/ domingo 11 de julio de 2021

El hombre que luchó por la libertad

Su nombre: Jean-Paul Sartre, el intelectual portavoz de la libertad, el padre del existencialismo, el escritor refractario al poder que luchó contra el colonialismo, el literato que rechazó en 1964 el Premio Nobel.

El mismo dramaturgo que veinte años atrás, en su obra “A puerta cerrada”, había declarado: “el infierno son los otros”. Los otros a los que no se debe reconocer su libertad ni mucho menos su conciencia, pues debe impedírseles participar en el devenir histórico. Esos, a los que se debe someter a través de la mentira. Mentira cuyo origen radica en el ejercicio de la libertad de aquél cuya pretensión es lograr el control del otro: ése de quien se espera haga lo que el mentiroso quiere que haga, o bien que no haga lo que éste no quiere que haga. Por eso cuando alguien engaña a otro al mentirle, ese otro creerá en un imaginario que es producto de la mentira y esto afectará a su propia libertad, al condicionarla, y cuando la libertad es manipulada e instrumentalizada, el sujeto se convierte en un objeto. A este punto, el mentiroso ha adquirido poder sobre del otro, al que ve y considera dependiente e inferior, por ser él superior al ser propietario de la verdad. Así, el que cree, si bien lo hace convencido y aparentemente en libertad, en realidad está creyendo desde una premisa falsa, al ser desde el engaño, de modo que su libertad está secuestrada y, al estarlo, el sujeto creyente no sólo está también alienado, sino algo peor: está cosificado a expensas del mentiroso que se ha apoderado de su libertad. Mentiroso “a secas” que, de llegar a negar que su intención es engañar al otro, estará a un paso de la “mala fe”, del autoengaño sartrianamente hablando. Concepto próximo al del “para sí”, extensible al hecho de existir para el otro y a que el otro exista para mí.

Ahora bien, es evidente que en toda acción incoante de mentira, sea para con los otros o con nosotros mismos, hay violencia -activa o pasiva-, pero sea cual sea la forma en que se manifieste, toda violencia es un fracaso y es inevitable porque vivimos -a su juicio- en un “universo de violencia”. Aserto que el propio Sartre denunciará a lo largo de su obra y generalmente en estrecha asociación con los partidos políticos, como sucede en “Las manos sucias” -obra teatral en la que el personaje de Hoederer confirma al de Hugo que un partido es un simple medio, en tanto que sólo hay un fin: el poder-, y en su ensayo “¿Qué es la literatura”? Obra ésta en la que al referir cómo un partido revolucionario puede recurrir a la mentira sistemática para “proteger” a sus militantes de la incertidumbre, crisis de conciencia y propaganda de los contrarios, aún y cuando se plantea como finalidad la abolición de los regímenes opresores, al hacer uso de la mentira termina por incurrir en la opresión, esto es, en la alienación del ser. Lo grave es que, tal y como Sartre reconoció, de contribuir “a crear una humanidad mentida y mentirosa”, los hombres que accedan al poder serán los que no lo merecían y con su llegada a él, harán abortar la finalidad primigenia: terminar con la opresión. De la misma manera que cuando un partido miente a sus tropas, calumnia y oculta sus derrotas y faltas, igualmente compromete el fin originalmente perseguido, tal y como ocurre con los políticos y la masa de sus adeptos.

¿Debemos enfrentar entonces la violencia con violencia? De entrada, nuestro filósofo respondería que ello no tendría sentido, porque el peligro sería perpetuarla. Sin embargo, reconoce también que ante la violencia es necesario que exista una contraviolencia que pueda exterminarla. Por ello, cuando un escritor no dice nada ante la guerra, se está asumiendo tácitamente a favor de su continuidad. De ahí la enorme responsabilidad que tienen la literatura y los autores en concreto, porque es en gran medida gracias a sus obras y cuestionamientos que gran parte de la colectividad social puede reflexionar, ya que si todo fuera propaganda o superficialidad, la sociedad se hundiría en lo que él calificó como “la pocilga de lo inmediato… la vida sin memoria de los himenópteros y los gasterópodos”.

Por eso no me cabe duda que si Sartre hoy viviera, se horrorizaría de que en el seno del supremo poder mismo en México se esté erigiendo un “neotribunal de la verdad”. Nadie mejor que él para saber que las palabras son esenciales para la vida ciudadana, porque el logos es el arma más valiosa y contundente que tiene el hombre para hacerle frente al poder: el mismo que no acepta ser visto por los otros, el que hace de la mentira su medio de opresión por excelencia y de la violencia destructiva de toda legalidad y legitimidad, el fin de sí misma. Sé que no le importaría ser cuestionado, ridiculizado y censurado, pero se lamentaría amargamente de que a más de 50 años del mayo francés y del octubre mexicano, su lucha ejemplar y valerosa por la democracia mundial hubiera sido estéril, porque si de algo estaba convencido es de que la literatura era praxis y lucha, al ser ella misma encarnación de la libertad.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli


Su nombre: Jean-Paul Sartre, el intelectual portavoz de la libertad, el padre del existencialismo, el escritor refractario al poder que luchó contra el colonialismo, el literato que rechazó en 1964 el Premio Nobel.

El mismo dramaturgo que veinte años atrás, en su obra “A puerta cerrada”, había declarado: “el infierno son los otros”. Los otros a los que no se debe reconocer su libertad ni mucho menos su conciencia, pues debe impedírseles participar en el devenir histórico. Esos, a los que se debe someter a través de la mentira. Mentira cuyo origen radica en el ejercicio de la libertad de aquél cuya pretensión es lograr el control del otro: ése de quien se espera haga lo que el mentiroso quiere que haga, o bien que no haga lo que éste no quiere que haga. Por eso cuando alguien engaña a otro al mentirle, ese otro creerá en un imaginario que es producto de la mentira y esto afectará a su propia libertad, al condicionarla, y cuando la libertad es manipulada e instrumentalizada, el sujeto se convierte en un objeto. A este punto, el mentiroso ha adquirido poder sobre del otro, al que ve y considera dependiente e inferior, por ser él superior al ser propietario de la verdad. Así, el que cree, si bien lo hace convencido y aparentemente en libertad, en realidad está creyendo desde una premisa falsa, al ser desde el engaño, de modo que su libertad está secuestrada y, al estarlo, el sujeto creyente no sólo está también alienado, sino algo peor: está cosificado a expensas del mentiroso que se ha apoderado de su libertad. Mentiroso “a secas” que, de llegar a negar que su intención es engañar al otro, estará a un paso de la “mala fe”, del autoengaño sartrianamente hablando. Concepto próximo al del “para sí”, extensible al hecho de existir para el otro y a que el otro exista para mí.

Ahora bien, es evidente que en toda acción incoante de mentira, sea para con los otros o con nosotros mismos, hay violencia -activa o pasiva-, pero sea cual sea la forma en que se manifieste, toda violencia es un fracaso y es inevitable porque vivimos -a su juicio- en un “universo de violencia”. Aserto que el propio Sartre denunciará a lo largo de su obra y generalmente en estrecha asociación con los partidos políticos, como sucede en “Las manos sucias” -obra teatral en la que el personaje de Hoederer confirma al de Hugo que un partido es un simple medio, en tanto que sólo hay un fin: el poder-, y en su ensayo “¿Qué es la literatura”? Obra ésta en la que al referir cómo un partido revolucionario puede recurrir a la mentira sistemática para “proteger” a sus militantes de la incertidumbre, crisis de conciencia y propaganda de los contrarios, aún y cuando se plantea como finalidad la abolición de los regímenes opresores, al hacer uso de la mentira termina por incurrir en la opresión, esto es, en la alienación del ser. Lo grave es que, tal y como Sartre reconoció, de contribuir “a crear una humanidad mentida y mentirosa”, los hombres que accedan al poder serán los que no lo merecían y con su llegada a él, harán abortar la finalidad primigenia: terminar con la opresión. De la misma manera que cuando un partido miente a sus tropas, calumnia y oculta sus derrotas y faltas, igualmente compromete el fin originalmente perseguido, tal y como ocurre con los políticos y la masa de sus adeptos.

¿Debemos enfrentar entonces la violencia con violencia? De entrada, nuestro filósofo respondería que ello no tendría sentido, porque el peligro sería perpetuarla. Sin embargo, reconoce también que ante la violencia es necesario que exista una contraviolencia que pueda exterminarla. Por ello, cuando un escritor no dice nada ante la guerra, se está asumiendo tácitamente a favor de su continuidad. De ahí la enorme responsabilidad que tienen la literatura y los autores en concreto, porque es en gran medida gracias a sus obras y cuestionamientos que gran parte de la colectividad social puede reflexionar, ya que si todo fuera propaganda o superficialidad, la sociedad se hundiría en lo que él calificó como “la pocilga de lo inmediato… la vida sin memoria de los himenópteros y los gasterópodos”.

Por eso no me cabe duda que si Sartre hoy viviera, se horrorizaría de que en el seno del supremo poder mismo en México se esté erigiendo un “neotribunal de la verdad”. Nadie mejor que él para saber que las palabras son esenciales para la vida ciudadana, porque el logos es el arma más valiosa y contundente que tiene el hombre para hacerle frente al poder: el mismo que no acepta ser visto por los otros, el que hace de la mentira su medio de opresión por excelencia y de la violencia destructiva de toda legalidad y legitimidad, el fin de sí misma. Sé que no le importaría ser cuestionado, ridiculizado y censurado, pero se lamentaría amargamente de que a más de 50 años del mayo francés y del octubre mexicano, su lucha ejemplar y valerosa por la democracia mundial hubiera sido estéril, porque si de algo estaba convencido es de que la literatura era praxis y lucha, al ser ella misma encarnación de la libertad.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli