/ domingo 3 de octubre de 2021

La ONU y la fragmentación internacional 

Twitter: @cons_gentil


La 76 edición de la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGA76) tuvo lugar en Nueva York el pasado 14 de septiembre y concluyó el 27 de septiembre. La Asamblea constituye un foro único para deliberaciones multilaterales sobre la gama de cuestiones internacionales que abarca la Carta de las Naciones Unidas. En este foro se analizan cuestiones específicas que conducen a la adopción de resoluciones.


La UNGA76 destacó por las discusiones sobre temas como la emergencia climática, la pandemia de COVID-19, el acceso a vacunas y la crisis de refugiados. El Secretario General de la ONU, António Guterres, realizó un discurso con un tono particularmente alarmante, declarando que “estamos al borde de un abismo, y vamos en la dirección equivocada”.


En este discurso Guterres enfatizó sobre las distintas crisis que el planeta enfrenta y declaró que nuestro mundo nunca ha estado más amenazado ni más dividido. Valdría la pena considerar que entre los problemas antes mencionados -algunos de ellos con una magnitud inédita- uno de los mayores conflictos parece ser la extrema dificultad para llegar a acuerdos eficientes e incluyentes, más allá de la nacionalidad, afiliación política, intereses económicos, ideologías, entre otros. Entre las muchas amenazas que enfrentamos, como la catastrófica crisis ambiental y la continua dificultad en contener la pandemia de COVID-19, parece que una de las más grandes sigue siendo el avance de la agenda proteccionista y nacionalista que muchos países han adoptado por encima de la cooperación internacional, incluso después de lo que el último año nos ha enseñado.


Durante los años setenta y ochenta, los psicólogos sociales Henri Tajfel y John Turner formularon la teoría de la identidad social. Ésta versa sobre cómo las personas construyen una noción sobre quiénes son a través de su pertenencia a uno o más grupos. En esta magnífica contribución a la psicología social, Tajfel propuso que los grupos a los que las personas pertenecen son una fuente importante de orgullo y autoestima. Su importancia se enraíza en que los grupos a los que pertenecemos nos otorgan un sentido de identidad social, es decir, de pertenencia en el mundo. Y es a través de esta pertenencia que dividimos al mundo entre “ellos” y “nosotros”.


Según Tajfel, dentro de la tendencia inherente de los seres humanos de agrupar las cosas para poder comprender nuestro alrededor, existe otra tendencia de rechazar y tratar con escepticismo y/o hostilidad a aquellos a quienes categorizamos como “ellos”.


Lo más alucinante de esta teoría es que se menciona que los seres humanos adoptan esta tendencia a pesar de que el grupo al que rechazan no sea una amenaza o que el rechazo resulte en alguna ganancia material o simbólica para ellos.


Si se agrega esta predisposición de los seres humanos a las claras tendencias nacionalistas y proteccionistas que impiden la concreción de acuerdos multilaterales efectivos, el panorama es realmente complicado para el futuro de la humanidad. Uno de los más grandes obstáculos para resolver los retos del siglo somos, de alguna forma, nosotros mismos.


El simple hecho de que exista un foro como la UNGA es un gran avance para resistir esta tendencia y puede ser, como la historia ha demostrado, una herramienta importante para trabajar en favor del bien de la humanidad. Sin embargo, queda mucho que hacer a nivel doméstico e internacional para atacar uno de los mayores obstáculos: el escepticismo entre “nosotros” y “ellos”.






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La 76 edición de la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGA76) tuvo lugar en Nueva York el pasado 14 de septiembre y concluyó el 27 de septiembre. La Asamblea constituye un foro único para deliberaciones multilaterales sobre la gama de cuestiones internacionales que abarca la Carta de las Naciones Unidas. En este foro se analizan cuestiones específicas que conducen a la adopción de resoluciones.


La UNGA76 destacó por las discusiones sobre temas como la emergencia climática, la pandemia de COVID-19, el acceso a vacunas y la crisis de refugiados. El Secretario General de la ONU, António Guterres, realizó un discurso con un tono particularmente alarmante, declarando que “estamos al borde de un abismo, y vamos en la dirección equivocada”.


En este discurso Guterres enfatizó sobre las distintas crisis que el planeta enfrenta y declaró que nuestro mundo nunca ha estado más amenazado ni más dividido. Valdría la pena considerar que entre los problemas antes mencionados -algunos de ellos con una magnitud inédita- uno de los mayores conflictos parece ser la extrema dificultad para llegar a acuerdos eficientes e incluyentes, más allá de la nacionalidad, afiliación política, intereses económicos, ideologías, entre otros. Entre las muchas amenazas que enfrentamos, como la catastrófica crisis ambiental y la continua dificultad en contener la pandemia de COVID-19, parece que una de las más grandes sigue siendo el avance de la agenda proteccionista y nacionalista que muchos países han adoptado por encima de la cooperación internacional, incluso después de lo que el último año nos ha enseñado.


Durante los años setenta y ochenta, los psicólogos sociales Henri Tajfel y John Turner formularon la teoría de la identidad social. Ésta versa sobre cómo las personas construyen una noción sobre quiénes son a través de su pertenencia a uno o más grupos. En esta magnífica contribución a la psicología social, Tajfel propuso que los grupos a los que las personas pertenecen son una fuente importante de orgullo y autoestima. Su importancia se enraíza en que los grupos a los que pertenecemos nos otorgan un sentido de identidad social, es decir, de pertenencia en el mundo. Y es a través de esta pertenencia que dividimos al mundo entre “ellos” y “nosotros”.


Según Tajfel, dentro de la tendencia inherente de los seres humanos de agrupar las cosas para poder comprender nuestro alrededor, existe otra tendencia de rechazar y tratar con escepticismo y/o hostilidad a aquellos a quienes categorizamos como “ellos”.


Lo más alucinante de esta teoría es que se menciona que los seres humanos adoptan esta tendencia a pesar de que el grupo al que rechazan no sea una amenaza o que el rechazo resulte en alguna ganancia material o simbólica para ellos.


Si se agrega esta predisposición de los seres humanos a las claras tendencias nacionalistas y proteccionistas que impiden la concreción de acuerdos multilaterales efectivos, el panorama es realmente complicado para el futuro de la humanidad. Uno de los más grandes obstáculos para resolver los retos del siglo somos, de alguna forma, nosotros mismos.


El simple hecho de que exista un foro como la UNGA es un gran avance para resistir esta tendencia y puede ser, como la historia ha demostrado, una herramienta importante para trabajar en favor del bien de la humanidad. Sin embargo, queda mucho que hacer a nivel doméstico e internacional para atacar uno de los mayores obstáculos: el escepticismo entre “nosotros” y “ellos”.