/ viernes 15 de febrero de 2019

La realidad del mundo laboral

Recientemente, en esta columna abordé el caso de las miles de trabajadoras y trabajadores que están siendo despedidos en diversas dependencias y entidades de la administración pública federal, así como la forma en que se implementan estas medidas: sin la más mínima planeación, sin diagnósticos y sin respetar los derechos laborales de los afectados.

Sin embargo, la seguridad laboral no está siendo afectada únicamente por políticas de gobierno difíciles de comprender; las trabajadoras y los trabajadores también padecen otras amenazas que impactan en la seguridad de sus empleos

En este 2019, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) está celebrando cien años de su creación y en este marco, recientemente publicó el estudio “Trabajar para un Futuro más Prometedor”, el cual nos invita a prepararnos mejor con el propósito de garantizar certidumbre laboral a los trabajadores. Esto, debido a que, cada vez cobra mayor fuerza una tendencia mundial hacia el deterioro de la calidad de vida de los trabajadores y, consecuentemente, a la reproducción de las desigualdades sociales.

Retomo algunos de los aspectos más relevantes del estudio mencionado con el propósito de dimensionar la situación:

Si los gobiernos no logran mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, ampliar la oferta de empleos, garantizar seguridad social y cerrar las brechas de género, lo que sucederá es una profundización de las desigualdades e incertidumbre ya existentes. En este caso, nos mantendríamos en la ruta de la precarización del empleo y los salarios, que en varias ocasiones hemos comentado en este espacio.

Sin embargo, también está presente otra verdadera amenaza, que de hecho ya la estamos padeciendo: el avance de la tecnología. Si bien los avances tecnológicos nos abren una inmensa ventana de oportunidades en varios campos de la vida, también es cierto que en otras áreas sus repercusiones son completamente desfavorables, en este caso para la estabilidad laboral.

Indudablemente, en el mundo del trabajo, una mayor automatización se traduce en elevados niveles de productividad y competitividad; pero desafortunadamente esto conlleva inevitables costos sociales: la necesidad de prescindir de mano de obra.

Ciertamente, son evidentes e invaluables los avances que tienen lugar en el campo de la robótica y la inteligencia artificial; pero en muchas ocasiones esto se traduce, por una parte, en una tendencia a la sustitución de mano de obra y, por la otra, en que para las trabajadoras y los trabajadores menos preparados, la posibilidad de aprovechar las oportunidades que ofrece la era tecnológica son limitadas, por lo que su destino es quedar en una condición de rezago.

Siguiendo con lo que nos comparte la OIT, la ruta es “invertir en las capacidades de las personas”, esto es, que puedan “formarse, reciclarse y perfeccionarse profesionalmente”, que se les pueda garantizar un trabajo decente y sostenible con “libertad, dignidad, seguridad económica e igualdad”.

Ante esto, la OIT sugiere adoptar un nuevo enfoque que coloque a las personas y el trabajo que realizan en el centro de la política social y económica y de la práctica empresarial. Intuyo, que esto implica en primer lugar generar empleos dignos y con salarios decentes, incentivar inversiones detonadoras de empleos, garantizar protección social de calidad y certidumbre laboral; y, muy particularmente, focalizar y profesionalizar la capacitación en el contexto del predominio tecnológico y la era digital.

Sin embargo, para hacer realidad lo anterior es necesario impulsar la corresponsabilidad y la cooperación entre gobiernos y las organizaciones de empleadores y de trabajadores, articulados en torno al objetivo de asegurar a éstos últimos una “participación justa en el progreso económico, el respeto de sus derechos y la protección de los riesgos a los que se exponen a cambio de su constante contribución a la economía”.

En el caso mexicano, me pregunto quién se atreverá a dar el primer paso en esta gran apuesta.

No olvidemos que las organizaciones sindicales han mostrado fuertes resistencias a la democratización de su vida interna, a la elección de dirigencias mediante voto universal, libre, secreto y directo, a la transparencia y la rendición de cuentas, a la libertad sindical de los trabajadores y al diseño de esquenas de organización y representación más horizontales. El quehacer sindical va en contrasentido a la innovación que hoy se requiere desplegar en éste y otros ámbitos más.

En el campo laboral, el gobierno de la 4T hasta ahora no ha dejado más que incertidumbre, huelgas y cierres de algunas empresas en la frontera, así como madres y padres de familia sin empleo en el gobierno federal y en el nuevo aeropuerto.

Con estos antecedentes, no veo por dónde pueda iniciar esa necesaria revitalización del “contrato social” que propone la OIT. Tampoco veo que la certidumbre laboral sea una verdadera prioridad en nuestro país.

