/ sábado 29 de julio de 2017

Juan

La tragedia del reincidente migrante Juan Rodríguez Azpeitia es la de cada uno de los migrantes mexicanos que cruzaron la frontera norte amparados por las cláusulas del Programa de Braceros que el presidente Franklin D. Roosevelt propuso al gobierno de México fundamentado “en una larga historia de colaboración que se inicia en tiempos de Porfirio Díaz.”  En 1896 Díaz  afirma: “no creemos que sea suficiente que a Estados Unidos incumba la obligación de auxiliar a las demás repúblicas del hemisferio contra los ataques de Europa… sino que cada una de ellas, mediante una declaración semejante a la del presidente Monroe, debe proclamar que todo ataque de cualquier potencia, dirigido a menoscabar el territorio o la independencia o a cambiar las instituciones, sería considerado por la nación declarante como ofensa propia…” El exhorto pretendía ocultar una realidad: México en 1911 era manipulado, administrado, financiera y comercialmente por Estados Unidos. Sus inversiones en tierras, petróleo, minas, importaciones y exportaciones ascendían a más de dos mil millones de dólares.

En 1920 el gobierno de Wilson comunica a México las condiciones que deberá cumplir el gobierno de Obregón para ser reconocido: los derechos de los estadounidenses deberán ser garantizados en los términos convenidos antes de entrar en vigencia la Constitución de 1917. Los flujos del comercio y de aguas fronterizas se precisaron en la “Carta económica de las Américas” acordada en la Conferencia de Chapultepec.

La única observación para evitar un trato injusto para los trabajadores agrícolas mexicanos en estados Unidos, la hace el presidente Cárdenas el 20 de noviembre de 1938, después del desfile deportivo en el Zócalo: “… es ineludible mencionar el trato deprimente que padecen nuestros connacionales que trabajan en Estados Unidos… lo que obliga a buscar soluciones  “y aceptarlas con todas sus consecuencias…”

En 1940 la Subsecretaría de Relaciones Exteriores precisó que un millón y medio de mexicanos emigraron a Estados Unidos cuando allá faltaban brazos. No obstante esos mexicanos “fueron excluidos del crisol que tanto alabaron los europeos migrantes… Esto se debe a prejuicios raciales”. Y señala que durante la crisis de 1929 los únicos trabajadores expulsados fueron los mexicanos. No obstante que se precisó que en futuras contrataciones los mexicanos no podrían ser enviados al servicio militar, durante el gobierno de Franklin Roosevelt, se contrataron 58 mil campesinos, pero se dejó la frontera porosa para el viaje ilegal de miles de mexicanos que abatieron los salarios y acrecentaron las ganancias de los rancheros estadounidenses y permitieron el ingreso de ¡un millón y medio más de mexicanos a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos!

En 1940 en gobierno mexicano ofrecería tierras que antes formaban parte de los grandes latifundios, para que vinieran a trabajarlas los mexicanos repatriados. Tres años después el gobernador Stevenson de Texas envió una “meditada carta”, así la califica Gastón García Cantú, para subrayar “la necesidad urgente de trabajadores mexicanos a diversas regiones del estado en las cuales los agricultores de Estados Unidos se enfrentan a la pérdida de sus cosechas.

77 años después Juan Rodríguez Azpeitia fue deportado hace 9 meses después de trabajar 21 años en el campo de Estados Unidos. Quiso quedarse en México a trabajar, trajo a su familia. No encontró ni trabajo ni tierra. Murió asfixiado el 22 de julio en la caja de un tráiler que el chófer abandonó en el estacionamiento de un supermercado de San Antonio, Texas.

La tragedia del reincidente migrante Juan Rodríguez Azpeitia es la de cada uno de los migrantes mexicanos que cruzaron la frontera norte amparados por las cláusulas del Programa de Braceros que el presidente Franklin D. Roosevelt propuso al gobierno de México fundamentado “en una larga historia de colaboración que se inicia en tiempos de Porfirio Díaz.”  En 1896 Díaz  afirma: “no creemos que sea suficiente que a Estados Unidos incumba la obligación de auxiliar a las demás repúblicas del hemisferio contra los ataques de Europa… sino que cada una de ellas, mediante una declaración semejante a la del presidente Monroe, debe proclamar que todo ataque de cualquier potencia, dirigido a menoscabar el territorio o la independencia o a cambiar las instituciones, sería considerado por la nación declarante como ofensa propia…” El exhorto pretendía ocultar una realidad: México en 1911 era manipulado, administrado, financiera y comercialmente por Estados Unidos. Sus inversiones en tierras, petróleo, minas, importaciones y exportaciones ascendían a más de dos mil millones de dólares.

En 1920 el gobierno de Wilson comunica a México las condiciones que deberá cumplir el gobierno de Obregón para ser reconocido: los derechos de los estadounidenses deberán ser garantizados en los términos convenidos antes de entrar en vigencia la Constitución de 1917. Los flujos del comercio y de aguas fronterizas se precisaron en la “Carta económica de las Américas” acordada en la Conferencia de Chapultepec.

La única observación para evitar un trato injusto para los trabajadores agrícolas mexicanos en estados Unidos, la hace el presidente Cárdenas el 20 de noviembre de 1938, después del desfile deportivo en el Zócalo: “… es ineludible mencionar el trato deprimente que padecen nuestros connacionales que trabajan en Estados Unidos… lo que obliga a buscar soluciones  “y aceptarlas con todas sus consecuencias…”

En 1940 la Subsecretaría de Relaciones Exteriores precisó que un millón y medio de mexicanos emigraron a Estados Unidos cuando allá faltaban brazos. No obstante esos mexicanos “fueron excluidos del crisol que tanto alabaron los europeos migrantes… Esto se debe a prejuicios raciales”. Y señala que durante la crisis de 1929 los únicos trabajadores expulsados fueron los mexicanos. No obstante que se precisó que en futuras contrataciones los mexicanos no podrían ser enviados al servicio militar, durante el gobierno de Franklin Roosevelt, se contrataron 58 mil campesinos, pero se dejó la frontera porosa para el viaje ilegal de miles de mexicanos que abatieron los salarios y acrecentaron las ganancias de los rancheros estadounidenses y permitieron el ingreso de ¡un millón y medio más de mexicanos a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos!

En 1940 en gobierno mexicano ofrecería tierras que antes formaban parte de los grandes latifundios, para que vinieran a trabajarlas los mexicanos repatriados. Tres años después el gobernador Stevenson de Texas envió una “meditada carta”, así la califica Gastón García Cantú, para subrayar “la necesidad urgente de trabajadores mexicanos a diversas regiones del estado en las cuales los agricultores de Estados Unidos se enfrentan a la pérdida de sus cosechas.

77 años después Juan Rodríguez Azpeitia fue deportado hace 9 meses después de trabajar 21 años en el campo de Estados Unidos. Quiso quedarse en México a trabajar, trajo a su familia. No encontró ni trabajo ni tierra. Murió asfixiado el 22 de julio en la caja de un tráiler que el chófer abandonó en el estacionamiento de un supermercado de San Antonio, Texas.

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