/ lunes 5 de octubre de 2020

Tres amenazas a la libertad de expresión

La libertad de expresión es un derecho que, en gran medida, se ejerce a cabalidad en México. Sin embargo, eso no significa que no enfrente obstáculos, riesgos y amenazas, tanto las de siempre como otras nuevas. Reconocerlo es fundamental como principio de prevención democrática y defensa ciudadana.

A partir del proceso de transición democrática, de forma progresiva se volvió un elemento integral de nuestra vida pública. Con problemas y áreas de oportunidad, pero en una condición general completamente distinta a la de la época del presidencialismo de partido hegemónico. Ha sido un logro cívico, de la lucha y el trabajo de medios de comunicación, periodistas, activistas, políticos con vocación de apertura y empresarios, a fin de superar un entorno en el que prevalecía la cooptación, la censura y la autocensura. No podemos permitirnos volver a ello.

Como dice el famoso eslogan del Washington Post, “la democracia muere en la oscuridad”. Requiere que los ciudadanos nos aseguremos de que haya toda la luz que pueden aportar el debate y el contraste de ideas, la exigencia de rendición de cuentas y transparencia, el derecho a la información pública, el conocimiento y la comprensión de los asuntos que nos afectan colectivamente y en lo individual.

Hoy, lamentablemente, el ejercicio pleno de la libertad de expresión se ve amenazado por tres fenómenos que detonan riesgos muy concretos y una fuerte presión de retroceso y de distorsión de la agenda pública.

  • Los vacíos de Estado de derecho y de gobernabilidad democrática que arrastramos, ocupados por poderes fácticos y antidemocráticos. Sobre todo, cuando se trata de zonas donde se reproduce la influencia de grupos criminales y cacicazgos que coartan la libertad de prensa con la intimidación e incluso la agresión física.
  • Una profunda polarización política, que se recrudece a riesgo de desbordarse a lo social. La ha exacerbado una competencia político-electoral que a menudo cae en la irresponsabilidad al alentar el encono. No obstante, también un mal uso de las redes sociales, que a pesar de su gran potencial para la participación ciudadana, han sido caja de resonancia para la manipulación, la intolerancia y la desinformación.
  • Inclinaciones de acaparamiento del poder, con asedio a ejes democráticos como los contrapesos institucionales. Una narrativa política recurrentemente excluyente y maniquea, intolerante a la crítica y con un discurso de descalificación, contrario a la realidad de un país tan diverso tanto en lo político como en lo social.

Los desafíos son evidentes. No deberíamos permitir que se normalicen situaciones incompatibles con un sistema democrático.

La organización de defensa de la libertad de expresión Artículo 19 ha documentado que en el primer semestre hubo más de 400 actos de violencia contra periodistas y medios de comunicación, por lo que, de continuar la tendencia, 2020 sería el año más violento para la prensa desde que se lleva registro. En lo que va de la administración federal han sido asesinados 15 periodistas, cuatro este año.

En su diagnóstico, Reporteros Sin Fronteras señala: “Aunque oficialmente no es escenario de un conflicto armado, México es uno de los países más peligrosos del mundo para la prensa. La colusión de las autoridades y los políticos con el crimen organizado amenaza gravemente la seguridad de los actores de la información y obstaculiza el funcionamiento de la justicia del país a todos los niveles”. En síntesis, somos “el país más mortífero de América Latina para los medios de comunicación”. En su Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2020, ocupamos el lugar 143 de 180 naciones.

Investigaciones de Signa Lab, organismo del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), han revelado hasta qué grado puede impactar en las redes sociales el uso de cuentas falsas y bots (códigos automatizados para replicar mensajes), lo mismo en términos de desinformación y distorsión del debate social que para atacar a figuras públicas y a periodistas.

Cuando se promueven la difamación, la estigmatización, las noticias falsas, el sectarismo y aun el odio, los riesgos crecen exponencialmente. Más aún cuando el lenguaje se vicia, o vemos que los procesos de la democracia degeneran en fondo y forma, como en las discusiones parlamentarias o como se dio en el debate por la presidencia en Estados Unidos, devenido en una especie de talk show con exceso de insultos y acusaciones.

Por eso es tan pertinente la conclusión del desplegado firmado por 650 intelectuales, en el llamado a no alimentar el rencor desde los micrófonos del poder político para evitar que “el odio llegue al río alguna vez”. Eso es lo que menos necesitamos en una coyuntura tan difícil como la actual, en medio de una pandemia, la mayor recesión económica de nuestra historia reciente, más los problemas de inseguridad pública y violencia endémica.

Como en la salud física, en la salud de la democracia siempre ayuda el enfoque preventivo.

Como la propia democracia, la libertad de expresión no es una meta o una herencia, sino un medio que debe ejercerse y cuidarse de forma permanente: todos los días. A las presiones contrarias a este derecho, hay que responder con más ejercicio del mismo en un sentido realmente cívico, de derechos tanto como de obligaciones.

Empresario



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La libertad de expresión es un derecho que, en gran medida, se ejerce a cabalidad en México. Sin embargo, eso no significa que no enfrente obstáculos, riesgos y amenazas, tanto las de siempre como otras nuevas. Reconocerlo es fundamental como principio de prevención democrática y defensa ciudadana.

A partir del proceso de transición democrática, de forma progresiva se volvió un elemento integral de nuestra vida pública. Con problemas y áreas de oportunidad, pero en una condición general completamente distinta a la de la época del presidencialismo de partido hegemónico. Ha sido un logro cívico, de la lucha y el trabajo de medios de comunicación, periodistas, activistas, políticos con vocación de apertura y empresarios, a fin de superar un entorno en el que prevalecía la cooptación, la censura y la autocensura. No podemos permitirnos volver a ello.

Como dice el famoso eslogan del Washington Post, “la democracia muere en la oscuridad”. Requiere que los ciudadanos nos aseguremos de que haya toda la luz que pueden aportar el debate y el contraste de ideas, la exigencia de rendición de cuentas y transparencia, el derecho a la información pública, el conocimiento y la comprensión de los asuntos que nos afectan colectivamente y en lo individual.

Hoy, lamentablemente, el ejercicio pleno de la libertad de expresión se ve amenazado por tres fenómenos que detonan riesgos muy concretos y una fuerte presión de retroceso y de distorsión de la agenda pública.

  • Los vacíos de Estado de derecho y de gobernabilidad democrática que arrastramos, ocupados por poderes fácticos y antidemocráticos. Sobre todo, cuando se trata de zonas donde se reproduce la influencia de grupos criminales y cacicazgos que coartan la libertad de prensa con la intimidación e incluso la agresión física.
  • Una profunda polarización política, que se recrudece a riesgo de desbordarse a lo social. La ha exacerbado una competencia político-electoral que a menudo cae en la irresponsabilidad al alentar el encono. No obstante, también un mal uso de las redes sociales, que a pesar de su gran potencial para la participación ciudadana, han sido caja de resonancia para la manipulación, la intolerancia y la desinformación.
  • Inclinaciones de acaparamiento del poder, con asedio a ejes democráticos como los contrapesos institucionales. Una narrativa política recurrentemente excluyente y maniquea, intolerante a la crítica y con un discurso de descalificación, contrario a la realidad de un país tan diverso tanto en lo político como en lo social.

Los desafíos son evidentes. No deberíamos permitir que se normalicen situaciones incompatibles con un sistema democrático.

La organización de defensa de la libertad de expresión Artículo 19 ha documentado que en el primer semestre hubo más de 400 actos de violencia contra periodistas y medios de comunicación, por lo que, de continuar la tendencia, 2020 sería el año más violento para la prensa desde que se lleva registro. En lo que va de la administración federal han sido asesinados 15 periodistas, cuatro este año.

En su diagnóstico, Reporteros Sin Fronteras señala: “Aunque oficialmente no es escenario de un conflicto armado, México es uno de los países más peligrosos del mundo para la prensa. La colusión de las autoridades y los políticos con el crimen organizado amenaza gravemente la seguridad de los actores de la información y obstaculiza el funcionamiento de la justicia del país a todos los niveles”. En síntesis, somos “el país más mortífero de América Latina para los medios de comunicación”. En su Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2020, ocupamos el lugar 143 de 180 naciones.

Investigaciones de Signa Lab, organismo del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), han revelado hasta qué grado puede impactar en las redes sociales el uso de cuentas falsas y bots (códigos automatizados para replicar mensajes), lo mismo en términos de desinformación y distorsión del debate social que para atacar a figuras públicas y a periodistas.

Cuando se promueven la difamación, la estigmatización, las noticias falsas, el sectarismo y aun el odio, los riesgos crecen exponencialmente. Más aún cuando el lenguaje se vicia, o vemos que los procesos de la democracia degeneran en fondo y forma, como en las discusiones parlamentarias o como se dio en el debate por la presidencia en Estados Unidos, devenido en una especie de talk show con exceso de insultos y acusaciones.

Por eso es tan pertinente la conclusión del desplegado firmado por 650 intelectuales, en el llamado a no alimentar el rencor desde los micrófonos del poder político para evitar que “el odio llegue al río alguna vez”. Eso es lo que menos necesitamos en una coyuntura tan difícil como la actual, en medio de una pandemia, la mayor recesión económica de nuestra historia reciente, más los problemas de inseguridad pública y violencia endémica.

Como en la salud física, en la salud de la democracia siempre ayuda el enfoque preventivo.

Como la propia democracia, la libertad de expresión no es una meta o una herencia, sino un medio que debe ejercerse y cuidarse de forma permanente: todos los días. A las presiones contrarias a este derecho, hay que responder con más ejercicio del mismo en un sentido realmente cívico, de derechos tanto como de obligaciones.

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