/ domingo 31 de octubre de 2021

Ante una nueva era de convivencia digital

@cons_gentil


En la última edición de esta columna, mencioné la necesidad de regular a las redes sociales debido a que se han convertido en espacios de convivencia social. Sin embargo, más allá de Facebook, vale la pena reflexionar más a fondo sobre el impacto de la tecnología y sus grandes compañías.

Recientemente Ian Bremmer, presidente y fundador de la consultora de riesgo político Eurasia Group, publicó un artículo en la revista Foreign Affairs titulado El momento tecnopolar: Cómo los poderes digitales remodelarán el orden global. En este texto analiza el impacto de las grandes compañías de tecnología en el orden mundial y las diferentes maneras en las que su impacto se desarrollará en el futuro dependiendo de las inclinaciones de las compañías, sus historiales y los gobiernos que las regulan.

En palabras de Ian Bremmer, la realidad es que las grandes compañías de tecnología han crecido tanto que tienen más recursos que muchos países y más información y datos sensibles que muchas organizaciones internacionales. De manera que los países necesitan intervenir en la legislación para asegurar la seguridad de sus usuarios y gobiernos, pero al mismo tiempo se enfrentan al dilema si en caso de intentar ejercer demasiado control, corren el riesgo de dañar al propio país al bloquear la innovación.

La verdadera complejidad de esta cuestión descansa en que estas compañías ya no operan únicamente bajo las normas de un Estado, sino que los Estados (y sus ciudadanos) también operan bajo sus normas. Son estas compañías quienes regulan el espacio digital y su regulación va más de acuerdo a lo que satisface a sus actores relevantes, como inversionistas y anunciantes. En esencia, estas regulaciones favorecen lo que aumenta sus ganancias y no un código legal estricto como al que responden los países, de manera que pueden permitir más y diferentes cosas.

La historia nos ha demostrado que los fenómenos del día a día, los usos y costumbres que se adoptan y los hábitos de convivencia social siempre anteceden al código legal, y son éstos cambios en la cultura y la vida colectiva los que exigen que las leyes respondan a ellos. En este caso, los órganos legislativos domésticos e internacionales, e incluso la manera de ejercer el derecho en sí, deben realizar un salto considerable para comenzar a entender cómo regular un espacio sobre el que no tienen control y quizá todavía no entienden por completo: el espacio digital. Un espacio que se ha vuelto esencial para la coexistencia humana antes de que logren entender su funcionamiento y complejidad, incluso también por el hecho de que su evolución es mucho más rápida que la de los espacios sociales tradicionales.

Y es en este ámbito de complejidad social y virtual al que nuestros órganos legales deben responder. La vida nunca más será la misma después de la influencia de estas compañías en nuestras vidas, y los cambios necesarios para hacer del espacio digital un espacio más seguro deben venir de todas las partes involucradas, incluso de los usuarios, quienes deberían tener una especie de “educación digital” básica para poder convivir en este espacio de manera consciente y responsable. Solo así lograremos una convivencia que reduzca el riesgo para los ciudadanos sin mermar el crecimiento y la innovación dentro del espacio digital.

@cons_gentil


En la última edición de esta columna, mencioné la necesidad de regular a las redes sociales debido a que se han convertido en espacios de convivencia social. Sin embargo, más allá de Facebook, vale la pena reflexionar más a fondo sobre el impacto de la tecnología y sus grandes compañías.

Recientemente Ian Bremmer, presidente y fundador de la consultora de riesgo político Eurasia Group, publicó un artículo en la revista Foreign Affairs titulado El momento tecnopolar: Cómo los poderes digitales remodelarán el orden global. En este texto analiza el impacto de las grandes compañías de tecnología en el orden mundial y las diferentes maneras en las que su impacto se desarrollará en el futuro dependiendo de las inclinaciones de las compañías, sus historiales y los gobiernos que las regulan.

En palabras de Ian Bremmer, la realidad es que las grandes compañías de tecnología han crecido tanto que tienen más recursos que muchos países y más información y datos sensibles que muchas organizaciones internacionales. De manera que los países necesitan intervenir en la legislación para asegurar la seguridad de sus usuarios y gobiernos, pero al mismo tiempo se enfrentan al dilema si en caso de intentar ejercer demasiado control, corren el riesgo de dañar al propio país al bloquear la innovación.

La verdadera complejidad de esta cuestión descansa en que estas compañías ya no operan únicamente bajo las normas de un Estado, sino que los Estados (y sus ciudadanos) también operan bajo sus normas. Son estas compañías quienes regulan el espacio digital y su regulación va más de acuerdo a lo que satisface a sus actores relevantes, como inversionistas y anunciantes. En esencia, estas regulaciones favorecen lo que aumenta sus ganancias y no un código legal estricto como al que responden los países, de manera que pueden permitir más y diferentes cosas.

La historia nos ha demostrado que los fenómenos del día a día, los usos y costumbres que se adoptan y los hábitos de convivencia social siempre anteceden al código legal, y son éstos cambios en la cultura y la vida colectiva los que exigen que las leyes respondan a ellos. En este caso, los órganos legislativos domésticos e internacionales, e incluso la manera de ejercer el derecho en sí, deben realizar un salto considerable para comenzar a entender cómo regular un espacio sobre el que no tienen control y quizá todavía no entienden por completo: el espacio digital. Un espacio que se ha vuelto esencial para la coexistencia humana antes de que logren entender su funcionamiento y complejidad, incluso también por el hecho de que su evolución es mucho más rápida que la de los espacios sociales tradicionales.

Y es en este ámbito de complejidad social y virtual al que nuestros órganos legales deben responder. La vida nunca más será la misma después de la influencia de estas compañías en nuestras vidas, y los cambios necesarios para hacer del espacio digital un espacio más seguro deben venir de todas las partes involucradas, incluso de los usuarios, quienes deberían tener una especie de “educación digital” básica para poder convivir en este espacio de manera consciente y responsable. Solo así lograremos una convivencia que reduzca el riesgo para los ciudadanos sin mermar el crecimiento y la innovación dentro del espacio digital.