80 años de vida terrena.

Evocación que nace también de la necesidad por tener presentes algunas de sus tan suyas e innumerables reflexiones sobre el devenir político y cultural de nuestra Nación y así confirmar que, lamentablemente, podemos transitar por la vida, oyendo sin escuchar y viendo sin observar, hasta que de pronto creemos que la realidad nos sorprende, pero no: ella siempre estuvo allí, sólo que no cualquiera es capaz de advertirla. Esto está reservado a pocos. Éste fue el caso de Avilés Fabila, el intelectual, escritor, periodista y catedrático, cuyas duras palabras y severa crítica, demoledoras y certeras, fueron asombrosamente anticipatorias de los aciagos tiempos que habrían de venir. Juicios cuya vigencia es tan plena, o más, que cuando fueron plasmados por primera vez.

Y es que si de algo el autor tenía plena conciencia, es de que en México la política es “peculiar”, al ser “por desgracia, una lucrativa carrera” y los políticos, seres sin grandeza y visión histórica, indiferentes al futuro y carentes -salvo casos excepcionales- de sensibilidad. De ahí que definiera, convencido, que el destino de la humanidad era, tal y como lo había plasmado Orwell en su novela 1984, una “historia del fracaso de todas las revoluciones”, comprendida la nuestra, de la que sentenció: “políticamente, la Revolución Mexicana ha muerto… En 1968, con exactitud el 2 de octubre, la Revolución muere violentamente cuando fuerzas militares y policiacas, en una maniobra conjunta, asesinan de golpe a más de quinientos estudiantes”.

En medio de este marasmo, fue sólo a través del arte que nuestra Revolución pervivió. Así lo concebía: “En literatura, en música y en pintura, dejó huellas profundas de su intensidad”. En realidad, “la literatura de la Revolución Mexicana no fue ciertamente una literatura revolucionaria, un movimiento estético de gran envergadura… su temática fue nacional… hizo que los escritores se fijaran en los indios, en los campesinos, en los grandes problemas nacionales, lo cual le dio a la novela y al cuento una preocupación política desconocida hasta entonces y un impulso artístico avanzado”, logrando la novela, mejor aún “que la historia, presentar un movimiento grandioso que cambió el rostro de la Nación y le ayudó a levantarse de una postración de siglos”. Lo trágico de todo ello, fue que a pesar de ser cuna de grandes artistas de talla universal, el gobierno de México -salvo con José Vasconcelos-, careció de una auténtica política cultural. Los mexicanos, se dolía Avilés Fabila, por eso hemos tenido y tenemos los gobiernos que nos merecemos: producto de la “devoción ciega por los caudillos”.

Corría 2012 y así denunciaba: En México, “cada día que pasa los partidos políticos sin excepción se convierten en factores de odio, transmiten mensajes llenos de perversidad, mentiras y calumnias”. En 2016, todavía se pregunta: “¿habrá ciudadanos capaces … de barrer la escoria que nos gobierna?”. No cabe duda que en las semanas previas a iniciar su tránsito a la vida eterna, seguía soñando con un mundo mejor.

El último párrafo de su obra Memorias de un comunista, maquinuscrito encontrado en un basurero en Perisur, concluye con una autotranscripción de un texto de Fantasías en carrusel:
“De Platón en adelante los grandes pensadores han tatado de organizar más inteligentemente a la humaniad y sus esfuerzos han terminado en loables intentonas poco serias, en estrepitosos fracasos o en bellos textos literarios. Sin embargo, pese al desolado panorama, no todo está perdido: nos queda aún la gran utopía de Marx… Creo que esta sería mi postura”.

Sin duda lo era, porque si bien su pluma fue reveladoramente aguda y su denuncia apabullante -al estar dotado del poder de penetrar la corteza de las masas y las máscaras de los personajes que de la política se sirven para medrar, ¡qué decir del actuar del ser humano común, que quedaba siempre expuesto ante sus inquisitivos ojos que penetraban hasta la más honda esencia volitiva!-, gozaba ¡y cómo! de la realidad, pero la padecía en extremo y conforme los años transcurrieron, la sufrió aún más: la cotidianidad era cada vez más agreste, perdía grandeza mientras observaba cómo se acrentdaba la miseria humana, adquiriendo tintes de profundo patetismo y soledad.

Por eso se refugiaba siempre más en el mundo de las quimeras y fantasías y crecía su amor por la literatura frente a su pasión por el periodismo. La realidad era, en sus términos: irredimible. La literatura, en cambio, salvadora, y hoy él: René Avilés Fabila, un eterno demiurgo que recorre el espacio, sobre su entrañable “nube viajera”, en pos de la verdad.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

Cuando alguien que consagró su vida a la cultura ingresa a la vida eterna, el mejor homenaje que podemos hacer en su nombre es recordarlo a través de su obra. Por ello, en este día me permito evocar el pensamiento de uno de los más grandes y valientes creadores literarios que ha dado nuestro país, me refiero a René Avilés Fabila, quien habría cumplido hoy 80 años de vida terrena.