Presidente de la Academia

Mexicana de Educación.

Recientemente, en esta columna abordé el caso de las miles de trabajadoras y trabajadores que están siendo despedidos en diversas dependencias y entidades de la administración pública federal, así como la forma en que se implementan estas medidas: sin la más mínima planeación, sin diagnósticos y sin respetar los derechos laborales de los afectados.

Sin embargo, la seguridad laboral no está siendo afectada únicamente por políticas de gobierno difíciles de comprender; las trabajadoras y los trabajadores también padecen otras amenazas que impactan en la seguridad de sus empleos

En este 2019, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) está celebrando cien años de su creación y en este marco, recientemente publicó el estudio “Trabajar para un Futuro más Prometedor”, el cual nos invita a prepararnos mejor con el propósito de garantizar certidumbre laboral a los trabajadores. Esto, debido a que, cada vez cobra mayor fuerza una tendencia mundial hacia el deterioro de la calidad de vida de los trabajadores y, consecuentemente, a la reproducción de las desigualdades sociales.

Retomo algunos de los aspectos más relevantes del estudio mencionado con el propósito de dimensionar la situación:

Si los gobiernos no logran mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, ampliar la oferta de empleos, garantizar seguridad social y cerrar las brechas de género, lo que sucederá es una profundización de las desigualdades e incertidumbre ya existentes. En este caso, nos mantendríamos en la ruta de la precarización del empleo y los salarios, que en varias ocasiones hemos comentado en este espacio.

Sin embargo, también está presente otra verdadera amenaza, que de hecho ya la estamos padeciendo: el avance de la tecnología. Si bien los avances tecnológicos nos abren una inmensa ventana de oportunidades en varios campos de la vida, también es cierto que en otras áreas sus repercusiones son completamente desfavorables, en este caso para la estabilidad laboral.

Indudablemente, en el mundo del trabajo, una mayor automatización se traduce en elevados niveles de productividad y competitividad; pero desafortunadamente esto conlleva inevitables costos sociales: la necesidad de prescindir de mano de obra.

Ciertamente, son evidentes e invaluables los avances que tienen lugar en el campo de la robótica y la inteligencia artificial; pero en muchas ocasiones esto se traduce, por una parte, en una tendencia a la sustitución de mano de obra y, por la otra, en que para las trabajadoras y los trabajadores menos preparados, la posibilidad de aprovechar las oportunidades que ofrece la era tecnológica son limitadas, por lo que su destino es quedar en una condición de rezago.

Siguiendo con lo que nos comparte la OIT, la ruta es “invertir en las capacidades de las personas”, esto es, que puedan “formarse, reciclarse y perfeccionarse profesionalmente”, que se les pueda garantizar un trabajo decente y sostenible con “libertad, dignidad, seguridad económica e igualdad”.

Ante esto, la OIT sugiere adoptar un nuevo enfoque que coloque a las personas y el trabajo que realizan en el centro de la política social y económica y de la práctica empresarial. Intuyo, que esto implica en primer lugar generar empleos dignos y con salarios decentes, incentivar inversiones detonadoras de empleos, garantizar protección social de calidad y certidumbre laboral; y, muy particularmente, focalizar y profesionalizar la capacitación en el contexto del predominio tecnológico y la era digital.

Sin embargo, para hacer realidad lo anterior es necesario impulsar la corresponsabilidad y la cooperación entre gobiernos y las organizaciones de empleadores y de trabajadores, articulados en torno al objetivo de asegurar a éstos últimos una “participación justa en el progreso económico, el respeto de sus derechos y la protección de los riesgos a los que se exponen a cambio de su constante contribución a la economía”.

En el caso mexicano, me pregunto quién se atreverá a dar el primer paso en esta gran apuesta.

No olvidemos que las organizaciones sindicales han mostrado fuertes resistencias a la democratización de su vida interna, a la elección de dirigencias mediante voto universal, libre, secreto y directo, a la transparencia y la rendición de cuentas, a la libertad sindical de los trabajadores y al diseño de esquenas de organización y representación más horizontales. El quehacer sindical va en contrasentido a la innovación que hoy se requiere desplegar en éste y otros ámbitos más.

En el campo laboral, el gobierno de la 4T hasta ahora no ha dejado más que incertidumbre, huelgas y cierres de algunas empresas en la frontera, así como madres y padres de familia sin empleo en el gobierno federal y en el nuevo aeropuerto.

Con estos antecedentes, no veo por dónde pueda iniciar esa necesaria revitalización del “contrato social” que propone la OIT. Tampoco veo que la certidumbre laboral sea una verdadera prioridad en nuestro país.

Presidente de la Academia

Mexicana de Educación.