/ sábado 24 de junio de 2017

¡Qué sería de este mundo!

Esta semana se celebró la 47 Asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Cancún, México, con un tema agregado pero que se convirtió en central: Venezuela. La mayoría de los países de la región, incluido el nuestro, han mostrado gran preocupación por las noticias que nos llegan de este país hermano, en torno a la irrupción del orden constitucional.

La presencia de la canciller venezolana Delcy Rodríguez (que ya no lo es por decisión del presidente Nicolás Maduro) y su confrontación con casi todos los representantes de los países miembros, incluido a Luis Videgaray, de México que fue electo presidente de la 47 Asamblea, concentró la atención de la prensa nacional e internacional.

Los miembros de la OEA querían pedir al gobierno venezolano libertad para políticos presos, comicios democráticos y echar atrás la convocatoria a la nueva Asamblea Constituyente que redactará una nueva Constitución (por cierto, la ahora excanciller Rodríguez se encargaría de encabezar esos trabajos).

Al final, los países miembros no tomaron ninguna determinación respecto a la situación de Venezuela, pero acaso, lo ocurrido, nos haga reflexionar y redimensionar el papel de la OEA en esta región del mundo frente al paradigma que marca la marcha de las naciones: la democracia.

La Organización fue fundada con el objetivo de lograr en sus estados miembros, como lo estipula el artículo 1 de la Carta, “un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia.”

Pero la propia OEA establece que para lograr sus más importantes propósitos se basa en sus principales pilares que son la democracia, los derechos humanos, la seguridad y el desarrollo. Y también tiene que velar para que esos pilares sostengan muy bien sus objetivos establecidos en el artículo 1 de su Carta.

¿Cómo deben actuar los países miembros si en uno de ellos hay señales de que las cosas no se están haciendo de la mejor manera para mantener la paz y la justicia? ¿Si hay situaciones que advierten de presos políticos o disturbios populares que hacen peligrar a la propia población?

Pues la OEA debe actuar como lo hizo. Echando a andar, primero, sus protocolos que hacen llamados a mantener el orden constitucional; advertir de las sanciones que puedan aplicarse de continuar situaciones irregulares y, finalmente, tomar las resoluciones a que haya lugar.

Sus países miembros saben que la OEA recurre al diálogo político, a la inclusión, a la cooperación, a instrumentos jurídicos y de seguimiento, para llevar a cabo y maximizar su labor en el hemisferio.

En sus artículos 24 y 25 esta Carta de los Estados Americanos establece que las controversias entre sus miembros (como ocurrió ahora) deben ser sometidas a procedimientos de solución pacífica como la negociación directa, los buenos oficios, la mediación, la investigación y conciliación, el procedimiento judicial, el arbitraje.

Pero difícilmente puede cumplir sus objetivos si los propios países miembros se empeñan en romper las reglas que aceptaron al hacerse parte del organismo internacional. Y la verdad es que, teniendo un organismo como la OEA, más les valdría ajustarse a sus mecanismos.

Mantener la paz y la justicia en el mundo se ha convertido en una prioridad de nuestros días. Pareciera increíble que a medida que muchos abogan y actúan para perfeccionar la democracia, muchos otros buscan dinamitarla con guerras absurdas e injusticia. Qué bueno que existe la ONU, la OEA y otros organismos internacionales.  ¡Qué sería de este mundo si no estuvieran!

Esta semana se celebró la 47 Asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Cancún, México, con un tema agregado pero que se convirtió en central: Venezuela. La mayoría de los países de la región, incluido el nuestro, han mostrado gran preocupación por las noticias que nos llegan de este país hermano, en torno a la irrupción del orden constitucional.

La presencia de la canciller venezolana Delcy Rodríguez (que ya no lo es por decisión del presidente Nicolás Maduro) y su confrontación con casi todos los representantes de los países miembros, incluido a Luis Videgaray, de México que fue electo presidente de la 47 Asamblea, concentró la atención de la prensa nacional e internacional.

Los miembros de la OEA querían pedir al gobierno venezolano libertad para políticos presos, comicios democráticos y echar atrás la convocatoria a la nueva Asamblea Constituyente que redactará una nueva Constitución (por cierto, la ahora excanciller Rodríguez se encargaría de encabezar esos trabajos).

Al final, los países miembros no tomaron ninguna determinación respecto a la situación de Venezuela, pero acaso, lo ocurrido, nos haga reflexionar y redimensionar el papel de la OEA en esta región del mundo frente al paradigma que marca la marcha de las naciones: la democracia.

La Organización fue fundada con el objetivo de lograr en sus estados miembros, como lo estipula el artículo 1 de la Carta, “un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia.”

Pero la propia OEA establece que para lograr sus más importantes propósitos se basa en sus principales pilares que son la democracia, los derechos humanos, la seguridad y el desarrollo. Y también tiene que velar para que esos pilares sostengan muy bien sus objetivos establecidos en el artículo 1 de su Carta.

¿Cómo deben actuar los países miembros si en uno de ellos hay señales de que las cosas no se están haciendo de la mejor manera para mantener la paz y la justicia? ¿Si hay situaciones que advierten de presos políticos o disturbios populares que hacen peligrar a la propia población?

Pues la OEA debe actuar como lo hizo. Echando a andar, primero, sus protocolos que hacen llamados a mantener el orden constitucional; advertir de las sanciones que puedan aplicarse de continuar situaciones irregulares y, finalmente, tomar las resoluciones a que haya lugar.

Sus países miembros saben que la OEA recurre al diálogo político, a la inclusión, a la cooperación, a instrumentos jurídicos y de seguimiento, para llevar a cabo y maximizar su labor en el hemisferio.

En sus artículos 24 y 25 esta Carta de los Estados Americanos establece que las controversias entre sus miembros (como ocurrió ahora) deben ser sometidas a procedimientos de solución pacífica como la negociación directa, los buenos oficios, la mediación, la investigación y conciliación, el procedimiento judicial, el arbitraje.

Pero difícilmente puede cumplir sus objetivos si los propios países miembros se empeñan en romper las reglas que aceptaron al hacerse parte del organismo internacional. Y la verdad es que, teniendo un organismo como la OEA, más les valdría ajustarse a sus mecanismos.

Mantener la paz y la justicia en el mundo se ha convertido en una prioridad de nuestros días. Pareciera increíble que a medida que muchos abogan y actúan para perfeccionar la democracia, muchos otros buscan dinamitarla con guerras absurdas e injusticia. Qué bueno que existe la ONU, la OEA y otros organismos internacionales.  ¡Qué sería de este mundo si no estuvieran!