Evocación que nace también de la necesidad por tener presentes algunas de sus tan suyas e innumerables reflexiones sobre el devenir político y cultural de nuestra Nación y así confirmar que, lamentablemente, podemos transitar por la vida, oyendo sin escuchar y viendo sin observar, hasta que de pronto creemos que la realidad nos sorprende, pero no: ella siempre estuvo allí, sólo que no cualquiera es capaz de advertirla. Esto está reservado a pocos. Éste fue el caso de Avilés Fabila, el intelectual, escritor, periodista y catedrático, cuyas duras palabras y severa crítica, demoledoras y certeras, fueron asombrosamente anticipatorias de los aciagos tiempos que habrían de venir. Juicios cuya vigencia es tan plena, o más, que cuando fueron plasmados por primera vez.

Y es que si de algo el autor tenía plena conciencia, es de que en México la política es “peculiar”, al ser “por desgracia, una lucrativa carrera” y los políticos, seres sin grandeza y visión histórica, indiferentes al futuro y carentes -salvo casos excepcionales- de sensibilidad. De ahí que definiera, convencido, que el destino de la humanidad era, tal y como lo había plasmado Orwell en su novela 1984, una “historia del fracaso de todas las revoluciones”, comprendida la nuestra, de la que sentenció: “políticamente, la Revolución Mexicana ha muerto… En 1968, con exactitud el 2 de octubre, la Revolución muere violentamente cuando fuerzas militares y policiacas, en una maniobra conjunta, asesinan de golpe a más de quinientos estudiantes”.

En medio de este marasmo, fue sólo a través del arte que nuestra Revolución pervivió. Así lo concebía: “En literatura, en música y en pintura, dejó huellas profundas de su intensidad”. En realidad, “la literatura de la Revolución Mexicana no fue ciertamente una literatura revolucionaria, un movimiento estético de gran envergadura… su temática fue nacional… hizo que los escritores se fijaran en los indios, en los campesinos, en los grandes problemas nacionales, lo cual le dio a la novela y al cuento una preocupación política desconocida hasta entonces y un impulso artístico avanzado”, logrando la novela, mejor aún “que la historia, presentar un movimiento grandioso que cambió el rostro de la Nación y le ayudó a levantarse de una postración de siglos”. Lo trágico de todo ello, fue que a pesar de ser cuna de grandes artistas de talla universal, el gobierno de México -salvo con José Vasconcelos-, careció de una auténtica política cultural. Los mexicanos, se dolía Avilés Fabila, por eso hemos tenido y tenemos los gobiernos que nos merecemos: producto de la “devoción ciega por los caudillos”.

Corría 2012 y así denunciaba: En México, “cada día que pasa los partidos políticos sin excepción se convierten en factores de odio, transmiten mensajes llenos de perversidad, mentiras y calumnias”. En 2016, todavía se pregunta: “¿habrá ciudadanos capaces … de barrer la escoria que nos gobierna?”. No cabe duda que en las semanas previas a iniciar su tránsito a la vida eterna, seguía soñando con un mundo mejor.

El último párrafo de su obra Memorias de un comunista, maquinuscrito encontrado en un basurero en Perisur, concluye con una autotranscripción de un texto de Fantasías en carrusel:
“De Platón en adelante los grandes pensadores han tatado de organizar más inteligentemente a la humaniad y sus esfuerzos han terminado en loables intentonas poco serias, en estrepitosos fracasos o en bellos textos literarios. Sin embargo, pese al desolado panorama, no todo está perdido: nos queda aún la gran utopía de Marx… Creo que esta sería mi postura”.

Sin duda lo era, porque si bien su pluma fue reveladoramente aguda y su denuncia apabullante -al estar dotado del poder de penetrar la corteza de las masas y las máscaras de los personajes que de la política se sirven para medrar, ¡qué decir del actuar del ser humano común, que quedaba siempre expuesto ante sus inquisitivos ojos que penetraban hasta la más honda esencia volitiva!-, gozaba ¡y cómo! de la realidad, pero la padecía en extremo y conforme los años transcurrieron, la sufrió aún más: la cotidianidad era cada vez más agreste, perdía grandeza mientras observaba cómo se acrentdaba la miseria humana, adquiriendo tintes de profundo patetismo y soledad.

Por eso se refugiaba siempre más en el mundo de las quimeras y fantasías y crecía su amor por la literatura frente a su pasión por el periodismo. La realidad era, en sus términos: irredimible. La literatura, en cambio, salvadora, y hoy él: René Avilés Fabila, un eterno demiurgo que recorre el espacio, sobre su entrañable “nube viajera”, en pos de la verdad.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli