/ domingo 6 de enero de 2019

A 60 años de la Revolución Cubana (I)

Condenadme, no importa, La historia me absolverá

Fidel Castro


Sesenta años se cumplen de la Revolución Cubana pero el mundo de hoy no se cimbra ni por asomo ante su recuerdo, como lo hizo hace seis décadas. Lo que priva en la opinión es la incomprensión en torno a los objetivos de lucha que animaron a sus revolucionarios y la denostación al actuar de sus dirigentes, sobre todo al condenar que cuando estos llegaron al poder en él se instalaron. Sí. La sombra del coloso del Norte sigue allí, firme, implacable, dominando en las conciencias, de modo que el desgaste así sufrido por el movimiento ha propiciado la emisión de un veredicto social a todas luces condenatorio, solo que con ello se juzga maniqueamente a uno de los fenómenos transformadores más trascendentales, solo superado por las revoluciones francesa, mexicana y rusa, que en la historia contemporánea han tenido lugar.

Y es que sin la revolución cubana, el desarrollo intelectual de la izquierda en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa, no se habría gestado y desbordado como lo hizo, ni mucho menos habría hecho de Cuba el imán que fue para los más destacados representantes de la intelectualidad mundial que no resistieron acudir al llamado cubano, quienes se convirtieron en epígonos de ese movimiento político y social que en la historia ocupa un sitial de honor: todos ellos intelectuales comprometidos -cada uno desde su respectiva trinchera- con los mismos valores que habían impulsado a los combatientes en la gesta insular.

Fue Pablo Neruda -el único poeta al que el propio Ernesto Guevara (El Ché) cita en su diario- el primero en dedicar un libro entero a exaltar la revolución cubana: Canción de gesta (1960), de cuyo poema “Cuba siempre”, sobresalen estas líneas: “Pienso también en Cuba venerada, / la que alzó su cabeza independiente / con el Ché, con mi insigne camarada, / que con Fidel, el capitán valiente, / y contra retamares y gusanos / levantaron la estrella del Caribe / en nuestro firmamento americano”. En 1962 llegará Julio Cortázar a la isla caribeña y desde entonces, tal y como lo refiere su biógrafo Mario Goloboff, su visión del mundo, de la historia latinoamericana y de los deberes del intelectual, se transmutarán. Luchar por la liberación de Latinoamérica será parte de su misión, pues como él mismo reconoció: “La revolución cubana me mostró de una manera cruel y que me dolió mucho el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política”. A partir de entonces “los temas políticos se fueron metiendo en mi literatura”. En 1965 dedicará al Ché su escrito “Reunión”, de quien toma como epígrafe el revelador y profundo pensamiento salido de su obra La sierra y el llano: “Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida”. Sí, la dignidad. Esto era algo por lo que aquellos jóvenes líderes revolucionarios luchaban y eso lo comprendió y destacó Cortázar, quien nunca olvidaría cómo “el amor de Cuba por el Che” lo hizo “sentir extrañamente argentino el dos de enero, cuando el saludo de Fidel en la plaza de la Revolución al comandante Guevara, allí donde esté, desató en 300 000 hombres una ovación que duró diez minutos”.

En 1964 será el escritor italiano Italo Calvino, partisano y antifascista, quien retorne a Cuba, y retornará porque en ella había nacido cuarenta años atrás. Allí conocerá y discutirá con el Che, y a éste dedicará un texto, como Cortázar, solo que en su caso será con motivo de su vil asesinato: “Las palabras que me han fallado”. Escrito estrujante, que solo será conocido treinta años después, pero en el que la esperanza se mantiene viva al asegurarnos: “desde lejos y en silencio yo he seguido discutiendo con el Che durante todos estos años, y mientras más pasaba el tiempo, más razón tenía él. Aún hoy, en que muere mientras pone en marcha una lucha interminable, continúa, siempre, teniendo razón”.

Y tan la tenía, que así lo había advertido la pareja integrada por Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre al llegar a Cuba en 1960, recién había tenido lugar la revolución, para ver la puesta en acción del movimiento revolucionario. El impacto en ellos fue avasallador y se extendió a todo su círculo. Era explicable. La esperanza de la transformación estaba sembrada, tal y como lo reflejaron en sus ensayos “Huracán sobre el azúcar” y “¿A dónde va la revolución cubana?”. Sartre denunciará, hundido en la historia reciente, los excesos y la lacerante desigualdad, trágico escenario previo a Sierra Maestra, mientras Beauvoir, fiel al recuerdo de la gesta latinoamericana, exaltará permanentemente al movimiento. Para ellos, los cubanos habían sido autores de un sistema de gobierno desconocido para filósofos y politólogos: la “democracia directa” y Castro: el líder electo por el pueblo. Quien denunciara su falta de elecciones desconocía que “la democracia no se define necesariamente” por ellas. Éstas, muchas veces, “falsean la verdad”, como en Estados Unidos, donde afirmaban: no hay democracia. Al poder está la plutocracia, mientras en Cuba la relación con el pueblo es íntima, directa, sin cuadros. Así lo visualizó esta pareja notable, para quien la Revolución Cubana fue un suceso extraordinario. “Una especie de milagro”, en el que Castro demostró “que lo que se creía imposible es posible”, al confiar “en las posibilidades concretas del hombre arraigado en una situación concreta, y es por eso por lo que la Revolución cubana no es sólo un éxito sino también un ejemplo”.


bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli

Condenadme, no importa, La historia me absolverá

Fidel Castro


Sesenta años se cumplen de la Revolución Cubana pero el mundo de hoy no se cimbra ni por asomo ante su recuerdo, como lo hizo hace seis décadas. Lo que priva en la opinión es la incomprensión en torno a los objetivos de lucha que animaron a sus revolucionarios y la denostación al actuar de sus dirigentes, sobre todo al condenar que cuando estos llegaron al poder en él se instalaron. Sí. La sombra del coloso del Norte sigue allí, firme, implacable, dominando en las conciencias, de modo que el desgaste así sufrido por el movimiento ha propiciado la emisión de un veredicto social a todas luces condenatorio, solo que con ello se juzga maniqueamente a uno de los fenómenos transformadores más trascendentales, solo superado por las revoluciones francesa, mexicana y rusa, que en la historia contemporánea han tenido lugar.

Y es que sin la revolución cubana, el desarrollo intelectual de la izquierda en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa, no se habría gestado y desbordado como lo hizo, ni mucho menos habría hecho de Cuba el imán que fue para los más destacados representantes de la intelectualidad mundial que no resistieron acudir al llamado cubano, quienes se convirtieron en epígonos de ese movimiento político y social que en la historia ocupa un sitial de honor: todos ellos intelectuales comprometidos -cada uno desde su respectiva trinchera- con los mismos valores que habían impulsado a los combatientes en la gesta insular.

Fue Pablo Neruda -el único poeta al que el propio Ernesto Guevara (El Ché) cita en su diario- el primero en dedicar un libro entero a exaltar la revolución cubana: Canción de gesta (1960), de cuyo poema “Cuba siempre”, sobresalen estas líneas: “Pienso también en Cuba venerada, / la que alzó su cabeza independiente / con el Ché, con mi insigne camarada, / que con Fidel, el capitán valiente, / y contra retamares y gusanos / levantaron la estrella del Caribe / en nuestro firmamento americano”. En 1962 llegará Julio Cortázar a la isla caribeña y desde entonces, tal y como lo refiere su biógrafo Mario Goloboff, su visión del mundo, de la historia latinoamericana y de los deberes del intelectual, se transmutarán. Luchar por la liberación de Latinoamérica será parte de su misión, pues como él mismo reconoció: “La revolución cubana me mostró de una manera cruel y que me dolió mucho el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política”. A partir de entonces “los temas políticos se fueron metiendo en mi literatura”. En 1965 dedicará al Ché su escrito “Reunión”, de quien toma como epígrafe el revelador y profundo pensamiento salido de su obra La sierra y el llano: “Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida”. Sí, la dignidad. Esto era algo por lo que aquellos jóvenes líderes revolucionarios luchaban y eso lo comprendió y destacó Cortázar, quien nunca olvidaría cómo “el amor de Cuba por el Che” lo hizo “sentir extrañamente argentino el dos de enero, cuando el saludo de Fidel en la plaza de la Revolución al comandante Guevara, allí donde esté, desató en 300 000 hombres una ovación que duró diez minutos”.

En 1964 será el escritor italiano Italo Calvino, partisano y antifascista, quien retorne a Cuba, y retornará porque en ella había nacido cuarenta años atrás. Allí conocerá y discutirá con el Che, y a éste dedicará un texto, como Cortázar, solo que en su caso será con motivo de su vil asesinato: “Las palabras que me han fallado”. Escrito estrujante, que solo será conocido treinta años después, pero en el que la esperanza se mantiene viva al asegurarnos: “desde lejos y en silencio yo he seguido discutiendo con el Che durante todos estos años, y mientras más pasaba el tiempo, más razón tenía él. Aún hoy, en que muere mientras pone en marcha una lucha interminable, continúa, siempre, teniendo razón”.

Y tan la tenía, que así lo había advertido la pareja integrada por Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre al llegar a Cuba en 1960, recién había tenido lugar la revolución, para ver la puesta en acción del movimiento revolucionario. El impacto en ellos fue avasallador y se extendió a todo su círculo. Era explicable. La esperanza de la transformación estaba sembrada, tal y como lo reflejaron en sus ensayos “Huracán sobre el azúcar” y “¿A dónde va la revolución cubana?”. Sartre denunciará, hundido en la historia reciente, los excesos y la lacerante desigualdad, trágico escenario previo a Sierra Maestra, mientras Beauvoir, fiel al recuerdo de la gesta latinoamericana, exaltará permanentemente al movimiento. Para ellos, los cubanos habían sido autores de un sistema de gobierno desconocido para filósofos y politólogos: la “democracia directa” y Castro: el líder electo por el pueblo. Quien denunciara su falta de elecciones desconocía que “la democracia no se define necesariamente” por ellas. Éstas, muchas veces, “falsean la verdad”, como en Estados Unidos, donde afirmaban: no hay democracia. Al poder está la plutocracia, mientras en Cuba la relación con el pueblo es íntima, directa, sin cuadros. Así lo visualizó esta pareja notable, para quien la Revolución Cubana fue un suceso extraordinario. “Una especie de milagro”, en el que Castro demostró “que lo que se creía imposible es posible”, al confiar “en las posibilidades concretas del hombre arraigado en una situación concreta, y es por eso por lo que la Revolución cubana no es sólo un éxito sino también un ejemplo”.


bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli