/ domingo 5 de noviembre de 2017

Aprendiz de Pasionario

1.- La sucesión de acontecimientos en España ha confirmado la percepción apuntada aquí días atrás, sobre la falta de gallardía del líder político que atizó la sublevación de las conciencias; hizo que su congreso, en un franco acto de provocación a la Constitución y de total y flagrante desacato al mandato judicial, declarara la república independiente de Cataluña en lugar de hacerlo él y, cuando debió afrontar las consecuencias, en forma de la aplicación de la Ley Primaria, simplemente se fugó a Bruselas y dejó tirados, a su pueblo soliviantado en el abandono, a sus creyentes seguidores gritando en la calle, y a sus fieles consejeros solos camino a la cárcel en Madrid, a donde llegaron sin él.

2.- También en catalán eso se llama cobardía y traición, si en términos jurídicos se conoce como sedición, rebelión, malversación de caudales públicos, prevaricación y desobediencia, para los que la juez de la Audiencia Nacional Carmen Lamela girara orden de búsqueda y captura en el espacio europeo. No conforme con su desprecio hacia los catalanes de los que además se proclamó -quién lo ha oído antes- presidente legítimo, en prosaica impudicia anuncia que será candidato desde el extranjero. Al señor Puigdemont se le olvido que para hacerle al Pasionario se requieren altas dosis de decoro, de honestidad y de convicción, que él dista mucho de tener.

3.- Con esas prendas de perfidia, y escondido a la mitad, el caballero se declara preso político, se acusa perseguido y víctima de un atropello a la democracia y un insulto a los ciudadanos de su personal república independiente. Se niega a reparar en que es prófugo de la justicia; que no tiene ni con esas piruetas tendrá, reconocimiento de ninguna institución o gobierno europeo –visto que el propio gobierno belga, de por sí sobrado de ánimos flamencos, dejó claro que no es su invitado y no tuvo foro formal que lo acogiera-, y acaso Venezuela u Osetia del Sur le ofrecerán asilo.

4.- La medida en que se difumina la raya entre izquierda y derecha, es en la que se vuelve más nítido el enfoque de los extremos radicales. Lo que ha pasado en España, y por eso se ha insistido en el tema, es ilustrativo de que los fanatismos tienen su límite cuando se topan con la ley y, sobre todo, cuando ésta deja de ser sutil quimera y se aplica plena; cuando los que se sienten adalides de los derechos humanos e incansables próceres de la democracia son desvelados en su verdadera faceta de pervertidores del orden público, delincuentes poco comunes y agitadores de la calle. No le viene mal a la democracia presentar de vez en cuando, en toda su vulgar radiografía, a esos líderes que se yerguen en redentores de la vida pública.

5.- Más adelante, y con énfasis en la separación de poderes en que el Judicial ha destacado, el gobierno conservador de Mariano Rajoy ha sido acusado de autócrata, totalitario, y todos los epítetos de moda por cumplir su obligación y aplicar, con suma prudencia hay que decir, un artículo constitucional inédito y plasmado para actos contra la soberanía y la unidad de España; que contempla violatorios de esa Suprema Ley, y que los acusados cometieron seguros que saldrían impunes. A Rajoy no le dejaron opción: si no hubiese actuado así, sin contar la profunda herida social ni el severo quebranto a la economía, lo habrían tachado de timorato y pusilánime.

6.- Ésa es, entre otras, la lección que de España podemos arrojar aquí: que la vigencia del Estado de derecho es la línea más corta entre la provocación delincuente, el vil chantaje a la paz pública, y la concordia y la convivencia.

 

camilo@kawage.com

1.- La sucesión de acontecimientos en España ha confirmado la percepción apuntada aquí días atrás, sobre la falta de gallardía del líder político que atizó la sublevación de las conciencias; hizo que su congreso, en un franco acto de provocación a la Constitución y de total y flagrante desacato al mandato judicial, declarara la república independiente de Cataluña en lugar de hacerlo él y, cuando debió afrontar las consecuencias, en forma de la aplicación de la Ley Primaria, simplemente se fugó a Bruselas y dejó tirados, a su pueblo soliviantado en el abandono, a sus creyentes seguidores gritando en la calle, y a sus fieles consejeros solos camino a la cárcel en Madrid, a donde llegaron sin él.

2.- También en catalán eso se llama cobardía y traición, si en términos jurídicos se conoce como sedición, rebelión, malversación de caudales públicos, prevaricación y desobediencia, para los que la juez de la Audiencia Nacional Carmen Lamela girara orden de búsqueda y captura en el espacio europeo. No conforme con su desprecio hacia los catalanes de los que además se proclamó -quién lo ha oído antes- presidente legítimo, en prosaica impudicia anuncia que será candidato desde el extranjero. Al señor Puigdemont se le olvido que para hacerle al Pasionario se requieren altas dosis de decoro, de honestidad y de convicción, que él dista mucho de tener.

3.- Con esas prendas de perfidia, y escondido a la mitad, el caballero se declara preso político, se acusa perseguido y víctima de un atropello a la democracia y un insulto a los ciudadanos de su personal república independiente. Se niega a reparar en que es prófugo de la justicia; que no tiene ni con esas piruetas tendrá, reconocimiento de ninguna institución o gobierno europeo –visto que el propio gobierno belga, de por sí sobrado de ánimos flamencos, dejó claro que no es su invitado y no tuvo foro formal que lo acogiera-, y acaso Venezuela u Osetia del Sur le ofrecerán asilo.

4.- La medida en que se difumina la raya entre izquierda y derecha, es en la que se vuelve más nítido el enfoque de los extremos radicales. Lo que ha pasado en España, y por eso se ha insistido en el tema, es ilustrativo de que los fanatismos tienen su límite cuando se topan con la ley y, sobre todo, cuando ésta deja de ser sutil quimera y se aplica plena; cuando los que se sienten adalides de los derechos humanos e incansables próceres de la democracia son desvelados en su verdadera faceta de pervertidores del orden público, delincuentes poco comunes y agitadores de la calle. No le viene mal a la democracia presentar de vez en cuando, en toda su vulgar radiografía, a esos líderes que se yerguen en redentores de la vida pública.

5.- Más adelante, y con énfasis en la separación de poderes en que el Judicial ha destacado, el gobierno conservador de Mariano Rajoy ha sido acusado de autócrata, totalitario, y todos los epítetos de moda por cumplir su obligación y aplicar, con suma prudencia hay que decir, un artículo constitucional inédito y plasmado para actos contra la soberanía y la unidad de España; que contempla violatorios de esa Suprema Ley, y que los acusados cometieron seguros que saldrían impunes. A Rajoy no le dejaron opción: si no hubiese actuado así, sin contar la profunda herida social ni el severo quebranto a la economía, lo habrían tachado de timorato y pusilánime.

6.- Ésa es, entre otras, la lección que de España podemos arrojar aquí: que la vigencia del Estado de derecho es la línea más corta entre la provocación delincuente, el vil chantaje a la paz pública, y la concordia y la convivencia.

 

camilo@kawage.com

ÚLTIMASCOLUMNAS