/ martes 22 de septiembre de 2020

Disentimos del derecho a disentir

Nuestro país atraviesa una crisis de salud, una económica, una pandemia de inseguridad pública, y otra pandemia de descalificativos. El debate está polarizado más allá de cualquier escenario imaginable. Se antoja muy complicado edificar un debate público constructivo, en esta guerra de descalificativos y negación del otro. Necesitamos una sociedad más tolerante y dispuesta a reconocer que en el discurso del otro siempre habrá algo valioso.


Nuestra realidad decidió tirar a un cesto de basura la literatura acerca de la libertad de expresión y del derecho a diferenciarse del otro. La historia escribió páginas y páginas sobre este asunto, para que en la actualidad lo olvidemos. La realidad es necia y no le interesan los libros ni las experiencias pasadas. En estos días, discutimos nuestras diferencias con base en exageraciones, adjetivos, rencores, epítetos y, sobretodo, negamos la posibilidad de que exista algo legítimo o válido más allá de lo que nosotros creemos. No podemos respetar, ni siquiera concebir que exista el otro. No podemos imaginar que alguien piense distinto. Algunos descalifican la existencia del otro por el simple hecho de pertenecer a una ideología o a un grupo distinto al de ellos, primero lo colocan en algún espectro político o económico, por ejemplo: de izquierda, centro, derecha, comunistas, neoliberales, y después se invalida la manifestación, por el calificativo que previamente se le dio. Los llanos simplemente niegan la posibilidad o la validez de que exista algo valioso en el discurso de los otros. Algunos descalifican con amenazas, mentadas de madre, insultos, lanzan huevos, y responden con la absoluta negativa a que el otro pueda existir; peor aun, le recomiendan al otro que se calle, pues de lo contrario se estará a ciertas consecuencias.


La democracia tiene muchas formas de manifestarse de manera valiosa. Tenemos mecanismos representativos y de participación directa, estas herramientas pueden y deberían convivir sin mayores reparos. Las falsas dicotomías plantean que será a mano alzada o no será, que será a través de nuestros representantes o no será. No existe la necesidad de dividirse en participativos y representativos, para que más adelante los participativos le mienten la madre a los representativos y viceversa, hasta llegar a un juego suma cero. Incluso, en el ajedrez con sus blancas y negras, hay empates o juegos infinitos.


John Stuart Mill advertía que el verdadero enemigo de la libertad de expresión era la tiranía social. Éste nos señalaba que la tiranía social penetraba los detalles de la vida hasta encontrarse con el alma. Más adelante, nos indicaba “…Se requiere protección contra la tiranía de las opiniones y pasiones dominantes; contra la tendencia de la sociedad a imponer como regla de conducta sus ideas y costumbres a los que difieren de ellas, empleando para ello medios que no son precisamente las penas civiles; contra su tendencia a obstruir el desarrollo e impedir, la formación de individualidades…”


Estamos atrapados en la simplicidad, y en la descalificación. Por un lado, reconocemos los miles de Méxicos que hay en México. Por el otro, queremos que esos miles de Méxicos solo piensen como un solo México. En estos tiempos tan difíciles, deberíamos de hacer más ejercicios de tolerancia, reconocer que podemos ser parte de la tiranía social de la que hablaba Stuart Mill, y que necesitamos, por lo menos, imaginarnos que existe algo más allá que nuestras creencias.

Nuestro país atraviesa una crisis de salud, una económica, una pandemia de inseguridad pública, y otra pandemia de descalificativos. El debate está polarizado más allá de cualquier escenario imaginable. Se antoja muy complicado edificar un debate público constructivo, en esta guerra de descalificativos y negación del otro. Necesitamos una sociedad más tolerante y dispuesta a reconocer que en el discurso del otro siempre habrá algo valioso.


Nuestra realidad decidió tirar a un cesto de basura la literatura acerca de la libertad de expresión y del derecho a diferenciarse del otro. La historia escribió páginas y páginas sobre este asunto, para que en la actualidad lo olvidemos. La realidad es necia y no le interesan los libros ni las experiencias pasadas. En estos días, discutimos nuestras diferencias con base en exageraciones, adjetivos, rencores, epítetos y, sobretodo, negamos la posibilidad de que exista algo legítimo o válido más allá de lo que nosotros creemos. No podemos respetar, ni siquiera concebir que exista el otro. No podemos imaginar que alguien piense distinto. Algunos descalifican la existencia del otro por el simple hecho de pertenecer a una ideología o a un grupo distinto al de ellos, primero lo colocan en algún espectro político o económico, por ejemplo: de izquierda, centro, derecha, comunistas, neoliberales, y después se invalida la manifestación, por el calificativo que previamente se le dio. Los llanos simplemente niegan la posibilidad o la validez de que exista algo valioso en el discurso de los otros. Algunos descalifican con amenazas, mentadas de madre, insultos, lanzan huevos, y responden con la absoluta negativa a que el otro pueda existir; peor aun, le recomiendan al otro que se calle, pues de lo contrario se estará a ciertas consecuencias.


La democracia tiene muchas formas de manifestarse de manera valiosa. Tenemos mecanismos representativos y de participación directa, estas herramientas pueden y deberían convivir sin mayores reparos. Las falsas dicotomías plantean que será a mano alzada o no será, que será a través de nuestros representantes o no será. No existe la necesidad de dividirse en participativos y representativos, para que más adelante los participativos le mienten la madre a los representativos y viceversa, hasta llegar a un juego suma cero. Incluso, en el ajedrez con sus blancas y negras, hay empates o juegos infinitos.


John Stuart Mill advertía que el verdadero enemigo de la libertad de expresión era la tiranía social. Éste nos señalaba que la tiranía social penetraba los detalles de la vida hasta encontrarse con el alma. Más adelante, nos indicaba “…Se requiere protección contra la tiranía de las opiniones y pasiones dominantes; contra la tendencia de la sociedad a imponer como regla de conducta sus ideas y costumbres a los que difieren de ellas, empleando para ello medios que no son precisamente las penas civiles; contra su tendencia a obstruir el desarrollo e impedir, la formación de individualidades…”


Estamos atrapados en la simplicidad, y en la descalificación. Por un lado, reconocemos los miles de Méxicos que hay en México. Por el otro, queremos que esos miles de Méxicos solo piensen como un solo México. En estos tiempos tan difíciles, deberíamos de hacer más ejercicios de tolerancia, reconocer que podemos ser parte de la tiranía social de la que hablaba Stuart Mill, y que necesitamos, por lo menos, imaginarnos que existe algo más allá que nuestras creencias.

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