/ jueves 21 de febrero de 2019

Trump no puede construir nada

Donald Trump no es el primer presidente, ni siquiera el primer presidente republicano, que ha intentado definir en parte su legado con un gran proyecto de construcción. Abraham Lincoln firmó las leyes que permitieron obtener terrenos y financiamiento para hacer posible el tren transcontinental. Theodore Roosevelt construyó el canal de Panamá. Dwight Eisenhower construyó el sistema de autopistas interestatales.

Sin embargo, el muro de Trump es diferente, y no sólo porque lo más probable es que no llegue a construirse. Los grandes proyectos de construcción mencionados con anterioridad tenían como objetivo establecer conexiones entre las personas y hacerlas más productivas. El motivo del muro es la división. No sólo se ha concebido como una barrera para protegernos de personas ajenas, sino como una medida para abrir una grieta entre los estadounidenses. Se centra en generar miedo, no en mirar a futuro.

¿Por qué Trump no está construyendo nada? Después de su toma de posesión pasaron meses y meses sin que hiciera nada. Hace un año, de nuevo prometió “la inversión en infraestructura más significativa e intrépida en toda la historia de Estados Unidos”. De nuevo, no pasó nada.

Algunos análisis de noticias sugieren que el tema en discordia es el dinero, que sólo podrán hacerse grandes inversiones en infraestructura si republicanos y demócratas logran ponerse de acuerdo en la forma de pagar esos proyectos. Claro que eso es pecar de crédulos. Basta recordar que en 2017, el Partido Republicano aprobó un recorte fiscal de dos billones de dólares sin ninguna fuente para cubrirlos y, aunque el recorte fiscal no ha producido en absoluto el auge prometido en la inversión privada, todavía no hay ninguna señal de remordimiento de sus partidarios.

En el caso de los funcionarios de gobierno de Trump, lo sorprendente de los distintos “planes” (o, para ser más precisos, bosquejos) de infraestructura que han propuesto es que requieren muy poca inversión pública directa. Más bien se trata de esquemas que, en teoría, emplearían fondos públicos como base para atraer grandes cantidades de inversión privada. ¿Pero por qué no simplemente construyen algo? Quizá sea, en parte, para mantener bajos los costos planeados. El problema es que este tipo de esquemas también son una forma discreta de privatizar activos públicos y es muy posible que generen pocas inversiones nuevas.

Es cierto que un verdadero plan de infraestructura obtendría un gran apoyo demócrata, pero no así una acción basada en alianzas capitalistas que pretendan hacer pasar por infraestructura.

¿Entonces quién reconstruirá Estados Unidos? Trump y su partido ya tuvieron una oportunidad y es evidente que no les interesa poner manos a la obra, así que tendrán que ser los demócratas. La propuesta que contiene el Nuevo Acuerdo Verde es deliberadamente escueta, pero es claro que pretende reavivar la tradición estadounidense de destinar inversión pública a obras de interés público.

Donald Trump no es el primer presidente, ni siquiera el primer presidente republicano, que ha intentado definir en parte su legado con un gran proyecto de construcción. Abraham Lincoln firmó las leyes que permitieron obtener terrenos y financiamiento para hacer posible el tren transcontinental. Theodore Roosevelt construyó el canal de Panamá. Dwight Eisenhower construyó el sistema de autopistas interestatales.

Sin embargo, el muro de Trump es diferente, y no sólo porque lo más probable es que no llegue a construirse. Los grandes proyectos de construcción mencionados con anterioridad tenían como objetivo establecer conexiones entre las personas y hacerlas más productivas. El motivo del muro es la división. No sólo se ha concebido como una barrera para protegernos de personas ajenas, sino como una medida para abrir una grieta entre los estadounidenses. Se centra en generar miedo, no en mirar a futuro.

¿Por qué Trump no está construyendo nada? Después de su toma de posesión pasaron meses y meses sin que hiciera nada. Hace un año, de nuevo prometió “la inversión en infraestructura más significativa e intrépida en toda la historia de Estados Unidos”. De nuevo, no pasó nada.

Algunos análisis de noticias sugieren que el tema en discordia es el dinero, que sólo podrán hacerse grandes inversiones en infraestructura si republicanos y demócratas logran ponerse de acuerdo en la forma de pagar esos proyectos. Claro que eso es pecar de crédulos. Basta recordar que en 2017, el Partido Republicano aprobó un recorte fiscal de dos billones de dólares sin ninguna fuente para cubrirlos y, aunque el recorte fiscal no ha producido en absoluto el auge prometido en la inversión privada, todavía no hay ninguna señal de remordimiento de sus partidarios.

En el caso de los funcionarios de gobierno de Trump, lo sorprendente de los distintos “planes” (o, para ser más precisos, bosquejos) de infraestructura que han propuesto es que requieren muy poca inversión pública directa. Más bien se trata de esquemas que, en teoría, emplearían fondos públicos como base para atraer grandes cantidades de inversión privada. ¿Pero por qué no simplemente construyen algo? Quizá sea, en parte, para mantener bajos los costos planeados. El problema es que este tipo de esquemas también son una forma discreta de privatizar activos públicos y es muy posible que generen pocas inversiones nuevas.

Es cierto que un verdadero plan de infraestructura obtendría un gran apoyo demócrata, pero no así una acción basada en alianzas capitalistas que pretendan hacer pasar por infraestructura.

¿Entonces quién reconstruirá Estados Unidos? Trump y su partido ya tuvieron una oportunidad y es evidente que no les interesa poner manos a la obra, así que tendrán que ser los demócratas. La propuesta que contiene el Nuevo Acuerdo Verde es deliberadamente escueta, pero es claro que pretende reavivar la tradición estadounidense de destinar inversión pública a obras de interés público.