/ viernes 27 de abril de 2018

Resplandores | Los Partidos Políticos que tenemos

Por varias razones, la elección de este primero de julio, no sólo es considerada como la más competida y la más grande (existen cerca de 3,400 cargos en disputa, desde la Presidencia, diputados federales, senadores, gobernadores, alcaldes y legisladores locales), también será la más importante a partir de los distintos proyectos de Nación que están en juego.

Uno de los actores clave de este proceso son los partidos políticos; pero éstos llegan a la contienda también en una situación totalmente diferente a elecciones anteriores. Comparto con ustedes algunas reflexiones:

En primer lugar, la elección de este año terminó por convertirse en una disputa en la que ningún partido político puede, por sí mismo, alzarse con la victoria. En el proceso que está en curso ninguna fuerza política compite sola. La única forma que los partidos tienen para participar en condiciones más o menos competitivas es a través de “coaliciones” o “frentes” electorales, que les permita sumar esfuerzos, recursos, estructuras y complementar plataformas para conquistar el poder.

En segundo lugar, lo anterior es apenas una expresión de la crisis por la que atraviesan los partidos políticos. Hablamos de una crisis generalizada: de representación, de liderazgo, de oferta política, de credibilidad, de identidad, de democracia interna y de resultados. Hoy en día, los partidos son las instituciones peor evaluadas por la sociedad. Ninguna otra institución carga con tantos negativos como los partidos y la calificación que obtienen en términos de confianza ciudadana es contundente: están reprobados.

Lo mismo da si se trata de partidos de derecha, de izquierda o cualquiera que sea su perfil ideológico; tampoco importa mucho si son de vieja o reciente creación. La cuestión es que ninguno queda a salvo de la mala reputación que padecen. Ante esto, su única opción -para todos por igual- es coaligarse para no ser arrastrados por el desencanto y el malestar ciudadanos.

Como tercer punto, me interesa destacar que, como nunca antes, este proceso electoral ha estado marcado por un desbordado “pragmatismo” de los partidos. Los principios y la doctrina partidista dejaron de ser una atadura para concretar alianzas políticas, a pesar de que éstas resulten contradictorias desde el punto de vista ideológico. El pragmatismo político terminó por imponerse en sus objetivos de acceder o mantener el poder al precio que sea.

Mi cuarta reflexión intenta abordar la experiencia “independiente”, cuyo surgimiento está directamente vinculado a la crisis de los partidos. Podría pensarse que las candidaturas independientes constituyen la mejor opción frente a los vicios y la opacidad con que se manejan los partidos.

Sin embargo, es la primera vez en la que participan una candidata y un candidato independientes en una elección presidencial. A todas luces es evidente que lo hacen en una condición de desventaja en términos de requisitos para el registro, financiamiento y acceso a spots de campaña. Independientemente de cuál sea el resultado de la contienda, la opción independiente no solo requerirá de mucho más tiempo para posicionarse como una poción competitiva, sino también para revertir la inequidad que prevalece. Incluso, tiempo para concretar una candidatura que esté libre de todo cuestionamiento. De no hacerlo, corremos el riesgo de que las candidaturas independientes entren en un proceso de desdibujamiento.

La última reflexión tiene que ver con nuestro régimen democrático y su ansiada consolidación. En diversos ámbitos existe un sólido consenso en torno a la necesidad de que nuestro país cuente con una democracia eficaz y de calidad. Este anhelo parte de la incapacidad de las instituciones y actores democráticos para mejorar las condiciones de vida de los mexicanos y garantizarles bienestar integral; me refiero a aspectos básicos como: educación y salud de excelencia, empleos y salarios decentes, protección social, menos pobreza y desigualdad, así como un entorno libre de violencia, con seguridad y paz, sin la amenaza de la delincuencia organizada que lo mismo secuestra, extorsiona, ejecuta, roba, desparece personas y comete una larga lista de ilícitos.

Lamentablemente aún estamos en manos de los partidos, ya que éstos continuarán cumpliendo uno de los roles esenciales para nuestra democracia, el de la representación política, pero lo seguirán haciendo a favor de sus propios intereses y para beneficio de sus élites.

Son estos partidos los que monopolizan la arena política y electoral. Desde luego, sus candidatos, a pesar de los intentos por diferenciarse -cosméticamente-, también cargan con una buena dosis de desprestigio y escasa credibilidad.

Con partidos reprobados y cuestionados por la sociedad, veo muy difícil que avancemos significativamente hacia esa consolidación democrática.

Presidente de la Academia Mexicana de Educación, A.C.

Por varias razones, la elección de este primero de julio, no sólo es considerada como la más competida y la más grande (existen cerca de 3,400 cargos en disputa, desde la Presidencia, diputados federales, senadores, gobernadores, alcaldes y legisladores locales), también será la más importante a partir de los distintos proyectos de Nación que están en juego.

Uno de los actores clave de este proceso son los partidos políticos; pero éstos llegan a la contienda también en una situación totalmente diferente a elecciones anteriores. Comparto con ustedes algunas reflexiones:

En primer lugar, la elección de este año terminó por convertirse en una disputa en la que ningún partido político puede, por sí mismo, alzarse con la victoria. En el proceso que está en curso ninguna fuerza política compite sola. La única forma que los partidos tienen para participar en condiciones más o menos competitivas es a través de “coaliciones” o “frentes” electorales, que les permita sumar esfuerzos, recursos, estructuras y complementar plataformas para conquistar el poder.

En segundo lugar, lo anterior es apenas una expresión de la crisis por la que atraviesan los partidos políticos. Hablamos de una crisis generalizada: de representación, de liderazgo, de oferta política, de credibilidad, de identidad, de democracia interna y de resultados. Hoy en día, los partidos son las instituciones peor evaluadas por la sociedad. Ninguna otra institución carga con tantos negativos como los partidos y la calificación que obtienen en términos de confianza ciudadana es contundente: están reprobados.

Lo mismo da si se trata de partidos de derecha, de izquierda o cualquiera que sea su perfil ideológico; tampoco importa mucho si son de vieja o reciente creación. La cuestión es que ninguno queda a salvo de la mala reputación que padecen. Ante esto, su única opción -para todos por igual- es coaligarse para no ser arrastrados por el desencanto y el malestar ciudadanos.

Como tercer punto, me interesa destacar que, como nunca antes, este proceso electoral ha estado marcado por un desbordado “pragmatismo” de los partidos. Los principios y la doctrina partidista dejaron de ser una atadura para concretar alianzas políticas, a pesar de que éstas resulten contradictorias desde el punto de vista ideológico. El pragmatismo político terminó por imponerse en sus objetivos de acceder o mantener el poder al precio que sea.

Mi cuarta reflexión intenta abordar la experiencia “independiente”, cuyo surgimiento está directamente vinculado a la crisis de los partidos. Podría pensarse que las candidaturas independientes constituyen la mejor opción frente a los vicios y la opacidad con que se manejan los partidos.

Sin embargo, es la primera vez en la que participan una candidata y un candidato independientes en una elección presidencial. A todas luces es evidente que lo hacen en una condición de desventaja en términos de requisitos para el registro, financiamiento y acceso a spots de campaña. Independientemente de cuál sea el resultado de la contienda, la opción independiente no solo requerirá de mucho más tiempo para posicionarse como una poción competitiva, sino también para revertir la inequidad que prevalece. Incluso, tiempo para concretar una candidatura que esté libre de todo cuestionamiento. De no hacerlo, corremos el riesgo de que las candidaturas independientes entren en un proceso de desdibujamiento.

La última reflexión tiene que ver con nuestro régimen democrático y su ansiada consolidación. En diversos ámbitos existe un sólido consenso en torno a la necesidad de que nuestro país cuente con una democracia eficaz y de calidad. Este anhelo parte de la incapacidad de las instituciones y actores democráticos para mejorar las condiciones de vida de los mexicanos y garantizarles bienestar integral; me refiero a aspectos básicos como: educación y salud de excelencia, empleos y salarios decentes, protección social, menos pobreza y desigualdad, así como un entorno libre de violencia, con seguridad y paz, sin la amenaza de la delincuencia organizada que lo mismo secuestra, extorsiona, ejecuta, roba, desparece personas y comete una larga lista de ilícitos.

Lamentablemente aún estamos en manos de los partidos, ya que éstos continuarán cumpliendo uno de los roles esenciales para nuestra democracia, el de la representación política, pero lo seguirán haciendo a favor de sus propios intereses y para beneficio de sus élites.

Son estos partidos los que monopolizan la arena política y electoral. Desde luego, sus candidatos, a pesar de los intentos por diferenciarse -cosméticamente-, también cargan con una buena dosis de desprestigio y escasa credibilidad.

Con partidos reprobados y cuestionados por la sociedad, veo muy difícil que avancemos significativamente hacia esa consolidación democrática.

Presidente de la Academia Mexicana de Educación, A.C.